lunes, marzo 26, 2007

Despedida de un revolucionario

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Observa esta imágen.
Cuando yo la veo, no puedo dejar de conmoverme. Recuerdo (como si yo lo hubiera vivido), el momento en el que Lupito Posada los retrató.

Pienso en que ese pudo ser su último beso.
Probablemente, el hombre tenía el presentimiento de que la muerte le rondaba, de que en la siguiente batalla habría una bala que con su nombre. Fijate bien en como la besa, como si quisiera pasarle parte de su alma, como si quisiera impregnarla de él; vivir a través de la boca amada y sellarla para que nunca fueran capaces de besar a otros; descansar en esos labios tan queridos el sueño de los valientes.
Fijate en la mano del hombre, una mano áspera, grande, como esculpida en tepetate, acostumbrada al azadón y al machete; experta en tirar con la colt de su cintura; cansada de matar con la espada; hastiada de jalar la rienda de su alazán. Imagina esa mano forzada a bañarse en sangre tratando de acariciar la mejilla de la mujer, casi con verguenza, intentando no lastimarla ni mancharla. Ahora ve su otra mano, en el talle femenino, posesiva, tratando de jalarla hacia él, de hacerlo uno con él, de llevársela consigo.
Ahora, observa a a la soldadera. El brazo derecho colgando, abandonado a una viudez que ya comienza a sufrir; los pies en puntas, tratando de alcanzarlo; los labios laxos, recibiendo los enbigotados del revolucionario; Los ojos cerrados, tímidos, incapaces de ver de frente al amado, claurusados los párpados con furia, como si no quisieran que esa imagen -la última del revolucionario que su memoria retendría-, se le grabara en las pupilas -y en las más dolorosas: las del recuerdo-, La mujer lo besa con resignación, con ese amor agrio que se siente en las despedidas, con la convicción de que la proxima vez besará a un cadáver que tendrá que sepultar, al cual le tendrá que ocultar los hoyos del cuerpo, al que tendrá que amortajar con la misma cobija en la que retozaron.
Sí, este beso fue el último.
Por eso, siempre hay que besarse como ellos, sin que importe nada más en el mundo; finalmente, nunca sabemos cuando caeremos en el campo de batalla.
Omar Delgado
2007

1 comentario:

Anónimo dijo...

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