jueves, octubre 20, 2011

ORANGUTANES EN FRECUENCIA MODULADA

¡Es que no es posible, señores radioescuchas...!

Hoy por la mañana, buscando algo decente que escuchar en el radio, me encontré con uno de esos simios a los que los medios de comunicación tienen a bien acercarles un micrófono. El chimpancé de marras, cuyo nombre no retuve ―para mi fortuna―, despotricaba en contra de un grupo de manifestantes que  había ingresado a las instalaciones de la Bolsa Mexicana de Valores, proclamándose  Los indignados mexicanos. “Es verdaderamente risible”, comentaba el homínido “que estos ociosos se nombren como un movimiento legítimo que en España y en Estados Unidos tiene razón de existir.  Es notable que estos señores no tienen ni  idea del contexto internacional en el cual se está dando el fenómeno de los Indignados. Hay que recordar que en España existe desde hace tiempo una pavorosa tasa de desempleo y en Estados Unidos la población está descontenta por las medidas que el presidente Obama ha instrumentado para el rescate de los bancos y organismos financieros en demérito del bienestar de sus gobernados”.
Así, con esas palabras. Este chimpancé con gafete de comunicólogo hablaba como si en nuestro país no existieran causas legítimas de enojo social, como si aquí no hubiera una tasa de desempleo cercana al 5%, un crecimiento económico liliputense y nunca hubieran existido Fobaproas ni rescates carreteros. Este señor ―me voy a permitir la cortesía de llamarlo así―, al  mismo tiempo que apoya y comprende las causas que llevaron tanto a gente de otras latitudes  a manifestarse, critica a quienes se les equiparan en México, como si aquí la situación económica y laboral estuviera boyante y los indignados autóctonos  no fueran sino ninis aburridos y profesionales de la protesta que entraron a la BMV con el único fin de sacarlo de sus casillas. Pero, por supuesto, no paró ahí: “Estos señores deben de comprender que lo único que te saca de crisis es el trabajo. Sí, doce horas de trabajo efectivo, no de aquel en el que sólo vas a llenar un lugar. De trabajo creativo, de resolución de problemas, de hacer que pasen las cosas. No hay crisis que aguante eso…” Fue ahí cuando tuve que cambiar la sintonía, temeroso de que al fondo se escuchara una ovación como de iglesia pentecostal.
Debo decir que, aunque me hubiera fijado en el nombre del locutor, no lo mencionaría por una razón: su identidad, en realidad, no importa, pues en el fondo es legión. Si por alguna razón masoquist nos pusiéramos a sintonizar, uno a uno, los noticieros radiofónicos matutinos, nos encontraríamos con voces que repetirían (incluso con las mismas palabras), los conceptos que tan vehementemente defendió el orangután del ejemplo: en México vamos bien, hay empleo y oportunidades. No hay razón para la protesta, quienes se manifiestan son acarreados  a los que seguramente algún lidercillo convenció con una torta y un frutsi; estamos ganando la guerra contra el narcotráfico, y quien disiente, seguramente es un ignorante o está coludido con los narcos… Voces tan iguales que ni siquiera vale la pena recordar sus nombres.
Sin embargo, estas mentes monocordes cumplen con su función como cajas de resonancia de los valores y conceptos de cierto segmento social en México, más númeroso de lo que se pudiera pensar: la clase media.
Los grupos sociales se cohesionan a través de valores compartidos, y estos, necesariamente, tienen que entrar en contraposición con los valores de otras comunidades o núcleos. Por supuesto que, debido a estas diferencias, los miembros del otro grupo entran por default  en la categoría de enemigos, y por lo tanto, es necesario someterlos o ―en casos muy extremos―, exterminarlos. Cuando estos dos grupos opositores  son parte de un grupo más grande al que ninguno puede renunciar―digamos un país―, la cosa se pone grave, pues llegará un momento en que la confrontación pase de las palabras a los hechos hasta que uno prevalezca sobre el otro.  En ese sentido, el proceso electoral del 2006 fue definitorio para la vida nacional, pues a partir de ahí se conformaron dos grandes bloques irreconciliables: los que piensan que México es un país justo, próspero y bien gobernado, y los que asumen que al país lo dirige una camarilla de oligarcas quienes, encarnados en sus instrumentos de cohesión y control ―partidos políticos, aparatos punitivos, medios de comunicación―, trabajan por sus propios intereses en prejuicio de quienes no pertenecen a su círculo inmediato. En ese año los viejos fantasmas del clasismo y la segregación se hicieron presentes, y se reedito el discurso de división de castas que tan caro fue durante los trescientos años anteriores a la independencia ―y un buen rato después―.  Una vez más, son los criollos ―sus descendientes ideológicos, y en algunas ocasiones, incluso biológicos― quienes parten el queso para dejar  que los mestizos y los indios laman el plástico en el que estaba envuelto.
Lo paradójico es que un grupo bastante numeroso de mestizos e indios, en lugar de salir a protestar y frenar los abusos de los que son objeto, se  dedican a defender los valores de la clase dirigente, creando una especie de rompeolas que protege a los miembros de la oligarquía  de la masa empobrecida. Quizá esperando que algún día haya un pedacito de queso en la envoltura que les dejan lamer, los mestizos e indios de los que hablo sostienen el aparato ideológico del poder al tiempo que denostan a quienes  piensan distinto. “…Esos pinche huevones del SME los deberían de poner a trabajar”, “Ojalá y a los acarreados de la marcha les manden a los granaderos”, “Es que ese loco del Peje y sus Pejezombies, y Noroña, y Bejarano…”  Paradójicamente, son  aquellos a los que atacan precisamente quienes defienden sus intereses ya sea de manera directa o indirecta.
Y es que esos mestizos e indios de los que hablo, quienes de seguro aplauden las gracejadas de homínidos como el que escuché en la mañana y las corean mientras conducen sus autos adquiridos a pagos con rumbo a sus oficinas, muy en el fondo intuyen que las luchas de los Ocupa Wall Street, los indignados, los estudiantes chilenos (con líder marxista superstar incluida), son tan válidas como el movimiento lopezobradorista, los plantones del Sindicato Mexicano de Electricista, las movilizaciones de los mineros de Cananea, las manifestaciones de Mexicana de Aviación, la insistencia de los padres de la Guardería ABC y cada vez más etcéteras.  Es sólo que estos mestizos e indios acriollados jamás aceptarán la legitimidad de esas luchas por una sencilla razón: eso les crearía la obligación moral de actuar, y eso, no, señor, no se puede.  ¿Cómo nos veríamos nosotros, que somos gente de bien, trabajadora, winners self-made-men and women, marchando entre tanto muerto de hambre que tuvo la desgracia de ponerse entre los engranes del progreso y los buenos negocios… No, no ¿Qué visiones serían esas?
Por eso, es mejor a seguir aplaudiéndole a los chimpancés hertzianos (mientras tengamos empleo para pagar los abonitos del coche con radio, but of course).

