Tzompantli es nahuatl. Significa aproximadamente "Pared de calaveras", y se refería a un siniestro monumento que colocaban los mesoamericanos en el centro de sus ciudades. Consistía en un soporte de madera en donde exhibían las cabezas de los enemigos muertos. Armar un tzompantli era muy sencillo: a la cabeza cercenada se le perforaban los parietales y se le pasaba un palo a través de los huecos. Se ensartaban varias cabezas en un mismo palo y luego este era fijado en unos soportes verticales. El procedimiento se repetía hasta tener una empalizada llena de despojos sangrantes que le devolvían la mirada al transeúnte.
Dicho exhibidor era utilizado para demostrar el poderío y ferocidad del pueblo que lo construía (en este caso, de los mexicas). Mientras lo admiraban, los habitantes de la ciudad se llenaban de orgullo y miedo y los extranjeros sabian que estaban entre gentes que no era conveniente encolerizar. Aunque casi todas las ciudades de mesoamérica tuvieron tzomplantlis en sus plazas principales, ninguno era tan magnífico como el de Tenochtitlan, el cual se localizaba en donde actualmente se yergue la catedral metropolitana y era de tal altura que bloqueaba la vista de los cerros cercanos.
Cuando los españoles llegaron a Tenochtitlan, lo primero que llamó su atención fue este ábaco de la muerte. Asustados, Bernal Díaz y el propio Cortéz lo mencionan en sus respectivas obras. Fue ahí a donde fueron a parar las testas decapitadas de los españoles caidos en la batalla de la noche triste (30 de julio de 1520), así como las de sus monturas. Inclusivos que eran los mexicas, que ni a los caballos discriminaban.
La decapitación es un asesinato con una terrible carga ritual. Al degollado no únicamente se le despoja de la vida, sino que también, simbólicamente, de su identidad, puesto que es en la cabeza en donde se encuentra el rostro, nuesto atributo más único. También, a un nivel más simbólico, el cercenarle la cabeza a alguien lo despoja de su poder, su valentía y su inteligencia.
Muchas culturas lo han entendido así: el israelita David paseó la cabeza de Goliat frente a los filisteos para infundirles desánimo y horror; los jíbaros reducían las cabezas de sus enemigos para ganar en ferocidad y coraje; los escandinavos hacían copas con los cráneos de sus adversarios para beber su poder; los mayomberos (brujos negros de la santería), controlan a los espíritus de los muertos al robar de su sepulcro la cabeza con todo y cerebro. Estos nigromantes, que controlan a los muertos que capturan, prefieren a los asesinos y locos que murieron violentamiente, pues hacen trabajar esa ferocidad para sus propios fines.
Épocas y personajes se identifican plenamente con el desprendimiento forzado de testas: Luis XVI, María Antonieta, Ana Bolena y María Estuardo. Célebres descabezadores han sido Enrique XVIII y Maximilien Robespierre. (Al verdugo en general no se le cuenta: no es sino la extensión del brazo del déspota). Célebres también los artilúgios para hacer esos extremos cortes de cabello. Ahí estan las brutales hachas de la torre de Londres y la macabra eficiencia de la guillotina. El hombre siempre ha sido muy ingenioso en el oficio de matar a sus semejantes.
Los regímenes autoritarios, los reyezuelos inseguros, las monarquías de pies de barro siempre buscan mostrar ejemplos. Es por eso que les gustan tales ejecuciones, pues pocos argumentos hay tan claros como una cabeza clavada en una pica.
Tal barbarie no es lejana aquí en México. No bien los habían ejecutado, a los insurgentes les cortaron el pezcuezo para exhibir sus cabezas en las esquinas de la alhóndiga de Granaditas. Felix María Calleja, el sanguinario virrey que los mandó fusilar, quería mostrarle a cualquiera las consecuencias de rebelarse contra la corona española. Allende, Hidalgo, Aldama y Jimenez se balancearon (Parte de ellos, por lo menos) desde las cuatro esquinas del edificio por años, hasta que triunfó el movimiento y fueron reivindicados y sepultados.
Decapitaba también el guerrillero independista conocido como "El Pachón", quien antes de unirse al cura Hidalgo había sido arriero. A este hombre, que actuó en lo que actualmente es Guanajuato, no le hacía falta ni machete ni espada, pues su sóla reata encerada era suficiente para cortar las cabezas de los soldados españoles (Así de diestro era). Precusor de la segadora, en 1811 inventó una macabra y rápida manera de atacar: El, junto con otro de sus hombres, amarraban la cuerda a sus sillas de montar y la mantenían tensa mientras cabalgaban. Al tomar velocidad, los dos jinetes se convertían en un terrible artefacto asesino. Saltaban las cabezas tan rápido que los gachipunes alcanzaban a ver sus propias botas antes de morir.
