Voy
a repetir lo que todo mundo está diciendo: hoy murió Hugo Chavez.
Y
tengo que repetirlo tan cual, con el respeto que merece la desaparición física
de uno de los personajes históricos más trascendentes de las últimas décadas,
un hombre que, para bien o para mal, cambió para siempre la faceta de su país
y, me atrevo a decirlo, de toda Latinoamérica. Un gobierno netamente indígena
como el de Evo Morales en Bolivia no hubiera sido posible sin su hospicio; tampoco hubieran sido viables una
presidencia dilatada como la de los Kirchner (quienes, por cierto, sacaron a la
Argentina de la peor crisis de su historia moderna y la reencarrilaron en los
rieles del crecimiento), o un Lula en Brasil. El mandato de Chavez fue determinante para estas y otras naciones que, bien siguieron su
ejemplo, bien abjuraron de su imagen y corrieron a refugiarse a los brazos de
la derecha más cavernícola que encontraron (como, por ejemplo, Colombia, y ¡Ups!
México)
No
me atrevo a dar un juicio sumario, ni para bien ni para mal, del presidente
Hugo Chavez. Ya hay suficientes analistas de bolsillo despotricando contra él o
sahumándolo en las redes sociales, los medios de comunicación y en las calles.
Creo que, al final, será su pueblo el que emitirá el juicio definitivo. Serán
los venezolanos quienes definirán si la revolución Bolivariana que inició el
recién finado es el camino correcto para ellos, o si mejor buscan uno alterno,
ya sea de la guía de otras naciones o confiando en su propio juicio.
¿Qué
fue un dictador? Quizá… Eso parecería según la definición clásica del término. Sin
embargo, a mi parecer, fue un dictador muy atípico, pues llegó al poder por
medio de una elección popular, y que se refrendó en el puesto cuatro veces más por el mismo método. Que ganó en
unos comicios a los que se considera los más vigilados de la historia moderna,
y que en todos obtuvo una cómoda ventaja. Un dictador al que, hasta el momento,
no se le conocen ni masacres ni genocidios, y que más bien se dedicó a utilizar
los recursos naturales de su país para llevar educación y salud a los más
pobres habitantes de su nación; un dictador que, si bien cerró canales de
televisión y expropió medios electrónicos, lo hizo sólo después de que los dueños
de estos los utilizaran para llamar a dar un golpe de
estado, luego de que los comentaristas de estas televisoras dijeran, así
abiertamente y sin tapujos, que había que matar al presidente. Hasta donde sé,
ninguno de estos locutores fue encarcelado, torturado o fusilado.
(Ni
ninguno de los dueños de estos medios).
Quizá
Chavez cometió el terrible error de gobernar por casi quince años, de 1998
hasta el día de hoy (y que, eso sí, pensaba seguirse un rato más). Para muchos
de los bienpensantes que ahora despotrican contra él, este simple hecho lo hace
de inmediato inquilino del panteón de la infamia. Tal vez, si repasaran un poco la
historia se darían cuenta de que los forjadores de las naciones actuales, los
grandes estadistas que le dieron forma al mundo moderno, también tuvieron
dilatados gobiernos. Ahí está, por ejemplo, Pedro el Grande, quien fue zar de
todas las Rusias por catorce años; también está Federico II de Prusia, llamado
el Grande no precisamente por sus medidas anatómicas, gobernante de su pueblo
por más de cuatro décadas. Y si quieren un ejemplo más democrático y cercano,
sólo tengo que mencionarles a Franklin D. Roosevelt, presidente por doce años
de los Estados Unidos, y que ganó, al igual que Chavez, cuatro procesos
electorales consecutivos.
Y
es que, esa tal señorita Democracia quizá está muy sobrevalorada. En estos días es
casi una blasfemia decir que hay otras formas funcionales de gobierno
además de ella, pero lo cierto es que,
por lo menos en el caso mexicano, no ha sido demasiado eficaz. Luego de doce
años de flamante alternancia, luego de los dos gobiernos ultrademocráticos de Vicente
Fox y Felipe Calderón, nuestro país cuenta con quince millones más de
miserables y más de cien mil muertos debido a la consabida “guerra contra el
narcotráfico”. Mientras que en ese periodo, en la dictatorial y bolivariana Venezuela, oiga usted, se alfabetizó a dos millones de personas en pobreza
extrema, se llevó atención médica a las zonas más depauperizadas del
territorio y al mismo tiempo se mantuvo la economía en superávit.
Pero
era un dictador, no lo olviden.
Pienso que, en el fondo, lo que las oligarquías, las clases medias latinoamericanas, Estados Unidos, España y tantos otros no le perdonan, ni le perdonarán al Comandante Chavez es que cometió el enorme pecado de ponderar a los más humildes, a los negros, a los pobres. De empoderizarlos, de mostrarles que podían determinar su propio camino. Él mismo, mulato y pobre de origen, se atrevió a decirles que eran importantes, a ponerlos como prioridad en un país en donde, hasta el momento de su mandato, los únicos que tronaban los chicharrones eran los criollos, los rubios terratenientes, y los extranjeros. Mire usted que descaro, que insolencia, decirle a esos descalzonados que eran importantes, tratarlos como ciudadanos, y no como mano de obra barata. Eso es socavar los principios sagrados del mundo occidental y del libre mercado.
Por eso es que decimos: Chavez, qué tirano eras.
En próximos
días, el pueblo hermano de Venezuela tendrá que tomar decisiones importantes.
Espero sinceramente que sean las mejores para su futuro. Sólo quiero agregar
que, en efecto, y por si aún no se habían dado cuenta, me simpatizaba Hugo Chavez y me duele su muerte. Y esta postura
es por una cuestión demasiado simple: siempre me ha caído a toda madre el
chiquilín que se le pone al pedo al abusón de la cuadra.
Hasta
siempre, Comandante.
Omar Delgado
2013
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