El infierno, lugar del eterno tormento, metáfora gastada por sobreexposición a la banalidad. Todo se puede llamar infierno: desde una mala relación de pareja hasta la problemática urbana, pasando por la política en todas partes del orbe. Cada persona tiene uno propio y, al igual que el paraíso, cada quien le pone su propia medida, lo “personaliza” de acuerdo, ya no a su moral, sino a sus preferencias de consumo (Mi infierno es una
interminable fila en cualquier dependencia pública, diría alguien. Otro lo conceptualizaría como una eterna fiesta de bodas de oro de los suegros).
Todas las culturas, en todas las épocas, han tenido visiones de un lugar a donde se dirigen sus muertos; podríamos llamar a estos lugares “Inframundos”. El concepto de infierno es más complejo y que aparte de sus características como morada en la muerte tiene carácter punitivo, es un lugar de castigo y sufrimiento, e inclusive, de purificación. No todas las sociedades han tenido un concepto semejante, sino que son contadas y tienen características muy específicas.
La morada de los muertos.
Un concepto arquetípico, presente prácticamente en todas las culturas y en todas las épocas, es el de la división del universo en tres niveles o estratos; siendo el primero la habitación de las entidades superiores o más evolucionadas que el hombre mismo[1].
El segundo era el estrato medio, el mundo habitado por la humanidad, en donde los dioses de la naturaleza eran los regentes, aunque las entidades de las otras capas interaccionaban, en menor o mayor medida, en dicha capa intermedia. Finalmente la capa más baja era, por lo general la habitación de los muertos o de las entidades “inferiores” al hombre; las criaturas y espíritus caídas (os) de la gracia divina. Cabe mencionar que estas últimas, en muchos de los casos, no debían su condición a una falta moral, sino a muchos factores, en los que no estaba exento el mero capricho de las divinidades “superiores”.
Estos niveles o estratos siempre eran consagrados a una deidad principal, cada una de estas con igual jerarquía con respecto a la otra: Para los griegos la triada Zeus (Cielo), Pan (Tierra, naturaleza), Hades (Inframundo); para los Egipcios Nut (Cielo), Geb (tierra) y Osiris (Mundo inferior). Ninguno de estos dioses tenía carácter de maléfico, ni ninguna de estos mundos tenía resonancias infernales, sino que todas eran deseables y todas eran necesarias para el equilibrio del cosmos.
Geografía del otro mundo.
Para las culturas antiguas, cuya existencia de la morada de los muertos era indudable, esta tenía una localización física bien definida. Su posición en el mundo variaba dependiendo de los preceptos cosmogónicos de cada sociedad, y estos son determinados por factores tanto religiosos como sociales.
Por principio, todas las religiones y mitologías sitúan su mito generador en un lugar, donde se localizaba el paraíso y tiempo primordiales, o bien donde inició la creación del universo. Es en este sitio sagrado en donde se encuentra el santuario más importante. (
El inframundo, y el infierno por consiguiente, serán las regiones donde, por definición el caos es absoluto y por tanto, estarán lo más alejado posibles del punto primordial: serán los antípodas, del centro primigenio de la civilización. Debido a que todas las culturas tienen su epicentro primigenio en un punto geográfico bien definido (Tanto en términos reales como míticos), su infierno-inframundo tendrá también una localización concreta. Esta puede ser las entrañas de la tierra, las tierras desérticas no exploradas, etcétera.
En algunas culturas, dicha localización del inframundo-infierno se relaciona a un punto cardinal. Entre los egipcios existía la dualidad Horus-Seth; mientras el primero era el dios benévolo del sol, que vivía al norte del imperio, lugar del los fértiles valles del Nilo, Seth era el maléfico númen que vivía en el sur, hacia donde se extendían los desiertos rojos donde radicaban las tribus salvajes. En esa dirección, se extendían los peligros más latentes (reales y míticos) que ponían en juego la supervivencia de la civilización de los faraones[ii]. Para los sumerios/ asirios, el demonio Pazuzu se manifestaba en un viento que provenía del norte y que erosionaba los suelos, quemaba las cosechas. Así, el norte para las civilizaciones que se originaron en Mesopotamia pasó a ser la región infernal, el terreno infestado de demonios; el dominio de los muertos[iii]. Hablamos otra vez de un peligro mítico (Pazúzu), asociado a un peligro real (La sequía, la plaga), relacionados ambos a una región alejada de los centros civilizatorios y creacionales.
En las culturas mesoamericanas del altiplano la ciudad fundacional-mítica era Tollan, llamada Teotihuacan[2] por los Mexicas, ahí fueron creados el sol y la luna, que comenzaron a moverse por el autosacrificio de los dioses. Dicha ciudad fue la capital de la cultura Tolteca, la civilización ejemplo e ideal de los subsecuentes reinos del valle de México.
A pesar de Al norte de Teotihuacan se localizan los inmensos desiertos del norte de Mesoamérica, cuna de las tribus salvajes y nómadas llamadas Chichimecas[3] cuyas invasiones finalmente ocasionaron la caída de la civilización tolteca. Por tanto, para la gente del altiplano y de la zona lacústre de Anahuac, el norte pasó a ser el lugar de los muertos, dominio del dios Tezcatlipoca, y donde residían los vientos maléficos. La teogonía Azteca-Mexica finalmente localizó al Mictlán, el lugar de los muertos, en algún punto de los desiertos del norte de Mesoamérica.
