jueves, octubre 28, 2010

ÁGUILAS QUE CAEN

La idealización del vencido en la historia de México

NOTA: El texto que viene a continuación fue por el que a este servidor de ustedes tuvo el honor de que se le otorgara el segundo lugar en el premio de ensayo "Carlos Fuentes" , organizado por la Universidad Veracruzana en octubre de 2010. Gracias a todos por su apoyo.

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Los hechos históricos son, por lo general, percibidos como mitos fundacionales que explican la identidad y destino del grupo humano que los genera; es decir, como eucaristías. Algunos de estos episodios marcan el momento de la creación de la identidad nacional, el in illo tempore, la línea que marca la frontera entre el mundo anterior —antiguo, bárbaro, impensable—, y el presente, teóricamente mucho más justo y civilizado.

Por ello, las colectividades tienden a organizar su propia historia en episodios que poseen el formato propio de la narrativa oral, o dicho de otra manera, en relatos autoconclusivos —independientes de otros—, que poseen una estructura dramática —planteamiento, nudo y desenlace—, y que son protagonizados por personajes tipo —protagonistas, antagonistas y secundarios—. En otras palabras, como afirma el antropólogo rumano Mircea Eliade:

[…] El recuerdo de un acontecimiento histórico o de un personaje auténtico no subsiste más de dos o tres siglos en la memoria popular. Esto se debe al hecho de que la memoria popular retiene difícilmente acontecimientos individuales y figuras auténticas. Funciona por medio de estructuras diferentes; categorías en lugar de acontecimientos, arquetipos en vez de personajes históricos. El personaje histórico es asimilado a su modelo míticos (héroe, etc.), mientras que el acontecimiento se incluye en la categoría de las acciones míticas (Lucha contra el monstruo, hermanos enemigos, etcétera) […]” 1

En la idealización que confiere el mito, el personaje histórico se reviste de hipérbole, se transmuta en alegoría, se despoja de sus características humanas individuales para ser investido de nuevas cualidades colectivas; es decir, se transforma en arquetipo.

El santoral patrio guarda un lugar muy especial para aquellos personajes que, aunque lucharon con valor y gallardía, al final fueron derrotados por fuerzas más mucho más poderosas que ellos. Esta figura, a la cual hemos denominado Héroe Caído, comparte muchas características que las religiones atribuyen a los mártires. Sin embargo, los también llamados Héroes Vencidos no se inmolan por un corpus de valores místico, sino por uno cívico, convirtiéndose así en la encarnación del espíritu nacional en su estado más puro. En la historia de México hay tres figuras que se ajustan a este patrón, las cuales analizaremos a continuación.

Cuauhtemoc

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La conquista de México fue el punto culminante de lo que diversos historiadores han definido como “la colisión de dos mundos”. La Europa renacentista, hambrienta de riquezas y gloria, se topó con una América rebosante de riquezas y misticismo.

Hernán Cortés, un bachiller en derecho venido de Extremadura, al mando de un puñado de hombres, supo aprovechar con maestría las divisiones existentes entre los pueblos autóctonos para, en menos de dos años, conquistar al Imperio de la Triple Alianza, el más grande y poderoso de Mesoamérica. El hispano formalizó su hazaña al capturar al último de sus gobernantes, el Tlatoani Cuauhtemoc, el 23 de Agosto de 1521.

Quizá fueron los escritores decimonónicos Manuel Payno y Vicente Riva Palacio quienes forjaron la imagen moderna del joven monarca. En su obra El Libro Rojo, publicada en 1870, le atribuyen la defensa final de Tenochtitlan, retratándolo como un eficiente estratega militar, vencido más por la escasez y la epidemia que por falta de valor. Incluso regalan a la posteridad su media filiación:

[…] Era hijo del rey Ahuízotl y de una princesa heredera del señorío de Tlatelolco. Tenía 20 a 23 años; era gallardo y bien proporcionado; sus ojos negros y rasgados denotaban a la vez una dulce melancolía, una fuerza y una energía indomables Tenían algo de la belleza del ojo del ciervo y del orgullo y resolución de la mirada del águila. Su tez era aterciopelada y más blanca que morena; su cabellera, negra como el ébano, que le caía hasta los hombros, engastaba aquella fisonomía juvenil y guerrera, que era el tipo perfecto y acabado de la raza noble del nuevo mundo […]”2

