martes, mayo 22, 2007

Bovary Society

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Este señor se llamó Gustave Flaubert.

A pesar de que se parece a Pablo Morsa,en 1857 escribió una de las novelas capitales del siglo XIX: Madame Bovary. En ella, nos narra la historia de Emma, dama casada con un médico rural que busca vivir el amor como en las novelas (en las de folletín de su tiempo, no en las de Televisa), perdiendo familia, dignidad y vida en el intento.
Doña Emmita es de esa casta ilustre de adúlteras literarias a la que pertenecen Helena de Troya, Clitemnestra y Ginebrina, la esposa del rey Arturo. Sin embargo, a diferencia de ellas, no le pone el cuerno a su consorte por amor o por odio. Helena es parte de un perverso juego entre las diosas Afrodita y Hera; Clitemnestra se tira a Egisto para vengarse de su marido; Ginebrina cae rendida ante la gallardía de Lancelot. Doña Bovary fue mucho más prosaica, pues engaña a su marido llevada por la ilusión de vivir una vida llena de romance.
En general, el resumen de la novela sería el siguiente: Emma se casa con un médico rural, Charles Bovary, un hombre bueno, aunque algo soso. La señora se aburre de su vida de burguesa, y mata el tiempo leyendo libros en donde las heroínas viven tempestuosos romances con hombres gallardos y aventureros. Lady Bovary decide ser como esas mujeres literarias y vivir pasiones arrebatadoras. El matrimonio se cambia de pueblo, y conoce a León, un jóven e inexperto ayudante legal, del cual Emma se enamora platónicamente. El Leyeguelo obtiene una chamba en París y se va, dejando a Emma sumergida en la tristeza. Luego, llega Rudolph, un von vivant que adivina la aburrida vida de la Lady Bovary, y la seduce durante una feria ganadera. Emma se enamora del frívolo caballero, pero para él, su amante sólo representa un efímero pasatiempo. Cuando la relación se vuelve más intensa, Rudolph huye, dejando a Emma vestida, alborotada y destrozada. Quiere el destino que Emma Bovary y su mancornado esposo se encuentren con León, quien durante su estancia en París se convirtió en todo un zorro seductor que se las ingenia para darle su arrimón a Doña Emma. Durante sus aventuras, la señora Bovary se endeudó comprando vestidos, accesorios y perfumes con el fin de ser como esas heroínas aristócratas de sus novelas. Finalmente, le cae el chahuistle en forma del abonero que le vendía sus garritas. Desesperada por lo impagable de sus deudas y a punto de ser descubierta, Emma recurre a sus galanes, quienes la mandan de una patada de regreso con el doctor. Doña Bovary entonces decide tomar arsénico a puños, acabando con su vida y destruyendo la de Charles, su esposo, y la de su pequeña hija Bertha.
Lo triste de la historia es que, en realidad, Madame Bovary no amó a ninguno de sus dos galanes, sino que amaba la fantasía de ser una heroína romántica.


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Flaubert logró con Madame Bovary una de las metáforas literarias más logradas de nuestra sociedad postmoderna y enamorada de sí misma. La señora Bovary busca desesperadamente vivir las pasiones y los enamoramientos que leía en los libros (Así como Alonzo Quijano se convirtió en Don Quijote después de leer las novelas de caballería) tratando de huír del hastío y de la rutina. Nuestra sociedad tiene mucho de Bovary. Millones de personas andan por el mundo en pos de la ilusión de vivir la vida que se ve en los medios -cine, radio, la omnipresente televisión-, y muchos se endeudan hasta el cuello con tal de lograrlo. El hombre y la mujer comunes tratan de evadirse de su hastío existencial, producto de la enajenante rutina y de una falta absoluta de vida interna. Al igual que Emma, muchas personas se definen y valoran en relación a quienes los rodean, y no a quienes son; proyectan una imágen de la que están enamorados y gastan fortunas tratando de sostenerla. Los medios de comunicación, esos grandes mañosos, se la pasan alimentando ese deseo Bovariano de la gente: el hombre exitoso y seductor conduce tal coche, huele a tal loción, se pone éste traje; la mujer que busque ser amada necesitará seguir ésta dieta, comprar éste tinte de cabello, mostrar la sonrisa que le da aquel dentífrico. El resultado de todo esto son las cuentas sobregiradas, las hipotecas, las tarjetas de crédito bloqueadas... Y la desesperación cuando se pierden los ingresos.


Por que Emma no era una mujer apasionada: era una mujer vacua, sin vida interior, que se definía a través de los otros, tal y como tantos que caminan por la calle.

Lo bueno (¿O malo?) es que el arsénico ya no se consigue tan fácil.

Omar Delgado

2007

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Vaya que le viene como anillo al dedo este Ensayo, a la situación que pasa la nueva primera dama de la France. Lo cierto es que todos llevamos una Bovary dentro. Bueno, unos más que otros. Já, pero la superficialidad de la sociedad, sin duda, es quien la trae a cuestas.
Chingón tu ensayo.
Un abrazo carnal.

e!

Emmiux dijo...

Me ha gustado tu ensayo. Por cierto ya esta linkeado en mi blog.

Sandra Becerril dijo...

Depende para quien sea el arsénico... en realidad conozco mucha gente como ella, y recuerdo cuando leí esta novela... de repente me dio por querer ser así, pero etapa superada.

Besos y feliz semana

Anónimo dijo...

Me ha gustado tu análisis sobre la magnífica novela Madame Bovary y su paralelismo con los valores de la sociedad actual.
En la misma línea, recomiendo la lectura de Eugénie Grandet de Honoré de Balzac o La dama de las camelias de Alejandro Dumas II, entre otras muchas.
Estas novelas del siglo XIX son completamente atemporales y las reflexiones que se pueden obtener.
Un cordial saludo.

B West dijo...

mis tiempos de Bobary quedaron atrás!!

Donde anda señor?

Le extrañamos.