El infierno judeocristiano, que finalmente se impuso en la cultura occidental, comenzó siendo un páramo cerca de Jerusalén, en Palestina[4]. Sin embargo, la teología cristiana pronto situó al reino de Dios en el cielo. Por tanto, su contraparte infernal quedó localizada en el centro de la tierra, el punto más alejado del paraíso prometido, y de la ciudad sagrada. El refinamiento en la arquitectura, la localización y la distribución del averno católico se daría poco a poco, durante los dos mil años posteriores al nacimiento de Jesús.
El castigo y la culpa. Del inframundo al infierno.
Para que la idea del infierno floreciera hicieron falta dos factores: la creencia en una residencia de los muertos y la creencia en que la conducta de los vivos influía o determinaba su suerte después de la muerte. Se puede afirmar que todas las religiones antiguas tienen como concepto un lugar de la muerte, en algunos casos más de una, dependiendo de los conceptos cosmogónicos particulares. Cada cultura y cada sociedad se sustentan en un cierto corpus de valores, y dichos valores son los que definen el destino de los finados. Para los Escandinavos, el valor Máximo era la guerra, y los guerreros muertos en batalla eran llevados al Valhala, donde compartían mesa con su numen principal, Odín, y participaban por la eternidad en combates. Para los difuntos menos ilustres, que no habían alcanzado el honor de la muerte en batalla, se reservaba el Hel, en donde las almas residían en un recinto lóbrego y helado. A pesar de sus claros referentes, este Hel no puede ser considerado infierno, pues no hay elementos activos de sufrimiento y tortura; solo frío, y olvido. Muy similar es el inframundo de las culturas precolombinas: el Mictlán es una de las cuatro mansiones de los muertos, ubicada al norte de la meseta central, y es un lugar de frío eterno. Las almas que llegan a él no lo hacen por su conducta terrena, sino por la causa de su muerte: los guerreros caídos en batalla, las mujeres muertas en parto y los sacrificados en la piedra ritual van al Tonatiuh calli, la casa del sol; los que mueren por alguna causa relacionada con los dioses del agua (Ahogados, impactados por el rayo, gotosos), van al paradisíaco Tlalocan; los niños pequeños van a una especie de limbo, con un árbol que derrama leche, esperando renacer; los muertos del montón, cuya muerte no es sagrada, van a las salas del Mictlán. Este lugar, aún con su carga siniestra, es simplemente un espacio en donde las almas de los difuntos tienen una existencia larvaria, bien esperando renacer, bien esperando la extinción.
Algunas culturas veían la muerte como algo anómalo y perverso; por tanto, las mansiones de ultratumba tendían a ser oscuras y tristes. Si bien los Asirios ya pensaban el mundo de los muertos como un reino de sombras visitado por Gilgamesh en su epopeya, son los griegos los que afinan el concepto de la morada final lóbrega: el Hades griego (Y el Tártaro romano, por contagio), retratado por Homero en La Odisea, cuando el héroe va a consultar a la sombra del profeta ciego Orestes. Ahí, una vez más, se aprecian elementos del futuro infierno: la laguna Estigia, el Barquero, el guardián de los infiernos (Cancerbero) y un Dios de los muertos oscuro como lo es Hades.
Muy pocas son las culturas precristianas que conciben un lugar de castigo eterno para los pecadores o transgresores. El infierno, patrimonio casi exclusivo de las religiones monoteístas (Judaica, Islámica, cristiana), también está presente en las sociedades cuya religión tiene un férreo control sobre las esferas política, social y cultural de las mismas. Un caso es la religión Egipcia antigua, en donde al morir el alma del difunto era juzgada ante Osiris, el dios de los muertos. El juicio consistía en lo siguiente: el alma era llevada ante la presencia del dios de los muertos y de la diosa de la justicia, frente a ellos su corazón era puesto en una balanza, con una pluma de avestruz, símbolo de la verdad, en el otro platillo del instrumento. Si el corazón era más pesado que la pluma, el espíritu era devorado por un monstruo. La suerte del alma del pecador es ambigua, pues si muchas de las fuentes citan el destino mencionado (las fauces del monstruo, símbolo de la tierra y alegoría de la descomposición corpórea, contraria a la preservación del cuerpo por medio de la momificación), el ciclo de Setna (Personaje histórico-mítico, hijo de Ramses II, que vivió entre los años
(Continuará...)
Omar Delgado
2009
[1] Aquí es importante recalcar que dicha “superioridad” o “evolución” no estaba relacionada con la conducta de dichos númenes, sino con su jerarquía en el universo. Estos dioses/númenes podían ser “buenos” o “malos”; “Puros” o “impuros”.
[2] En Náhuatl significa: “donde los dioses nacen”
[3] En Náhuatl significa: “gente que habla como perro”
[4] Dicho punto se verá más adelante, con detalle.
[i] Mircea Eliade “El mito del eterno retorno”, p.p. 19. Alianza Emecé.
[ii] Jeffrey Burton Russel “El príncipe de las tinieblas” P.P. 30. Edit. Andrés Bello.
[iii] Ibid. P.P. 32-33
3 comentarios:
Pos pa ser ensayo de un ensayo, está muy bueno. Un saludo, mr Disaki
Don S3co:
Muchas gracias por su comentario. Ahí le ando trabajando a la segunda parte que espero que también le guste.
Luego nos leemos.
Muy interesante! gracias por el post. Ahora mismo me estoy yendo a leer la segunda parte.
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