¿No me tienes confianza, Carlos Loret?
La verdad es que, después de ver De panzazo, documental de Juan Carlos Rulfo y Carlos Loret de Mola, no pude
sino pensar lo anterior.
Elba
Esther Gordillo, líder magisterial del sindicato nacional de trabajadores de la
educación (S.N.T.E), brilla con una luminiscencia putrefacta entre el mar de mediocres y oligofrénicos que llenan los
salones de la política mexicana. La neta, es tan, pero tan corrupta, y tan,
pero tan cínica, que hasta me ha comenzado a agradar. Es el único personaje
memorable por su crapulencia, por su gozosa malignidad, al único al que
verdaderamente sería meritorio hacerle una novela, una ópera o una película. Elba
Esther alcanza por sí misma dimensiones shakesperianas; es un Ricardo III con
traje sastre Gucci.
Piénselo
usted, apreciado lector: La Maestra, como es llamada con admiración mal
disimulada es, con mucho, la persona más poderosa del país. Ni siquiera el
presidente tiene tal capacidad de influencia. Elba Esther controla alrededor de
tres millones de personas de manera absoluta, con potestades que serían envidia
de cualquier reyezuelo. Lo que ella ordena, sus agremiados lo hacen, por lo que
es prácticamente gobernante de un país de millones de habitantes (el SNTE) que
está incrustado dentro de otro (México) como un tumor dentro de un organismo
que intenta sobrevivir. Más aún, estos tres millones de súbditos —no
podemos llamarlos de otra forma—, son maestros, es decir, personas altamente
capacitadas —para la grilla, no para dar clases—, preparadas y profundamente
ideologizadas que, además, siguen una estructura de mando vertical. Si usted,
amable lector, aún no puede visualizar las implicaciones de lo anterior, le
recuerdo que en muchas comunidades aisladas del México profundo, el maestro es
quizá la única persona capaz de leer, hacer cuentas, o presentar peticiones
ante el municipio. En otras palabras, Elba Esther tiene a su disposición un
ejército de millones de personas que ante la más mínima orden pueden iniciar
revueltas y levantamientos por todo el territorio nacional. Es decir, ella
sostiene el cerillo en un páramo empapado de gasolina.
Sin
embargo, a la Maestra, como a los verdaderos hombres y mujeres de poder, no le
interesa la violencia, sino que prefiere los arreglos entre caballeros (o entre
ella y los caballeros). Ella es experta en negociaciones en donde el beneficio
es mutuo —aunque, por supuesto, mayor para ella que para su contraparte—. No
por cualquier cosa, y según el mencionado documental, tiene a su disposición
casi una tercera parte del presupuesto nacional, del cual, más de noventa por
ciento se va en sueldos y salarios —o sea, en pagar a los súbditos de su
pequeño principado—; también es la que controla casi totalmente la secretaría
de educación pública (S.E.P). y la Lotería Nacional. A su favor, tiene ese
ejército de millones de maestros que pueden incidir en cualquier elección o
proceso político. Ella es, verdaderamente, el fiel de la balanza a la hora de
elegir presidente, diputados, senadores, y en general, todo lo elegible en las
urnas. En el 2000 ella no prestó su apoyo a Francisco Labastida y, como
consecuencia, ganó Vicente Fox; el S.N.T.E y su maquinaria electoral
accionaron a favor de Felipe Calderón en
el 2006, lo que ayudó a imponerlo como presidente con las trágicas consecuencias
que todos conocemos. Y ahora, en el 2012, parece que la maestra sigue
subastando su amor. Veremos a quién se lo otorga.
Muchos
la han querido derribar: desde Ernesto Zedillo hasta el defenestrado Roberto
Madrazo, pasando por supuesto por la actual candidata presidencial, Josefina
Vázquez Mota. Ninguno lo ha logrado. La Maestra incluso se ha dado el lujo de
echarse unas vencidas con la gran enfermedad de nuestros tiempos, el cáncer,
saliendo airosa como sólo lo pueden hacer las malas hierbas. La Maestra tiene
la resistencia de los grandes monstruos del cine y la literatura: por más que
le disparen, sigue avanzando.
Elba
Esther lo tiene todo, hasta la pinta villana. A diferencia de otras figuras de
la política nacional como la mencionada Josefina Vázquez Mota —quien oculta su
profundo rencor y gran ambición detrás de su pinta de madre abnegada—, o Felipe
Calderón —cuya apariencia de contador fracasado poco honor hace a su hediondez moral—, la ojetez de la maestra es inocultable. Su hermoso rostro tiene matices lovecraftianos que
haría que cualquier habitante de Insumouth se le tirara a los pies e, incluso
puedo aventurar que entre sus dedos llenos de anillos se pueden adivinar los
rastros de membrana con los que nació. Verla
da miedo; escucharla, nos provee de material para nuestras pesadillas.
Pero,
sobre todo, quiero ser Elba Esther Gordillo por que ella está plenamente
consciente del papel que cumple en la sociedad mexicana, uno que ni siquiera
los discursos seudomoralizantes tipo De panzazo, pueden ocultar. Ella sabe
que al degradar la educación pública mexicana está protegiendo al status quo del que forma parte. Ella
sabe que lo que menos le interesa a la oligarquía nacional es crear empleos o
generar industria, entonces ¿Qué utilidad tendría una población altamente calificada?
Elba Esther sabe que educar al pueblo de México sería un error garrafal. Lo ideal
es mantenerlo en el estado de
embrutecimiento en el que se encuentra sumergido gracias a ella y a Televisa/TV Azteca: sin posibilidades de
comprender el texto más sencillo, con dificultades para hacer las operaciones
aritméticas básicas, sin las herramientas cognitivas que le permitan pensar que
esta realidad puede ser modificada. Elba Esther sabe muy bien que es preferible
tener a millones de gentes semianalfabetas procilves a ser manipuladas por el poder y los medios de comunicación a multitudes ilustradas que sepan pedirle
cuentas a sus gobernantes. Capaz y nos hacen una primavera árabe…
Y
sólo por eso, por la necesidad que cumple de contendor social, de lobotomizadora
masiva de las nuevas generaciones, Elba Esther seguirá vigente por otros cuantos
sexenios.
Eso
ella lo sabe. Por eso se ríe.
Omar Delgado
2012
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