jueves, febrero 22, 2007

Gentes bien finas:La exposición de asesinos seriales

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Hay un edificio, en la ciudad de México, que parece surgido de cualquier novela gótica de medio pelo. Ubicado en la esquina de Revillagigedo y Victoria, desentona en medio de las demás construcciones de los alrededores. Data del porfiriato, a fines del siglo XIX, y en sus inicios se utilizó como sede de la estación de bomberos de la ciudad. Luego, durante el siglo XX, pasó a ser parte del patrimonio de la policía capitalina, por lo que tuvo distintos usos (de los cuales es mejor no conjeturar), hasta llegar a ser el museo de dicha institución. Ahora, en el 2007, ya denominado "Centro Cultural de la policía capitalina", alberga, hasta abril del 2007, las historias de algunos de los hombres y mujeres más atroces de la historia: los asesinos seriales.
Me encaminé a conocer a esas finísimas personas un sábado en la tarde, y como me lo imaginaba, el lugar estaba a reventar, por lo que tuve que esperar una hora en la fila para poder acceder. me llamó la atención el darme cuenta de que la mayoría de los asistentes (me aventuraría a decir que 7 de cada 10), eran mujeres entre los 15 y los 25 años que le daban en la madre a la idea generalizada de que sólo los hombres nos ocupamos de dichos temas. Sus ropas, sus peinados, sus miradas incluso no correspondían a las asistentes que uno esperaría encontrar (darkies, punkies, etcétera), admirandole sus gracias a Jack the ripper. Recordé en ese momento cuando asistí, hace años, a otro evento igual de edificante: La exhibición de instrumentos de tortura y pena capital. También ahí, los asistentes en su mayoria eran parejitas de novios y no individuos solos, de negro y con pinta de maniático (como su servilleta).
Una amiga me aclaró después la razón: "Todas las mujeres buscamos redimir al chico malo".
Cuando llegué a la puerta del recinto me proporcionaron un aparato de mp3 con el que se podía escuchar el texto de los recuadros de la exposición, grabado en un espantoso español con tono gallego. Yo en ese momento no sabía que espectativas tener: lo más lógico hubiera sido que los organizadores se hubieran allegado algunos objetos personales de los individuos expuestos: la naríz de payaso de john Wayne Gacy, el traje de Ted Boundy o alguna de las lámparas home made del chambeador Ed Gein. Me equivoqué.
La exposición está montada a la manera de un museo de cera, con efigies de los asesinos en tamaño real (o por lo menos con una reconstrucción bastante acertada), colocados en su medio ambiente. La primera en aparecer fue Erzebeth Bathory con una copa de sangre en la mano. Debo decir que la imagen me perturbó sobremanera -la tierna Húngara es muy parecida a una de mis ex-. Cada uno de los asesinos estaba también acompañado por algunos textos que daban una idea de su historia, su modus operandi, su clasificación de acuerdo a los parámetros de Robert Ressler y el número de víctimas que habían cobrado con sus gracias.
Luego de la condesa (A la que se me hubiera antojado ver en su bañera llena de sangre), estaba Jack el destripador (El Deztazador, según la grabación, aparentemente realizada por un sobrino de Martita Zahagun), ubicado en un escenario que representaba cualquier calle del Whitechapel del siglo XX. A los pies del Ripper se encontraba una de sus víctimas, con las visceras de fuera, en tamaño natural. Era notable que las figuras fueron esculpidas por un experto, pues las heridas, la expresión de rigor mortis e incluso las manchas de sangre eran perfectamente realistas. Así se fueron sucediendo, uno a uno, algunos de los psicópatas más conocidos: John Wayne Gacy en su casa, llena de payasos y con el sótano sembrado de cadáveres; Albert Fish, el abuelito sanguinario, sentado apaciblemente en una silla; Andrei Chikatilo, rapado, en la celda desde la que presenció su juicio; Charles Manson rodeado de fotos de su familia; Ed Gein en su granja llena de muebles made yourself; Ted Bundy en un estrado defendiendose a sí mismo. Era impresionante ver a esos hombres -por lo menos su imágen-, tal y como eran. Los asistentes avanzaban con lentitud, aglutinandose frente a los psycos más siniestros, en especial frente al chaparito y carismático Manson, al simpático Pogo o al truculento Ed Gein.


