miércoles, septiembre 07, 2011

LAS CULTAS CALLES DE ROGELIO FLORES





En ese cajón de sastre que es el subgénero del realismo sucio pueden diferenciarse dos escuelas principales: por un lado, las narrativas autoreflexivas y sombrías, de final abierto que podrían llamarse Carverianas, y las celebraciones a la jodidez y al valemadrismo que tan bien supo contar la pluma de Bukowsky. Tanto en unas como en otras subyace una gran cantidad de amargura, sólo que, mientras que las primeras se vanaglorian de ella, las segundas la ocultan detrás de una risa sardónica y varios envases vacíos de cerveza.
            Se puede considerar una tercera categoría: la del jodido al que no le pesa su condición y que pone en juego sus más refinadas artes del engaño y la tranza para salir adelante en el día a día citadino: no finge desinterés como los émulos de Bukowsky ni se azota como los de Carver; no se lamenta ni se siente orgulloso de su condición de superviviente, sino que únicamente da cuenta de ella.
            Este último enfoque es, curiosamente, el más antiguo, pues surge directamente de las novelas de picaresca española. Mientras que los dos primeros deben sus características a su origen norteamericano, la tercera es puramente latina. Quizá por eso la diferencia de tono, pues tanto las ficciones Bukowskianas y Carverianas están situadas en un ambiente en donde, por lo menos en teoría, es posible escapar de la sordidez y dejar de ser looser, la tercera categoría tiene como escenario una sociedad en donde lo jodido es patente de corso, en donde no hay más opciones de existencia, por lo que no vienen al caso ni las actitudes autocompasivas propias de Carver ni las bravatas de cínico fingido de Bukowsky. En otras palabras, en este último enfoque del realismo sucio no hay amargura simplemente porque no existe paraíso perdido que añorar.
            Rogelio Flores (Ciudad de México, 1976), y sus personajes pertenecen a esta última categoría de pícaros. Sus cuentos son celebraciones de lo marginal, carcajadas de lo sórdido. A sus personajes se les aprecia incluso una vena épica en el sentido de que cada uno de ellos es heroico en su aguante, en su estoicidad, en su capacidad de agandallar a los demás, en su generosidad de puta buena. Su primera colección de cuentos, Adiós Princesa (Ficticia, 2005), se caracteriza por ese espíritu veinteañero que navega por lo marginal, no como turista, sino como habitante e hijo de las tenebras urbanas; en sus páginas vibra esa rebeldía necesaria para la supervivencia de los paridos de la calle, de aquellos a quienes todos, menos el asfalto, les han vuelto la espalda. Desde el adolescente ciego que se rebela contra su maestro hasta el offcie boy que rasca en su pecho hasta encontrar su lado salvaje, pasando por el chichifo de la guarda o la princesa de genes casi-divinos que deambula en Garibaldi, todos los personajes de Flores tienen algo de semidioses, de Perseos y Sigfridos de las calles para los que la vida no es una rutina, sino la renovación diaria de su mito personal. 

           
 
Ese mismo enfoque que se degusta en Adiós Princesa vuelve en Rocanrol suicida (Versodestierro, 2011), más añejado y robusto. En la segunda de sus compilaciones de cuentos se pueden apreciar a protagonistas más viejos, conscientes de los efectos del paso del tiempo, que tienen aire de príncipes exiliados, de reyes depuestos por alguna súbita rebelión. No es azar que la mayoría de los personajes de Rocanrol ya sobrepasen la treintena y se muevan en la noche como tapires viejos que olfatean a los nuevos predadores, más sanguinarios y rápidos; son ellos guerreros ya descascarados, boxeadores viejos y anquilosados que intuyen la caída que les espera.
            En Adiós…, pero más claramente en Rockanrol… , se percibe que los relatos de Flores, más que ser cuentos en sí, pudieran ser parte de una narrativa más grande ―quizá una novela―, sin embargo, esto de ninguna manera les reta mérito. Muy por el contrario, son como aquellos rostros tallados de los retablos barrocos que, si bien al verlos de manera individual se intuye que pertenecen a una obra mayor, son, en sí mismos, un prodigio de detalle y perfección.
Muy estimable la obra de Rogelio Flores. No hay que perdérsela. 

Omar Delgado
2011





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