lunes, marzo 15, 2010

DIVORCIEMOS MÉXICO

Photobucket

Definitivamente, en algún lugar del territorio de lo que todavía se llama México, se debe leer cierta leyenda: Caduca en 200 años.

Desde hace cuatro años, por razones que son del dominio público —háiga sido como háiga sido—, el país comenzó a desintegrarse de manera acelerada. A partir de ese malhadado año la descomposición nacional ha aumentado de manera exponencial: el país está sumergido en un baño de sangre sólo comparado con el de una nación en guerra; vivimos la peor crisis económica en más de siete décadas; la impunidad e inoperancia de las autoridad ha alcanzado niveles de trágica parodia y el desánimo y el cinismo son los sentimientos con los que se nutre la inmensa mayoría de los casi ciento diez millones de personas que viven —¿O están prisioneras?—, en el territorio que se extiende entre Tijuana y Chetumal. En vista de todo esto, es pertinente preguntarse si será aún pertinente considerar a México como un ente funcional.

Y es que, finalmente ¿Qué es un país? Alguien afirmaría que lo conforma un territorio. Sin embargo, ahí están los judíos para desmentirlo, ya que sobrevivieron como una colectividad dispersa por miles de años ¿Es una lengua o una religión? Los Estados Unidos albergan en su seno a gente de todos los credos y razas, mientras que al reino de España lo conforman —a regañadientes, hay que apuntar—, territorios como el Catalán o el Vasco, mismos que no comparten un lenguaje común con la parte castellana.

Por lo tanto, podemos suponer que, en el fondo, un país es una idea, un contrato bajo el cual un grupo de gente decide someterse a una determinada legislación y a identificarse en base a ciertas referencias comunes, tales como un himno, una bandera o una serie de narraciones fundacionales que conforman una historia compartida.

Pero, sobre todo, un país es un compromiso: el de cada uno de sus miembros de velar por el bienestar —o, por lo menos, no por el malestar exagerado—, de las demás personas que han aceptado dicho contrato —y que son sus pares—. Por supuesto, es en este rubro en el que como país fallamos escandalosamente. Por lo mismo, y como la situación de este no tiene el más mínimo atisbo de solución, el que escribe se decanta por una solución creativa: Dividir al país o, mejor dicho, Divorciar a México.

Pensemos que al país en realidad lo conforman cuatro grandes regiones: el norte, el bajío, el sur y Yucatán, siendo cada una de ellas tan distinta a los demás que bien podría funcionar como una entidad independiente —y de hecho, lo único que las une a veces es el odio furibundo que se profesan mutuamente—. Luego, conforme a esta división, podemos identificar cada uno de estos bloques con los miembros de una familia disfuncional: El norte sería la madre; el bajío, la abuela; la región centro sur —esa que históricamente abarcaba Mesoamérica—, sería el padre y Yucatán sería el hijo.

Ahora, basándonos en este modelo, comencemos por analizar a la madre, la raíz freudiana de todos los problemas. Es ella la que declara a los cuatro vientos ser que trabaja, la más honesta, la más pulcra y bien hecha, la que mantiene al baquetón del marido, —el sur—, la que le limpia la cola a la beata abuelita —el bajío—, y alimenta al latoso vástago —Yucatán—. Es la madre, en sus propias palabras, la única que vale la pena de la disfuncional familia; es quizá por ello que se la pasa lamentándose de su suerte y declarando que ella —cómo no, ella—, merece un mejor destino.

La verdad, sin embargo, es otra, pues los estados del Norte (De Tamaulipas a Sonora, pasando por Nuevo León, Chihuahua y Sonora), al igual que la metafórica madre, son más lengua que acto. Los tan mentados industriales y empresarios norteños —orgullo de toda la región—, han basado su prosperidad en el férreo control que ejercen en el mercado, obtenido gracias a la amalgama que han logrado hacer con la corrupta clase política. Este control les permite tener leyes a modo que obstaculicen cualquier intento de competencia por parte de pequeños y medianos empresarios al tiempo que evaden el más mínimo escrutinio o control de calidad de los productos o servicios que ofertan. Por otro lado, dada su tendencia a consolidarse en monopolios, obtienen control absoluto sobre los precios al consumidor, dándose el lujo de vender sus mercancías al doble, triple o cuádruple de lo que se venden en otras latitudes. Es por estas razones que estos industriales, en cuanto salen a mercados foráneos —en donde existen marcos legales que realmente fomentan la libre competencia—, fracasan estrepitosamente, o si no, que le pregunten a Lorenzo Zambrano o a los del Grupo Alfa acerca de sus aventuras transfronterizas.

(Estos vicios, por supuesto, no son exclusivos de los industriales regios, sino una constante de identidad de toda la clase empresarial mexicana. Sin embargo, ni los empresarios del bajío ni los del centro se pavonean tanto de su supuesta calidad mundial)

Por otro lado, los prohombres norteños, en su inmensa mayoría, se dedican a negocios e industrias de baja complejidad. En lugar de —como en otros países—, generar industria de producción de bienes o invertir en desarrollo de tecnología, dedican sus empeños al comercio, a la maquila o a la ganadería, mismas que, si bien generan riqueza —para ellos, but of course—, no crean ciclos efectivos de crecimiento económico. En otras palabras, los industriosos industriales del norte en realidad son timoratos rentistas y codiciosos vendedores —de cosas que no son suyas, a veces—, sin el suficiente valor de invertir en empresas verdaderamente arriesgadas —o si no, conténtenme ¿Por qué no han promovido el desarrollo de, por ejemplo, un equivalente del Sillicon Valley californiano en Monterrey?—.