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Especial mención merece Gein, llamado no sin razón el Carnicero de Painfield. su habitación estaba recreada con toda su truculencia. Gein, quien operó en la deep américa durante los años cincuentas del siglo pasado, fue calificado como esquizofrénico y asesino desorganizado, que tenía una fijación con su madre y además practicaba la necrofilia. Ed vivió hasta los cuarenta y un años con su progenitora en medio de una enfermiza relación de dependencia. Cuando ella murió, el muchacho se dedicó al hobbie de desenterrar cadáveres y hacer muebles y ropa con ellos. Gracias a ese hábito pudo amueblar su casa a su gusto: máscaras de piel humana en las paredes, cráneos serruchados y utilizados como cuencos para sopa; lámparas con pantalla de piel humana y sillas tapizadas con ese mismo material. un día los cadáveres ya no le fueron suficiente y mató a dos mujeres. A a útlima, Berenice Warden, la decapitó, la abrió en canal y la colgó del techo de su casa. Los policías que lo capturaron encontraron en la granja una verdadera cámara de los horrores, con el cuerpo de la señora Warden en el recibidor.
Los organizadores de la exposición,si bien no se atrevieron a poner una reproducción del cadaver suspendido, sí reconstruyeron el medio ambiente de Gein , adornándolo con vaginas clavadas en la pared, intestinos vertidos en cubetas, muebles hechos de huesos humanos y libros de tema nazi (El buen Ed era admirador de Adolf Hitler).
Ya en esa parte de la exposición flotaba en el ambiente un aroma muy peculiar que se haya por lo general en Sex shop, cines XXX y bares Swinger. Bastaba ver los ojos de los asistenestes (especialmente el de las lindas y fresas chicas, abrazadas con fuerza a sus galanes), para adivinar una cierta lubricidad mezclada con espanto. Definitivamente, lo macabro vende; la sangre también es afrodisiaca.
Además, hay una sección especializada en los mecsican saicoquilers, bastante pequeña a mi gusto, en donde se resumen las acciones de El Chalequero, la Mataviejitas, los Narcosatánicos y Goyo Cárdenas. Algo rescatable es un recuadro en donde se resumen, con bastante profesionalismo, los feminicidios de Ciudad Juárez.
Es de agradecerse que la expo no sólo se dedique a las andanzas de estos personajes. También tiene secciones que se dedican a explicar las ciencias criminalísticas, la antropología forense y a la pena de muerte. Incluso hay piezas originales de una camilla para aplicar la inyección letal y de una silla eléctrica, así como la reproducción de una cámara de gas. En los recuadros se puede leer la manera en que dichos artilúgios funcionan y discusiones acerca de lo "indolora" que resulta su aplicación.
En general, la museografía es excelente. Hay un equilibrio acertado entre los medios audiovisuales,(videos y grabación) los textos y las piezas. La forma de exponer a los asesinos los hace más terrorificos aún, pues los asistentes se dan cuenta de que son -o fueron- hombres de apariencia normal, incluso agradable. Lo más impactante del monstruo radica en lo parecido que es al vecino de enfrente, al jefe el trabajo, al señor de intendencia de la escuela o al chofer del taxi que tomamos. Desafortunadamente, el espacio que ocupa la exposición es muy pequeño. El ambiente se enrarece muy rápido (independiente del tema y de lo que provoca) y es difícil e incómodo avanzar. Aun así, es recomendable ir a conocer a esos hombres (y mujeres) que llegaron a la fama de la manera más rápida e indigna posible: matando a un semejante nomás por que sí.
Omar Delgado.
2007

1 comentario:

†•†• Lili Marther •†•† dijo...

YEAH!! es de mis asesinos favoritos!

Hey, xido blog, esta muy interesante, a ver si te das una vuelta por mi blogo va? weno nos vemos...