jueves, abril 22, 2010

PAULETTE Y ARISTÓTELES

Con todo mi respeto y cariño para Paulette, una de muchas —demasiadas ya—, víctimas.


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Q.E.P.D.


Es evidente que a estas alturas la inmensa mayoría de los habitantes de México —y algunos de otros países hispanoparlantes—, estarán más que enterados de la tragicomedia que se ha construido alrededor de la desaparición y posterior deceso de Paulette Gebara, de 4 años de edad, de las extrañas reacciones y relaciones de sus padres —que han llevado a tejer las más siniestras teorías—, de la proverbial ineficacia de las autoridades del Estado de México y de los misteriosos entretelones políticos que muy probablemente conviertan el caso en una de las más brillantes joyas de la impunidad y la corrupción en el país. (Y, por supuesto quien no esté enterado aún de estos hechos, lo invitamos a escuchar el brillante resumen que hacen Roberto Coria y Guadalupe Gutierrez en el podcast Testigos del Crimen, el cual se puede descargar picándole acá)

Algunos periodistas, como Pedro Miguel, han reflexionado acerca los simbolismos que ha evocado la muerte de la ya conocida como la Madeleine mexicana, desde los tintes arquetípicos de la madre, Lizzete Farah—, presumible Medea contemporánea—, hasta la metáfora que encierra el hecho de que una niña discapacitada —representación de la parte de la sociedad más pauperizada y desvalida—, sea victima, ya sea por acción o por omisión, de aquellos que en principio debieron de cuidarla y de procurar su bienestar. Así, tanto Lizzete Farah como Mauricio Gebara, padre de la niña, se han convertido en la encarnación de esa parte de la casta dorada mexicana incapaz de ver más allá de su propio egoísmo y que se ha dedicado en cuerpo y alma a enriquecerse por cualquier medio disponible.

Lo que resulta notable del caso es que, en un país en donde la nota roja ya ha adquirido carta de naturalización, un caso como este haya capturado a tal grado la atención pública, y más si pensamos que, en menos de un año hemos tenido noticias tales como la muerte de 41 infantes debida a la negligencia criminal de los socios de la guardería ABC de Hermosillo; la masacre en Ciudad Juárez de quince jóvenes estudiantes perpetuado por miembros crimen organizado o el misterioso deceso, aparentemente “accidental”, de dos estudiantes de postgrado en el Tecnológico de Monterrey, entre muchos otros hechos de sangre que semana con semana engrosan el inventario de la infamia. El interés social que ha generado el triste fin de Paulette ha rebasado, con mucho, el que generaron en su momento otras tragedias. La pregunta sería ¿Por qué?

En general se le atribuye la culpa de tal focalización de la opinión pública al clasismo —muy poco o nada velado—, de los medios electrónicos, en específico a las televisoras, para quienes aparentemente las muertes de adinerados son las únicas dignas de atención. Esto es cierto sólo en parte, pues si bien Televisa y TV Azteca se han concentrado en mostrar todos y cada uno de los pormenores de la investigación —¡con sesión espiritista incluida!—, también es cierto que una gran parte de lo usuarios de Internet —quienes, a diferencia de los espectadores televisivos, tienen muchas más opciones y capacidad de escoger—, se han volcado para enterarse del caso. En otras palabras, Paulette se ha convertido en sujeto de interés tanto de la masa teledirigida por los consorcios mediáticos como de ese sector que tiene fama de crítico y pensante.

Creo que la explicación a tal fenómeno lo podemos encontrar, más que en los haceres de la caja idiota, en Aristóteles (384 a.C—322 a.C), quien explicó en algunos de sus escritos ese interés que nos generan las tragedias de la clase dirigente. Por medio de sus reflexiones, el filósofo griego ponderó la virtud de una persona en relación a su estrato social ya que, para él, son los miembros de la realeza los que con mayor fidelidad encarnan el espíritu de la Polis. Por ello, en el primer libro de su Ética Nicomaquea escribe que:

“[…] No sin razón el bien y la felicidad son concebidos por lo común a imagen del género de vida propia de cada cual; así, la virtud, el vulgo, asimilan el bien supremo al placer, y aman, en consecuencia, la vida voluptuosa […] Por su parte, y en segundo lugar, los espíritus selectos y los hombres de acción identifican la felicidad con el honor, el cual constituye de ordinario el fin de la vida política”[1]

