sábado, mayo 15, 2010

AMATXU


Itziar Alejandre Cerasolo (1937-2010)


Querida amiga, madre literaria:

Van ya tres días de que te desprendiste de esta carne tan falible, de que tu espíritu se deshizo al fin de ese cuerpo tuyo tan traicionero, mismo que hace veinte años se empecinó en volverse tu mortaja.Y hoy es también el tercer día en que me doy cuenta que el hueco que dejaste en nuestras vidas jamás se llenará del todo.

Recuerdo que el martes pasado, 11 de Mayo, te encontré anidada en la cama de hospital que se convertiría en tu lecho mortuorio. La enfermedad ya te había arrebatado la palabra, cualidad que siempre fue tu patrimonio y tu potencia. Era una mañana de calor untoso, y dormitabas. Parecías deshidratada. Una enfermera distraida me preguntó si te estaban dando suficiente agua, y yo no supe que contestar. Fue cuando abriste los ojos y tus labios vibraron apenas; ya no pudiste hablarme, ya los alientos se te quedaron atrapados en la mascarilla. Sin embargo, tus ojos me lo dijeron todo: supe que sería la última vez que te vería en este plano de la existencia. Se me concedió que te despertaras, y pude ver en la chispa de tu mirada que me reconocías, pero no se me concedió escucharte por última vez. Quizá sea en otro momento, en el instante en el que sea a mí a quien me toque entregar las ánimas, cuando podamos charlar otra vez.

Tu vida fue un tejido riquísimo y vasto, polícromo y complejo, lleno de vericuetos y espirales, un tejido cuyo primer hilo inició en el país vasco en 1937, en plena guerra civil española. Eras niña cuando ya huías de las barbaries de la guerra, cuando tomaste conciencia de lo que eran capaces de hacer la ambición desmedida y la crueldad del hombre. Tu venías de ese pueblo bravo de los vascos, ese que siempre ha tratado de trazar sus propios destinos y que siempre se ha confrontado a los tiranos. Quizá por ello tu espíritu también nació indómito y tal vez por eso siempre apoyaste y amaste a la mejor parte de este México, a los que buscan construir un país menos injusto.

Poco a poco, a lo largo de los años, nos fuiste revelando a nosotros, tus compañeros del taller literario, la maravilla de tu existencia. Tu llegada a México, después de vivir hambres y fríos en un campo de refugiados francés, después de viajar a La Habana en un carguero ingles —bajo la amenaza de los torpedos nazis—, después del arribo a Veracruz en los tiempos en que este país aún tenía un presidente digno de ese nombramiento Recuerdo embelesado como nos contabas de aquellas odiseas ultramarinas, de tu predilección por el té y las tostadas con mantequilla, de tus memorias del terrible calor cubano y de tu espanto infantil al ver a la gente de color. En esas noches, gracias a tus palabras, puede conocer a tu padre, el guerrillero que peleó contra Franco, el empresario mexicano, el arqueólogo aficionado, el padre ambivalente que te hería al tiempo que te quería. Y, por supuesto, también nos presentaste a tu Amaxtu, a esa señora de valor callado y firme que te trajo desde la Europa de la guerra y te crió —a ti y a tus hermanos, a tu abuela, a una de sus hermanas—, en un país que pronto adoptaron como propio.

Durante esas maravillosas veladas nos hiciste cómplices aún de los más espinosos momentos de tu vida: nos relataste como la pulmonía y el mar te arrebataron a tus dos hermanos; nos contaste de tu matrimonio con el omnipresente Regio, de tu carrera como científica —cuando eras investigadora en el centro médico, nomás—, de tu viaje de estudios a Francia —en donde casi te fulmina un rayo—, de tu matrimonio sin felicidad, de tus dos hijos, del cómo te abandonó el marido en cuanto supo de tu enfermedad; en fin, que nos hiciste partícipes de todos aquellos momentos que te construyeron como persona.

Cuando te recuerdo, querida amiga, no me queda sino asombrarme de la fortaleza de su espíritu, de la gallardía con la que enfrentaste la guerra, el exterminio, la enfermedad, la soledad, el dolor y la muerte; de la sonrisa con la que siempre las retaste. Por que eso sí, Itziar, jamás escuché de ti una sola queja: sólo chanzas ingeniosas, anécdotas diamantinas, frases sabias, luz filigranada en palabras y, por supuesto, maldiciones dirigidas contra los corruptos, los ladrones y los autoritarios (razas que hoy día son más que abundantes). En estos tiempos en que los jovencitos cagüengues —y no tan jovencitos, pero igual de cagüengues—, se arropan en la autocompasión y las lamentaciones, tú, que auténticamente tenías motivos para rendirte, para intentar bajarte del tren, jamás lo hiciste, y ni siquiera lo intentaste.

Ahora que tus cenizas — ¿Podrá una urna tan chiquita contener a una mujer tan inmensa?—, van camino a Euskadi, a descansar junto a tu madre, sólo me queda el extrañarte, el tratar de emular aunque sea un poco tu valor y tu coherencia, y agradecerte de manera infinita por la preciosa amistad con la que me distinguiste.

Fue un privilegio conocerte.

Nos vemos al otro lado.


Omar Delgado

2010

1 comentario:

Anónimo dijo...

Amigo Omar, su blog me parece muy interesante, sin embargo, debo hacerle un señalamiento: Desde hace ya bastante tiempo se ha caído en el error de cambiarle o no atinarle al género cuando se habla de primer o primera. Usted cuando habla o comenta de su libro dice "PRIMER OBRA PUBLICADA" Hasta donde yo se, OBRA es una palabra femenina, por lo tanto debiera decir "PRIMERA OBRA PUBLICADA" Por favor no caiga en lo que han caído muchos escritores y periodistas. Atentamente Chris Capella