sábado, diciembre 26, 2009

ARTES DE LO SUPERFICIAL


Reseña de la novela Genji Monogatari (Relato o Romance del Príncipe Genji)

Si en este momento algún ocurrente nos viniera con que ha escrito una novela basándose en la vida del Príncipe Rainero, de alguno de los hermanos Bibriesca o de Paris Hilton, y que desea que lo leamos para encontrarle cualidades estilísticas y literarias, seguramente le estrellaríamos el manuscrito en la tatema. Sin embargo, si dicho mamotreto hubiera sido escrito hace más de mil años en algún lugar del extremo oriente, es probable que nos harían falta epítetos para alabar su cuidada prosa, su preciso retrato de la época y su sensible manera de retratar las emociones humanas.


Esa es la impresión que me queda luego de leer El Romance de Genji (Genji Monogatari), obra que es considerada por algunos la primera novela de la humanidad y que fue escrita en el siglo XI por Murasaki Shikibu, una dama de la corte del Japón medieval. El romance, como su nombre lo indica, trata acerca de la vida y las peripecias amorosas del mencionado príncipe Genji, un bon vivant –si se me permite el anacronísmo-, de la corte del emperador, casado con la hija de un funcionario de la corte y poseedor de una legendaria belleza que cautiva a todos a su paso –especialmente a las mujeres-. Murasaki Shikibu, la autora, nos narra a través de 54 capítulos –de los cuales los primeros 9 son los que conforman la versión existente en español-, un conjunto insufrible de anécdotas banales cuyo protagonista es aún más banal y cuyas únicas cualidades sobresalientes son unas delicadas facciones y un exquisito gusto en el vestir. Genji llega a ser cansino en la medida en que toda su vida gira alrededor de sus apetitos, sus azotes –creo suponer que tenemos al primer emo de la literatura-, sus arbitrariedades –como cuando rapta a una niña prepuber para cultivarla-, y sus huecas conversaciones con los demás personajes de la obra –las cuales, como dictaban los cánones de la época, están articuladas en verso y en más de una ocasión recuerdan el duelo entre Pedro Infante y Jorge Negrete en la película Dos tipos de cuidado-.

Sin embargo, lo más insufrible de El Romance… son los extenuantes esfuerzos de la autora por subrayar y enaltecer la condición preciosísima del príncipe, los cuales llegan a volcarse en verdaderas joyas de humor involuntario. En ese sentido sólo hay que mencionar que, en algún momento de la narración afirma que “[…] Su hermosura era tal que incluso los bonzos[1], cuando lo admiran, no pueden evitar recordar los placeres del mundo”.


Por supuesto que la obra de Murasaki no carece de interés: su cuidado retrato de las costumbres de la época, la explicación de las intrincadas costumbres japonesas –las ceremonias fúnebres de Utsusemi-, e incluso la madeja de intrigas palaciegas en las que se maneja Genji hacen del Romance… Una obra de gran valor histórico. Por otro lado, la autora es particularmente diestra en impregnar su prosa con una atmosfera mágico- religiosa capaz de dotar de verosimilitud episodios que lo mismo van de lo puramente terrenal –la vida cotidiana de palacio y la sucesión del trono, por ejemplo-, a lo abiertamente sobrenatural -el capítulo en donde Utsusemi, es atacada y asesinada por un espíritu maléfico, verdadera perla de lo real maravilloso-.

Por último, no está de más mencionar que el leer la historia de Genji significa una revelación –en ocasiones incómoda-, acerca de las costumbres sexuales de otras épocas en relación con la nuestra. Genji no titubea a la hora de raptar a la niña Murasaki –interesante proyección de la propia autora dentro de su obra-, con el fin de educarla para que con el tiempo se convierta en la esposa ideal. Esa acción, que en nuestra época sería causal de prisión y/o condena social, es retratada en la obra como una simple extravagancia e, incluso, como un privilegio para la menor. En ese sentido, para los estándares de la época actual, el también llamado Príncipe Resplandeciente no sería sino un vulgar pederasta que se aprovecha de su posición para satisfacer sus apetitos, no muy distinto de los compas del Gober precioso.

Aunque, hace apenas cien años, las mujeres parían su primer hijo no bien cumplian 15 años.

Interesante para leer en este año nuevo.

Omar Delgado
2009


[1] Monjes budistas conocidos por su ascetismo.