En un principio, cuando es capturado, los españoles lo tratan con respeto y deferencia. Sin embargo, movidos por la ambición, acaban torturándolo para que revele el paradero del tesoro de su predecesor Moctezuma. Payno retrata de manera estremecedora el suplicio del monarca tenochca:

[…] Cuauhtemoc vio aquel aparato aterrador, comprendió de lo que se trataba. Sonrió tristemente y no contestó ni una sílaba a las interpretaciones de Alderete, el cual, furioso con ese desprecio, ultrajó con palabras soeces al monarca. Los soldados se apoderaron de los reyes, los ataron fuertemente a los maderos, y el barbero comenzó a bañarles los pies con aquella resina hirviente, mientras otro les acercaba unas teas encendidas.

—Señor ¿No ves como sufro? —gritó retorciéndose el rey de Tacuba

— ¿Estoy acaso en un lecho de rosas? —contestó con firmeza el emperador azteca […]”3

Con el mismo dramatismo, se narra su muerte, ordenada por Hernán Cortés, en 1525, durante una expedición a las Hibueras.

[…] Cuando Cuauhtemoc fue sacado de la cabaña por los soldados que Cortés había llamado para la ejecución, se volvió con una firmeza increíble y le dirigió la palabra “Bien sabía, Malinche, lo que valían tus promesas. Y tenía por seguro que recibiría la muerte de tus manos. Dios te pedirá cuenta de mi muerte.

Los verdugos pusieron una cuerda al cuello del rey, y lo mismo hicieron con los de Tacuba y Texcoco, y los colgaron en unas altas ceibas. Eran las tres de la mañana del segundo día de carnaval del año de 1525 […]”4

Cuauhtemoc queda así como el prototipo del indio viril y estoico que combate al invasor. Sin embargo, la mitificación de la historia del Águila que cae sirve para cubrir otros hechos menos gloriosos. Por ejemplo, que sin la ayuda de los mismos indígenas —tlaxcaltecas, totonacas y texcocanos—, Cortés nunca hubiera podido derrotar a la Triple Alianza. En otras palabras, que no fueron los españoles, sino los propios indios, los que se destruyeron a si mismos. Este ocultamiento de verdades incómodas también está presente con los otros ejemplos del Héroe Caído.

Los niños héroes

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La historia de México consigna con orgullo la suerte de Niños Héroes, como se le llama popularmente a seis de los defensores del Castillo de Chapultepec que murieron durante la escaramuza acontecida el 13 de Septiembre de 1847. Juan Escutia, Juan de la Barrera, Francisco Márquez, Fernando Montes de Oca, Agustín Melgar y Vicente Suárez fueron los alumnos del Colegio Militar que cayeron combatiendo a los mucho mejor pertrechados y más experimentados soldados del ejército estadounidense.

Evidentemente, hay mucho de idealización en la resistencia que opusieron los cadetes del Castillo de Chapultepec, operación que, debido a la ventajosa posición de la fortaleza, fue considerada tanto por uno y otro bando “[…] La operación más brillante de toda la guerra” 5. La mañana del 13 de septiembre Winfield Scott, general en jefe del ejercito norteamericano, decidió atacar al Castillo por dos frentes: el general Pillow atacó la el lado oeste de la fortificación en tanto que los hombres del general Quitman comenzaron el ascenso por el estrecho camino frontal. La estratagema pronto dio resultado, pues la mayoría de los hombres que defendían la plaza iniciaron la retirada. El teniente Daniel Harvey Hill, uno de los atacantes, escribió en su diario personal que:

[…] El desorden reinaba entre los mexicanos, era terrible. Atrapados entre dos fuegos, no les quedó sino una salida, en la que se dirigieron como una manada de borregos. Vi a docenas colgarse de las paredes o arrastrándose por los huecos del desagüe; se les disparaba sin que opusieran la menor resistencia. Nuestros hombres pedían que no se diera cuartel a los “malvados traidores”, y hasta donde pude constatar, ningún mexicano pidió clemencia […]”6

Muy distinto relato hace de los hechos Ramón Alcaraz en sus Apuntes para la guerra, en el que escribe acerca de la toma de Chapultepec que:

[…] Los enemigos avanzaron por el segundo tramo de la calzada con bandera desplegada, cayendo esta última algunas veces por la muerte del que la llevaba, y retrocediendo algunos pasos las columnas; pero tomando otro la bandera, y continuando el avance hasta el terraplén, donde nuestros pocos defensores, aturdidos por el bombardeo, fatigados, desvelados y hambrientos, fueron arrojados a la bayoneta sobre las rocas o hechos prisioneros, subiendo una compañía del regimiento de Nueva York a lo alto del edificio, desde donde algunos alumnos hacían fuego, y eran los últimos defensores del pabellón mexicano, que pronto fue reemplazado por el americano…”7

Es indiscutible que los cadetes del Colegio Militar tuvieron que hacer frente al invasor tan desesperada como valientemente. Sin embargo, los Niños Héroes, con nombre y apellido, no aparecieron sino hasta 1871, durante el gobierno de Benito Juárez, cuando por primera vez se recordó oficialmente la gloriosa derrota de 1847. Al igual que ocurrió con Cuauhtemoc, los liberales forjaron el mito de los defensores del castillo como ejemplo de patriotismo y entrega. En la historia oficial, quedaron consignadas con fidelidad las muertes de Melgar, Suárez y Montes de Oca, y con cierto grado de fantasía las de De la Barrera, Márquez y Escutia.

La gesta de los Niños Héroes, sin embargo, oculta muchos detalles incómodos. Por ejemplo, que Antonio López de Santa Anna cometió tal cantidad de pifias y errores en la defensa del país que más de un historiador ha sospechado su colusión con la potencia invasora, o que las clases altas mexicanas y el clero nacional trabajaron abiertamente a favor de la invasión con el levantamiento de los Polkos (1846) y durante la ocupación (1847-48). Una vez más, serían los propios mexicanos sus más eficaces verdugos. Esta naturaleza caníbal del pueblo de México la verificaría una vez más, sesenta años después, el llamado Apóstol de la Democracia.

Francisco I. Madero

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Tanto Cuauhtemoc como los Niños Héroes comparten una característica: la juventud, misma que subraya la pureza y heroicidad de su sacrificio. En cambio, a Francisco I. Madero (1880-1913), iniciador de la revolución mexicana, lo que le otorga esa aura redentora propia del Héroe Caído son sus cualidades personales, casi de santón laico. Enrique Krauze las expresa de la siguiente manera:

[…] No es un maestro de la verdad o de la revelación, porque no tiene ni busca discípulos. Tampoco es un sacerdote laico, porque no ofrece sedentaria profesionalmente su credo. Menos aún es un profeta, porque no anuncia el futuro ni levanta su voz para anatemizar el orden presente. Es un «predicador»: un médium de espiritualidad política que encarna y lleva un mensaje de cambio a todos los lugares a través de la palabra […]8

Vegetariano, pacifista, místico, practicante de la abstinencia sexual. Resulta casi increíble que un hombre como él hubiera sido capaz de encabezar una revolución armada… Y sin embargo, así fue. Luego de mil peripecias inscritas en la historia Francisco I. Madero logra derrocar al dictador Porfirio Díaz y tomar la presidencia de México el 6 de noviembre de 1911 en medio de grandes expectativas de cambio social. Sin embargo, su naturaleza conciliadora, inapropiada para el momento histórico, ocasionó que muchos de los caudillos que lo apoyaron, como Emiliano Zapata y Pascual Orozco, se volvieran contra él. Además, los simpatizantes antiguo régimen, a quienes ofreció amnistía, lo percibieron como un presidente débil y sin voluntad, por lo que procedieron a atacarlo de manera inmisericorde.