Por ello, según el tambíen mentor de Alejandro Magno, sólo los miembros de la casta gobernante podían aspirar a la conducta virtuosa debido a que, gracias a su posición privilegiada, eran capaces hacer la elección más apropiada a la hora de enfrentarse a algún dilema moral. Los nobles encarnaban el espíritu y la virtud de la polis en la medida en que eran ellos quienes elaboraban las leyes y las normas de la misma. Por otro lado, el vulgo, demasiado preocupado por satisfacer sus apetitos primarios —alimento, cobijo, placer—, casi nunca podría aspirar a la nobleza de acción de las clases privilegiadas.

El filósofo traslada estos conceptos al orden estético por medio de su Poética. En primer lugar, proclama que el arte se basa en la imitación de la realidad —Mímesis—, en donde pueden existir caracteres buenos o malos moralmente hablando:

“Puesto que los que imitan representan a sus personajes en acción y estos son necesariamente buenos o malos —ya que los caracteres se reducen casi siempre a estas dos clases, pues todos los caracteres se diferencian por la virtud o el vicio— los representan mejores de lo que somos nosotros en realidad, o bien, peores que nosotros, o incluso, tal y como somos nosotros”[2]

En segundo lugar, proclama que los géneros más cercanos al arte —a lo sublime—, son la epopeya y la tragedia y que los protagonistas de tales géneros deben ser de una cualidad superior a diferencia de los de la comedia, quienes necesariamente son de una calidad moral inferior:

“[…] Homero hace a sus personajes superiores a la realidad, Cleofón los hace semejantes a ella y Hegemón de Taso, el primer autor de parodias, y Nicocares, el altor de la Deiliada, los hacen peores […] La misma diferencia hay entre la tragedia y la comedia: ésta pretende representar a los hombres peores de lo que son; aquella, en cambio, requiere representarlos superiores a la realidad […] La epopeya va a una con la tragedia en cuanto que es imitación, por medio del metro, de seres de elevado valor moral o psíquico ”[3]

En tercer lugar, valora las obras de acuerdo al tipo de protagonista —y, por lo tanto, al género que pertenecen—, pues como dice:

“La poesía se diferenció ya al comienzo, de acuerdo con el carácter propio de cada autor. Los autores de espíritu superior imitaban las acciones bellas y las obras de los hombres dignos de estima; los autores vulgares imitaban las acciones de los hombres bajos componiendo desde el comienzo burlas y sarcasmos igual que los otros componían himnos y encomios”

Así, Aristóteles coloca en un plano superior a la epopeya y a la tragedia debido a que estas relatan las historias de individuos moralmente superiores (según él) y pertenecientes a la clase gobernante. En cambio, deja en un plano inferior a la comedia debido en mucho a que sus protagonistas son de una calidad ética inferior (Según él, nuevamente).

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O sea... Medea


Es evidente que, a partir de reflexionar en los preceptos de Aristóteles —y sin que nuestra burguesía sea admirable ni emulable en lo absoluto—, es comprensible el porque la historia de la familia Gebara , miembros de la casta dorada mexicana, con relaciones en la alta burocracia nacional y habitantes de una de las zonas más exclusivas de la Ciudad de México, se ha convertido en el fenómeno mediático que es. La tragedia de la pequeña —con todos sus ecos arquetípicos—, ha pasado a formar parte del acervo de historias con las que la sociedad se conmueve a sí misma y Paulette es ya, también, un personaje de la ficción (o ficciones) que el Vox Populi ha creado para nutrir su propio asombro.

Y es que, en el fondo, tanto en la historia de Paulette (como en la del joven Fernando Martí ) están presentes las mismas pautas que Aristóteles descubrió hace más de dos mil años, y que son efectivas lo mismo en tragedias de la vida real como en ficciones hechas ex profeso. Dicho en otras palabras, finalmente, la realidad es una narración.

(Bien gacha a veces, eso si)


Omar Delgado

2010



[1] ARISTÓTELES, Ética Nicomaquea, México, 2006, Grupo Editorial Tomo., p.13.

[2] ARISTÓTELES, Poética. México, 1979, Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, p. 12

[3] Ídem.




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