Omar Delgado
2011

1 comentario:

Sandro Cohen dijo...

Ojalá fuéramos un país de clase media. Eso me tranquilizaría porque significaría que todos tenemos acceso a una buena educación y posibilidades de movilidad social. Estamos alejándonos de ese ideal, que no es excesivamente ambicioso aunque positivo.

La misma esquizofrenia política que aquí vivimos se experimenta también en otros países, donde los oligarcas han convencido a los que apenas sobreviven, de que les va bien y de que les iría muy mal con los "demagogos" de la indignación.

El problema específico de México es que algunos grupos opositores son el reflejo deforme de sus opresores. Siguen viviendo los años 60 y 70. Aún respiran la Guerra Fría. Vaya, están peleando en una arena que ya no existe. La izquierda necesita transformarse, rejuvenecer. La meta inmediata, y también de largo plazo, es una buena educación para todos, empezando en el kínder y con los maestros. Nuestro nivel educativo ha caído tan bajo que pocas esperanzas tenemos de salir de país de mano de obra barata. Eso sí me preocupa mucho más que los eslóganes de izquierda y derecha.

El SME es emblemático del problema. Fue un sindicato no solo tolerado sino apapachado por el sistema que ahora combate. Formó una simbiosis curiosa que permitió toda clase de corrupción. Mientras defendió los intereses de sus agremiados (cosa buena), por otro lado gozó de los privilegios de ser un apéndice de un monopolio ineficiente y anquilosado.

He aquí, tal vez, el problema de fondo: vivimos en un país de monopolios donde se teme a la competencia. Esta premia a los más capaces, los más ágiles, los que mejor se adaptan a las necesidades reales de quienes viven en su entorno. Los monopolios premian a los incondicionales que reparten el botín a su gusto, y si quieren. Estos son los homínidos a que te refieres.

Aquí me despido, mi querido Omar, porque tengo que ir a dar clase a los suertudos que alcanzaron lugar en la UAM.