Hostigado por todos los frentes, Madero buscó la protección de Victoriano Huerta, un antiguo general porfirista que pronto se granjeó todas sus confianzas. Lo que no sabía el político coahuilense es que el militar preparaba un golpe de estado junto con el embajador de los Estados Unidos y partidarios del antiguo régimen tales como Manuel Mondragón, Bernardo Reyes y Félix Díaz. En Febrero de 1913 los conspiradores iniciaron la revuelta conocida como La Decena Trágica, que tuvo como resultado final el arresto y ejecución del Presidente Madero y su vicepresidente, José María Pino Suárez, el día 22 del mismo mes. El asesinato de estos últimos, a quienes se les acribilló a traición en las afueras de la prisión de Lecumberri, dio paso a la presidencia de Victoriano Huerta y a la fase más sangrienta de la revolución mexicana.

El vía crucis de Francisco I. Madero se convirtió posteriormente en uno de los mitos fundacionales de los herederos políticos de la revolución (Carrancistas, obregonistas y miembros del Partido Revolucionario Institucional). La figura del político coahuilense fue idealizada con el fin de que sirviera como elemento legitimador del régimen. Sin embargo, en su momento, el asesinato de Madero y Pino Suárez fue aplaudido por Tirios y Troyanos. Se cuenta que ese 23 de Febrero:

[…] La ciudad se levantó con la noticia “ya mataron a Madero”, y aunque la primera reacción fue de indignación, la mayoría de los habitantes de la ciudad se alegraron del cese de las hostilidades, se lanzaron jubilosos a las calles, adornaron las fachadas de sus casas y, en unión de la prensa, ensalzaron a los vencedores y condenaron a los caídos […] “ 9

Conclusiones

En la figura del Héroe Caído se encuentra un elemento claramente redentor: Esta figura es la encarnación misma del valor, de la entrega o del humanismo. Su naturaleza de cordero de sacrificio hace que sus verdugos se conviertan por contraste en la personificación de las fuerzas de la oscuridad. Así, los hechos históricos de los que forman parte se alejan de la simple anécdota y adquieren las dimensiones de un relato cosmogónico.

La historia real, sin embargo, es mucho más compleja. Con un análisis a profundidad pronto saltan los detalles que ensucian los mitos patrios: el papel central que los propios pueblos indios tuvieron en la conquista y destrucción de Tenochtitlan; el apoyo que muchos mexicanos de todos los estratos sociales prestaron al invasor norteamericano o la complicidad de las clases altas y la milicia en el derrocamiento y asesinato de Madero y Pino Suárez. En todo caso, el ensalzamiento de este tipo de figuras es también un mea culpa colectivo, un reconocimiento inconsciente de que nuestras grandes derrotas como nación han sido causadas —o por lo menos, facilitadas—, por nuestra desunión congénita.

Omar Delgado

2010

1 ELIADE, Mircea. El mito del eterno retorno. Madrid, 2002, Alianza Editorial. p. 50

2 PAYNO, Manuel y RIVA PALACIO, Manuel. El Libro Rojo. México, 2006, CONACULTA, Colección Cien de México, p.44.

3 Ibídem. p.54

4 Ibídem. p.56.

5 LIBURA, MORALES, y VELASCO (Recopiladores). Ecos de la Guerra entre México y Estados Unidos, México, 2004, CONACULTA-FONCA, p291

6 Ídem.

7 LIBURA, MORALES, y VELASCO (Recopiladores), Op. Cit. p, 143.

8 KRAUZE, Enrique, Biografías del poder, 2002, México,Tusquets Editores, pp. 32

9 GARFIAS MAGAÑA, Luis, El Ejército Mexicano de 1913 a 1938, en Historia del Ejército y Fuerza Aérea Mexicanos, Tomo II, SEDENA, México, 1979, pp. 357.

2 comentarios:

Juan Carlos Esquivel Soto dijo...

¡Felicidades Disaki! ¡Excelente ensayo! Recibe un abrazo.

Yoatecutli dijo...

Gracias, mi querido encobijado. un gran abrazo.
ODV