De algunos pocos años para acá, a los miembros de los carteles de droga les ha dado por descabezarse los unos a los otros.
Tan noble costumbre la inició, ya hace algunos ayeres, el cartél de Tijuana. Cuenta la crónica negra que los hermanos Arellano Felix tuvieron a bien mandarle al Güero Palma , del cartel de Culiacán, la cabeza de su esposa en una caja de pastel. Para corresponderles el detalle, el sinaloense inció una de las guerras territoriales más sangrientas de las que se tenga memoria, guerra que aún no conoce fin.
Sin embargo, fue la inclusión de miembros de las fuerzas de elite de diversos ejercitos (Los Gafes, los Kaibiles), dentro de los grupos delincuenciales del narco lo que hizo que dicha guerra alcanzara su tope de violencia. Aparentemente fueron los Kaibiles, miembros del ejercito guatemalteco y que habían combatido contra la guerrilla, quienes le tomaron gusto a las cabezas cortadas (como lo hicieron durante años en las selvas centroamericanas). A partir del 2004, el descabezar al adversario se volvió una práctica cotidiana. Las cabezas aparecen bien visibles, en lugares estratégicos (ayuntamientos, presidencias municipales), mientras que los cuerpos son deshechados en ciénegas y manglares.
¿Para qué tal salvajismo? Por el mismo motivo del tzompantli o de las jaulas de la alhondiga :para poner ejemplo. Actualmente la guerra entre los diversos cárteles de droga y el gobierno no conoce freno ni mesura. Aquel viejo código que impedía matar mujeres y niños quedó sobrepasado por la necesidad de mostrar poder y crueldad (que en ese ámbito son sinónimos). Un día aparecen doce yucatecos sin sus testas y, al otro día, aparecen veinticinco ejecutados (campesinos humildes, al parecer) en la marquesa solo para, dos días después, se detonen dos granadas en Morelia en medio de una multitud celebrante. Gracias a un gobierno también acéfalo, la barbárie se ha convertido en lugar común. Vivimos chapoteando en sangre y ya nos estamos acostumbrando al sonido. La crueldad cotidiana se convierte incluso en material para la broma, el chacoteo, el desmadre.
Finalmente mexicanos, festejamos con un chiste (Muy negro, pero chiste al fin). Conjuramos a golpe de risa la malaventura. Celebramos el ser, por esta vez, los que conservamos la cabeza pagada al cuerpo.
Omar Delgado
2008
Dicho exhibidor era utilizado para demostrar el poderío y ferocidad del pueblo que lo construía (en este caso, de los mexicas). Mientras lo admiraban, los habitantes de la ciudad se llenaban de orgullo y miedo y los extranjeros sabian que estaban entre gentes que no era conveniente encolerizar. Aunque casi todas las ciudades de mesoamérica tuvieron tzomplantlis en sus plazas principales, ninguno era tan magnífico como el de Tenochtitlan, el cual se localizaba en donde actualmente se yergue la catedral metropolitana y era de tal altura que bloqueaba la vista de los cerros cercanos.
Cuando los españoles llegaron a Tenochtitlan, lo primero que llamó su atención fue este ábaco de la muerte. Asustados, Bernal Díaz y el propio Cortéz lo mencionan en sus respectivas obras. Fue ahí a donde fueron a parar las testas decapitadas de los españoles caidos en la batalla de la noche triste (30 de julio de 1520), así como las de sus monturas. Inclusivos que eran los mexicas, que ni a los caballos discriminaban.
II
La decapitación es un asesinato con una terrible carga ritual. Al degollado no únicamente se le despoja de la vida, sino que también, simbólicamente, de su identidad, puesto que es en la cabeza en donde se encuentra el rostro, nuesto atributo más único. También, a un nivel más simbólico, el cercenarle la cabeza a alguien lo despoja de su poder, su valentía y su inteligencia.
Muchas culturas lo han entendido así: el israelita David paseó la cabeza de Goliat frente a los filisteos para infundirles desánimo y horror; los jíbaros reducían las cabezas de sus enemigos para ganar en ferocidad y coraje; los escandinavos hacían copas con los cráneos de sus adversarios para beber su poder; los mayomberos (brujos negros de la santería), controlan a los espíritus de los muertos al robar de su sepulcro la cabeza con todo y cerebro. Estos nigromantes, que controlan a los muertos que capturan, prefieren a los asesinos y locos que murieron violentamiente, pues hacen trabajar esa ferocidad para sus propios fines.