Es más, esos industriosos industriales norteños, en estos últimos dos funestos sexenios, han descubierto un mejor y más redituable negocio: la política. Cada vez son más los empresarios que se van de gobernadores/ senadores/ diputados y que desde ahí promueven sus propios negocios e intereses mientras esquilman alegremente el erario. Así pues, la mamá, tan honesta y recta, ha encontrado lo conveniente que es manejar los dineros de la cooperativa escolar para su propio beneficio.

En ese sentido, hay que aceptar que la única actividad empresarial del norte que verdaderamente genera ingresos es —ejem,ejem—, el narcotráfico. Esa metafórica mamá, que tanto presume de ser trabajadora e industriosa, en realidad sale en las noches a fichar en los tugurios para allegarse otros recursos adicionales a los que recolecta en la cooperativa.

Y es que, en realidad, la progenitora nacional en el fondo jamás se ha sentido parte de la familia. Sólo hay que hablar con cualquier norteño para constatar que nueve de cada diez habitantes de esta región se consideran estadounidenses nacidos por debajo del Río Bravo. Es evidente que el corazoncito del norte late en San Antonio, que se emociona al ver el águila calva, que tararea The Star Spangled Banner, y que sueña con ser rubio, pecoso y de ojos azules. Así pues, la hipotética super mamá, además de ser tranza y narca, le ha estado poniendo alegremente con el vecino de arriba desde la consolidación misma de la nación.

Por lo mismo, quizá sería mejor que los estados del norte se separen de los demás. Así, podrían cumplir su carísimo deseo de anexarse a los Estates, aunque sea como estado libre asociado o como un condado de Texas. La mamá descarriada por fin entraría a la mansión del vecino rico, aunque sea sólo para hospedarse en el cuarto de la servidumbre.



Photobucket

Luego de la mamá seguimos con el bajío, esa región que conforman los estados del occidente de México, (Jalisco, Michoacán, Querétaro, Guanajuato, Colima y Nayarit), y que vendría ocupando el lugar de la abuelita de la familia. Los estados de dicha región, además de no ser particularmente productivos —pues ni los zapatos de León ni la cajeta de Celaya ni el tequila de Jalisco mantienen al país—, han sido la cuna de las más cruentas guerras religiosas y las más vergonzosas manifestaciones de intolerancia que hemos padecido. (una de las pocas excepciones sería el estalinista gobierno de Garrido Canabal en Tabasco). Si el bajío se separara de la federación cumpliría al fin su destino manifiesto de convertirse en un estado pontificio-cristero: el poder terrenal lo podría ejercer, ahora sí sin ningún pudor, algún Cardenal o Arzobispo, los mismos que, ahora sí, podrían gozar de las jugosas narcolimosnas de las que son beneficiarios sin tener necesidad de andarse justificando. (Vas que chutas, Sandoval) La capital de la nueva nación católica y apostólica podría situarse en Zapopan o en San Juan de los Lagos, y podrían armar su propio ejército —los húsares del Padre Pro, se podría llamar—, para, en momento, lanzarse a la conquista de los herejes y huevones estados del Centro-Sur.

Además, siendo que el bajío tiene una relación muy cercana con la Madre —finalmente, su hija—, ambas podrían unirse para fastidiar con más ahínco al metafórico padre y para seguir comercializando esas hierbitas vaciladoras que tanto le gustan al vecino de arriba.

Los estados del sur y del centro vendrían representando al prieto y huarachudo patriarca de la familia, ese que es despreciado a partes iguales por la mamá, la abuelita y el hijo Yuca. Es el padre, en la versión de los otros tres, el causante de todos los males en el hogar: huevón, descreído, desobligado, tranza, mantenido, ¡Chilango ratero! ¡Oaxaco huevón! Sin embargo y a pesar de los calificativos que le han endilgado, en realidad es quien posee la que ha sido la fuente de ingresos de la familia durante décadas: el petróleo. El sufrido padre y su humilde changarrito son, en realidad, los que han sostenido las aventuras extramaritales de la madre, los delirios religiosos de la abuela, los negocios chuecos de ambas —que tienen como consecuencia la violencia que sufre el país—, y los intentos del Yuquita por irse de casa.

Es por eso que, curiosamente, quizá sea al padre a quien más le convenga el divorcio nacional, pues así podría conformar una república medianamente funcional. Ya sin la carga de sus parientes, quienes desde siempre lo han jodido a base de chantajes y vituperios, por fin podría vivir su vida como un país laico, petrolero —por unos años más, por lo menos—, y dueño de un conjunto de chacharitas —desde zonas arqueológicas hasta enclaves turísticos—, que podrían otorgarle una pequeña prosperidad.

Lo único que podría pasar es que, a la hora de la disolución familiar, se descubra que el verdadero objeto del vecino del norte —que desde siempre se ha almorzado a la mamá—, ha sido desde siempre el tesorito petrolero del marido.

¿Y Yucatán? Bueno…Dicho estado siempre se ha visto a si mismo como un país independiente, siempre ha despreciado profundamente a los guachos —los habitantes del centro—, por lo que vendría a representar un hijo adoptivo que es consciente de su situación y que detesta por igual al padre y a la madre. Por lo mismo, al disolverse la familia, lo más seguro es que tome sus chivas y emprenda su propio camino, yéndose como jardinero a la mansión del vecino —al que también adora—, o mudándose a ese multifamiliar de adolescentes que es Centroamérica.

En conclusión, quizá como en las familias rotas, quizá la mejor solución para que este país mejore es la secesión. Así por lo menos, en el peor de los casos, cada uno de los miembros podrá construir su propio fracaso sin tener a nadie al lado para culpar por el mismo. Así que, a menos que el país entero esté dispuesto a ir a terapia de grupo, es tiempo de visitar al juez de paz.

(Que, por cierto, es el vecino de arriba… Ups)


Omar Delgado

2010

No hay comentarios.: