Desde hace días he estado pensando en un proyecto que, además de ser lucrativo, sería de una gran utilidad social: el Coco a domicilio.
Todos hemos sufrido los estragos de un niño malcriado: en la calle, en el cine, en el supermercado. Por lo menos una vez en la vida hemos presenciado el patético espectáculo de algún mocoso al que su madre no ha querido comprarle un dulce –o un juguete, o un cachorrito, o una sierra eléctrica, o una ojiva nuclear… o cualquier pendejada que se le haya antojado al monstruito-, y que debido a esto inicia una pataleta. Todos nos acordamos de algún chamaco retorciéndose como víbora atropellada en el piso, babeando y chillando al tiempo que la abochornada madre trata de calmarlo con débiles argumentos. “Ándale, mi hijito, es que sabes que no tengo dinero”, “por favor, Pedrito, es que…”, “Me apenas, hijo, compórtate…”
Ahora, imagínense que, en ese preciso momento, llegara un tipo malencarado, sin rasurar sucio y maloliente, con rostro de carnicero, de mandil manchado en sangre, aliento putrefacto y arrastrando un saco – o sea, alguien muy parecido a mí-, que se acercara a la atribulada madre sin dejar de ver al crío.
- Disculpe, señora –diría el hipotético esperpento-, me presento: soy el robachicos (o el coco, o el sacamantecas, o el boogeyman, o cualquier espantajo de su preferencia), que se lleva a los niños maleducados ¿No se le ofrece nada?
(Ya para estas alturas el escuincle habrá dejado de llorar y tendrá sus prepúberes testículos en el lugar de las anginas. Aquí es buen momento para que el Coco a domicilio tire un gargajo sanguinolento, se sorba el moco o emita una carcajada siniestra. La madre, quien ya previamente habrá recibido información del servicio en un folleto, le seguirá la corriente)
- Pues no sé, señor –la madre verá con cierto desdén al niño-, fíjese que casi no me causa problemas, pero ahorita sí se puso muy caprichoso…
-
- Ándele… -respondería el espantajo-, me lo llevo como promoción, y además le regalo una taza térmica para su café.
-
- Suena muy atractivo…
(Ya en este momento el chamaco estará soldado a las pantorrillas de su madre con el pantalón mojado. Seguramente estará suplicando por su vida y prometiendo que ya no hará más berrinches. En este momento, la antes atribulada madre lo observará meditabunda, y el Coco a domicilio insistirá).
- Además, hoy como es miércoles, estamos al dos por uno: me puedo llevar a éste –señala al infante de marras-, y a cualquiera que usted decida, ya sea un sobrino, un ahijado o el hijo de alguna vecina.
-
- Vaya, es muy tentador –la madre fingirá pensarlo-, pero por el momento no, señor. Se lo agradezco.
-
- Bueno, señora –el espantajo le extenderá una tarjeta-, si lo piensa buen, estoy a sus órdenes en ese número. 24 horas, 365 días al año.
-
Aquí es cuando el Coco a domicilio se aleja por la calle, volviéndose de cuando en cuando a soltarle una torva mirada al berrinchudo. ¿Saben cuando ese mocoso volverá a hacer una rabieta? Nunca. Y si alguna vez quisiera volver a intentarlo, bastará con que la madre, sin decir palabra, le enseñe la tarjeta del Coco para sofocar cualquier intento de berrinche.
Esta es una idea registrada que actualmente estoy promoviendo ante distintas instituciones públicas y privadas. En este momento también estoy en casting, buscando hombres y mujeres talentosos que la puedan hacer de espantajo. Si usted está interesado en ser el Coco, sólo deje su teléfono en los comentarios.
Omar Delgado
2008
Todos hemos sufrido los estragos de un niño malcriado: en la calle, en el cine, en el supermercado. Por lo menos una vez en la vida hemos presenciado el patético espectáculo de algún mocoso al que su madre no ha querido comprarle un dulce –o un juguete, o un cachorrito, o una sierra eléctrica, o una ojiva nuclear… o cualquier pendejada que se le haya antojado al monstruito-, y que debido a esto inicia una pataleta. Todos nos acordamos de algún chamaco retorciéndose como víbora atropellada en el piso, babeando y chillando al tiempo que la abochornada madre trata de calmarlo con débiles argumentos. “Ándale, mi hijito, es que sabes que no tengo dinero”, “por favor, Pedrito, es que…”, “Me apenas, hijo, compórtate…”
Ahora, imagínense que, en ese preciso momento, llegara un tipo malencarado, sin rasurar sucio y maloliente, con rostro de carnicero, de mandil manchado en sangre, aliento putrefacto y arrastrando un saco – o sea, alguien muy parecido a mí-, que se acercara a la atribulada madre sin dejar de ver al crío.
- Disculpe, señora –diría el hipotético esperpento-, me presento: soy el robachicos (o el coco, o el sacamantecas, o el boogeyman, o cualquier espantajo de su preferencia), que se lleva a los niños maleducados ¿No se le ofrece nada?
(Ya para estas alturas el escuincle habrá dejado de llorar y tendrá sus prepúberes testículos en el lugar de las anginas. Aquí es buen momento para que el Coco a domicilio tire un gargajo sanguinolento, se sorba el moco o emita una carcajada siniestra. La madre, quien ya previamente habrá recibido información del servicio en un folleto, le seguirá la corriente)
- Pues no sé, señor –la madre verá con cierto desdén al niño-, fíjese que casi no me causa problemas, pero ahorita sí se puso muy caprichoso…
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- Ándele… -respondería el espantajo-, me lo llevo como promoción, y además le regalo una taza térmica para su café.
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- Suena muy atractivo…
(Ya en este momento el chamaco estará soldado a las pantorrillas de su madre con el pantalón mojado. Seguramente estará suplicando por su vida y prometiendo que ya no hará más berrinches. En este momento, la antes atribulada madre lo observará meditabunda, y el Coco a domicilio insistirá).
- Además, hoy como es miércoles, estamos al dos por uno: me puedo llevar a éste –señala al infante de marras-, y a cualquiera que usted decida, ya sea un sobrino, un ahijado o el hijo de alguna vecina.
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- Vaya, es muy tentador –la madre fingirá pensarlo-, pero por el momento no, señor. Se lo agradezco.
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- Bueno, señora –el espantajo le extenderá una tarjeta-, si lo piensa buen, estoy a sus órdenes en ese número. 24 horas, 365 días al año.
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Aquí es cuando el Coco a domicilio se aleja por la calle, volviéndose de cuando en cuando a soltarle una torva mirada al berrinchudo. ¿Saben cuando ese mocoso volverá a hacer una rabieta? Nunca. Y si alguna vez quisiera volver a intentarlo, bastará con que la madre, sin decir palabra, le enseñe la tarjeta del Coco para sofocar cualquier intento de berrinche.
Esta es una idea registrada que actualmente estoy promoviendo ante distintas instituciones públicas y privadas. En este momento también estoy en casting, buscando hombres y mujeres talentosos que la puedan hacer de espantajo. Si usted está interesado en ser el Coco, sólo deje su teléfono en los comentarios.
Omar Delgado
2008
3 comentarios:
Yo quiero ser Coco Chanel!!
y de buena gana haría un berrinche para que usted me llevara, Don sr. Espantajodemipreferencia -o sea, Don Lobo.
Un beso.
Soy Bere...sólo que me volví a cambiar de blog... ho ho ho!
Brujisima chula:
Tu serías un premio y no un castigo.
Los escuincles se volverían delincuentes juveniles nomás para que los visitaras en las noches.
Besos.
usted siempre tan halagador
lo extraño!!
un beso
=*
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