Épocas y personajes se identifican plenamente con el desprendimiento forzado de testas: Luis XVI, María Antonieta, Ana Bolena y María Estuardo. Célebres descabezadores han sido Enrique XVIII y Maximilien Robespierre. (Al verdugo en general no se le cuenta: no es sino la extensión del brazo del déspota). Célebres también los artilúgios para hacer esos extremos cortes de cabello. Ahí estan las brutales hachas de la torre de Londres y la macabra eficiencia de la guillotina. El hombre siempre ha sido muy ingenioso en el oficio de matar a sus semejantes.
Los regímenes autoritarios, los reyezuelos inseguros, las monarquías de pies de barro siempre buscan mostrar ejemplos. Es por eso que les gustan tales ejecuciones, pues pocos argumentos hay tan claros como una cabeza clavada en una pica.
III
Tal barbarie no es lejana aquí en México. No bien los habían ejecutado, a los insurgentes les cortaron el pezcuezo para exhibir sus cabezas en las esquinas de la alhóndiga de Granaditas. Felix María Calleja, el sanguinario virrey que los mandó fusilar, quería mostrarle a cualquiera las consecuencias de rebelarse contra la corona española. Allende, Hidalgo, Aldama y Jimenez se balancearon (Parte de ellos, por lo menos) desde las cuatro esquinas del edificio por años, hasta que triunfó el movimiento y fueron reivindicados y sepultados.
Decapitaba también el guerrillero independista conocido como "El Pachón", quien antes de unirse al cura Hidalgo había sido arriero. A este hombre, que actuó en lo que actualmente es Guanajuato, no le hacía falta ni machete ni espada, pues su sóla reata encerada era suficiente para cortar las cabezas de los soldados españoles (Así de diestro era). Precusor de la segadora, en 1811 inventó una macabra y rápida manera de atacar: El, junto con otro de sus hombres, amarraban la cuerda a sus sillas de montar y la mantenían tensa mientras cabalgaban. Al tomar velocidad, los dos jinetes se convertían en un terrible artefacto asesino. Saltaban las cabezas tan rápido que los gachipunes alcanzaban a ver sus propias botas antes de morir.
IV
De algunos pocos años para acá, a los miembros de los carteles de droga les ha dado por descabezarse los unos a los otros.
Tan noble costumbre la inició, ya hace algunos ayeres, el cartél de Tijuana. Cuenta la crónica negra que los hermanos Arellano Felix tuvieron a bien mandarle al Güero Palma , del cartel de Culiacán, la cabeza de su esposa en una caja de pastel. Para corresponderles el detalle, el sinaloense inció una de las guerras territoriales más sangrientas de las que se tenga memoria, guerra que aún no conoce fin.
Sin embargo, fue la inclusión de miembros de las fuerzas de elite de diversos ejercitos (Los Gafes, los Kaibiles), dentro de los grupos delincuenciales del narco lo que hizo que dicha guerra alcanzara su tope de violencia. Aparentemente fueron los Kaibiles, miembros del ejercito guatemalteco y que habían combatido contra la guerrilla, quienes le tomaron gusto a las cabezas cortadas (como lo hicieron durante años en las selvas centroamericanas). A partir del 2004, el descabezar al adversario se volvió una práctica cotidiana. Las cabezas aparecen bien visibles, en lugares estratégicos (ayuntamientos, presidencias municipales), mientras que los cuerpos son deshechados en ciénegas y manglares.
¿Para qué tal salvajismo? Por el mismo motivo del tzompantli o de las jaulas de la alhondiga :para poner ejemplo. Actualmente la guerra entre los diversos cárteles de droga y el gobierno no conoce freno ni mesura. Aquel viejo código que impedía matar mujeres y niños quedó sobrepasado por la necesidad de mostrar poder y crueldad (que en ese ámbito son sinónimos). Un día aparecen doce yucatecos sin sus testas y, al otro día, aparecen veinticinco ejecutados (campesinos humildes, al parecer) en la marquesa solo para, dos días después, se detonen dos granadas en Morelia en medio de una multitud celebrante. Gracias a un gobierno también acéfalo, la barbárie se ha convertido en lugar común. Vivimos chapoteando en sangre y ya nos estamos acostumbrando al sonido. La crueldad cotidiana se convierte incluso en material para la broma, el chacoteo, el desmadre.
Finalmente mexicanos, festejamos con un chiste (Muy negro, pero chiste al fin). Conjuramos a golpe de risa la malaventura. Celebramos el ser, por esta vez, los que conservamos la cabeza pagada al cuerpo.
Omar Delgado
2008
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