sábado, mayo 29, 2010

RE-ENTER THE MATRIX

A 11 años de la liberación fallida

Matrix,Keannu Reeves,Carries-Ann Moss,Laurence Fishburne


Hay obras de arte (representaciones dramáticas, novelas, películas, coreografías, etcétera) que tienen la suerte de ajustarse a la perfección a lo que los alemanes definen como Zeitgeist, y que se puede traducir como el “espíritu del tiempo”. Estas creaciones tienen el tino de servir de depositario de las inquietudes, esperanzas, frustraciones y sueños de una sociedad en un momento y lugar dados y que incluso pueden volverse emblemas de una generación completa.
Imposible, por ejemplo, pensar la Francia de los Luises sin la dramaturgia de Moliere, definir el movimiento romántico alemán sin Las desventuras del joven Werther, concebir la Inglaterra victoriana sin El extraño caso del Doctro Jeckyl y Mister Hyde o imaginar la resistencia al nazismo sin el referente de la magistral Casablanca.
En ese sentido, a mi parecer, una de las obras que englobó todo el Zeitgist de fines de siglo XX fue la película Matrix (Larry y Andy Wachowsky, 1999), obra que, vista críticamente, no pasa de ser una entretenida historia de aventuras ciberpunk. Sin embargo, en parte sus virtudes como película, y en parte el fino olfato de los realizadores para interpretar las inquietudes sociales, hizo de The Matrix uno de los estandartes de la generación Y2K, de todos esos individuos e individuas que andábamos en nuestros primeros veintes durante el cierre del siglo y que mandábamos mensajes antiglobalización en nuestras novísimas cuentas de Hotmail. Así pues, la gran virtud del filme consistió en saber conjugar con maestría las dos constantes temáticas omnipresentes en ese instante histórico: computadoras y rebeldía.
En resumen, el momento histórico al que nos referimos se caracterizó por dos factores trascendentes: el incipiente desarrollo e inclusión en la vida diaria del Internet (inherente a la filosofía de información libre), y un sentimiento de rechazo ante los postulados económicos del consenso de Washington, mismo se tradujo en fenómenos sociales tales como el levantamiento y popularidad del Ejercito Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) y por el movimiento altermundista que consiguió sabotear la reunión de la Organización Mundial de Comercio de Seattle en 1999.
Gracias a esa convergencia, el revolucionario de avanzada se encarnó en el chico desaliñado, anteojudo y macrobiótico, con laptop bajo el brazo, capaz de conectarse y lanzar un correo que pusiera en alerta y acción a miles como él. Un Ché Guevara experto en linux que podía, con una línea telefónica, entrar a las más seguras instituciones financieras y esquilmarles millones de dólares, o entrar a la página del FBI y bajarle los calzones informáticos al imperio. Un subversivo Geek cuya Sierra Maestra eran los servidores y los ruteadores.
Fue justamente dicho estereotipo el que tomaron los Wachowsky para tejer una historia de sazón épico, que lo mismo mezclaba elementos del mito griego —el oráculo, Morfeo—, de la cosmovisión budista —esa que nos dice que nada es real y que sólo desprendiéndonos del deseo podemos trascender—, de la tradición judeocristiana —Trinity, Zión, el Judas—, con los más modernos conceptos tecnológicos y científicos. The Matrix es una muy correcta interpretación de El Ciclo del Héroe, de Joseph Campbell, en donde un individuo en apariencia común, gracias a la guía de un maestro y por obra del contraste con terribles fuerzas antagonistas, logra descubrir sus capacidades suprahumanas y aceptar finalmente su papel como reconfigurador del cosmos. Así, Neo (el eternamente caripalo Keanu Reeves), un programador común que durante la noche hace trabajitos de hacking, se ve repentinamente hostigado por los misteriosos agentes, especialmente por Smith, el más siniestro de todos ellos (el indispensable Hugo Weaving), al tiempo es solicitado por el conocido ciber-terrorista Morfeo (Laurence Fishburne antes de volverse criminalista), quien le mostrará una nueva y esclarecedora visión de la realidad. Todo ello aderezado, por supuesto, tanto con la historia de amor que ocurre entre Neo y la rebelde Trinity (Una encuerada y brutalmente hermosa Carrie Ann-Moss), y con la traición de la que lo hace objeto el Iscariote posmoderno llamado Cipher (Joe Pantoliano, como siempre, cuidadosamente repugnante).



Carrie-Ann Moss,Matrix

¿A qué sabrá el sudor atrapado entre esa piel y ese cuero?

Matrix retoma con acierto el lugar común de la ciencia ficción que versa acerca de la tecnología que se vuelve en contra de su creador (tratado lo mismo en Odisea 2001 que en Terminator), dándole una vuelta de tuerca interesante: Luego de una cruenta guerra, las máquinas, todas ellas ya autónomas y alimentadas por energía solar, esclavizan a los seres humanos. Sin embargo, ya que el cielo ha quedado velado por los humos nucleares, están condenadas a la misma extinción que sus vencidos creadores. A las máquinas, entonces, no les queda más opción que transmutar a los seres humanos en baterías biológicas de las cuales extraer la energía necesaria para sobrevivir (aprovechando los BTU´s de calor que irradia el cuerpo humano). Sin embargo, para que tal esquema funcione, es necesario que hombres y las mujeres piensen que la vida sigue su curso normal. Es cuando las máquinas crean ese universo virtual que alimenta las sensaciones y sentidos de sus baterías humanas, esa gigantesca mentira llamada The Matrix.
La película maneja varios temas que en su momento calaron hondo —y siguen calando—, en la sociedad: nuestra creciente dependencia a las máquinas, la sensación de desasosiego y vacío que causa la vida moderna a muchos, la intuición de que algo —el orden social, la realidad misma—, no está del todo bien y la creencia de que cualquiera con el conocimiento adecuado —en este caso, el dominio de lenguajes informáticos, arquitectura de computación y diseño de redes—, puede incidir de manera efectiva en la realidad. The Matrix (la primera, no las mamarrachadas que fueron sus secuelas), se convirtió en la gran fábula para la generación de fin de siglo debido a que ,de la misma manera que Star Wars a finales de los setentas, le permitió a millones de jóvenes pensarse como héroes de leyenda, como guerrilleros de la red, como los rebeldes que combaten a un orden mundial monolítico y voraz. La obra de los Wachowsky, al igual que esa otra maravilla titulada Fight Club (David Fincher, 1999), se convirttieron en un verdadero llamado al cuestionamiento y a la rebelión, cultivando un espíritu que, por desgracia, fue extinguido casi del todo en la época post 11-S. Es quizá por eso tan importante el recuperar ese llamamiento, pues, como todos bien sabemos, esa simulación macabra llamada Matrix está más sana que nunca.
Así que a tomar la píldora roja… Otra vez.

Omar Delgado
2010

1 comentario:

El amigo del besucón dijo...

Hola besucón. Lees algo del zeitgeist en una crítica y se te queman las habas por publicarlo, ¿No besucón?

¿Moderación de comentarios? Ja, ju, ji, ja, jo, ja.

. C o b a r d e .

El mío no lo pongas joto, lo tienes prohibido. Es un comentario, que hago personal, aprovechando tu herramienta pro-cobardes.

Lo del zeitgeist es como cuando te ponías a recomendar a Kurt Vonnegut sin haberlo leido nomás porque escuchaste al Marcelino decir que rifaba.

Me diviertes harto bebé pañaludo.