A
juzgar por los rostros de la mayoría de la gente, el día de ayer México vivió
una vejación sólo comparable con la firma de los tratados Guadalupe -Hidalgo
(que marcaron la pérdida de la mitad del territorio en el siglo XIX). Con dos
goles a favor -uno producto de un penal-, el equipo mundialista de Holanda se
impuso ante la escuadra nacional para así clasificar a la siguiente ronda de
cuartos de final. La Selección Mexicana volvió así, humillada y ofendida, a
quedarse en la rayita del triunfo, a pesar que su desempeño había sido
sorprendentemente bueno.
Conforme
pasaron las horas, se fueron develando hechos que indignaron y frustraron aún
más a los mexicanos: el famoso penal que derivó en la eliminación de los
mexicanos fue una farsa. Arjen Robben, mediocampista de la selección de los
Países Bajos y aparente fauleado, aceptó que la susodicha falta nunca
existió, que él, en una actuación digna de Marlon Brando, fingió que Rafa
Marquez le había golpeado para que el árbitro marcara penal a los mexicanos y
así remontar el empate en el que ambos equipos se encontraban.
En
pocas palabras, un fraude descarnado.
Y
tengo que decirles: Justamente por eso nunca me ha gustado el futbol, porque
los chanchullos de este tipo son la norma, por que es un juego en el que, por
lo general, no gana el mejor, ni el más esforzado, sino el que más eficazmente
sabe engañar a los árbitros o, peor aún, el que puede comprar sus decisiones.
El
también llamado balompié se ha convertido, con mucho, en el juego más popular
de la historia moderna, muy por encima de otros, quizá más sofisticados y
cerebrales como el Fútbol Americano (llamado Football por los estadounidenses,
mientras que al otro lo llaman Soccer), el baseball o el basket ball. La
popularidad de juego se debe, creo yo, a dos factores: A su simpleza: sólo hace
falta un balón -o algo que lo emule-, algo para marcar una portería, y un grupo
de entusiastas para convertir cualquier calle del mundo en el Maracaná, y a su
velocidad: sólo hacen falta noventa minutos aproximadamente para definir una
partida, muy alejadas de las dos o tres horas que tarda cada partido de Americano
o de Beis.
Esa
simpleza de reglas hace que cualquiera con aceptable condición física, desde un
niño de cinco años hasta un anciano de ochenta, lo pueda jugar: el objetivo es
meter el balón en la portería contraria con los pies y nunca se toca con las
manos; si se toca con las manos, o si se tira a un rival a propósito, hay un
castigo que puede ir desde un tiro de esquina hasta un tiro penal.
Quizá
esa sencillez también lo haga tan vulnerable a las jugarretas como las de Arjen
Robben: hay un árbitro y dos jueces de línea que tienen que ver las jugadas
todo el tiempo; muchas veces, el árbitro tiene que tomar decisiones de las que
no está seguro, y un jugador mañoso y experimentado puede hacerle ver cosas que
no pasaron. En otras, el mismo árbitro actúa de manera misteriosa, por decir lo
menos, como en aquel gol que le dio la victoria a la selección argentina en el
mundial de México 1986 y que fue consecuencia de una claro golpe de mano por
parte de Diego Armando Maradona. El también llamado “Pelusa” se excusó después
con una actitud muy cercana a la de Arjen Robben “Fue la mano de Dios”.
El
Fútbol es fascinante, eso ni quien lo dude. Sólo hace falta ver un buen partido
por unos cuantos minutos para quedar prendado de su encanto que mucho tiene de
cosmogónico -como bien lo intuyeron los mesoamericanos quienes, si bien no lo
inventaron, si jugaban algo muy cercano al balompié actual-, sin embargo, todas
las trinquiñüelas que hay alrededor, el uso populachero que hacen de él
políticos corruptos de todas las tendencias; el carácter mafioso de la FIFA,
los negocios sucios que se hacen alrededor -desde las apuestas hasta el Mercado
de Piernas-, y la falsa sensación de hermandad -falsa por que dura lo que dura
la victoria, por que no trasciende a esfuerzos colectivos más valiosos, y
porque se utiliza casi siempre para que algunos de los peores energúmenos sociales
saquen sus frustraciones a costa de otros-, hacen que no sea mi deporte
favorito.
Y
bueno, también porque yo era el niño gordo al que nadie escogía para jugar,
pero eso es otra historia.
Omar Delgado
2014
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