Las aventuras de John Silence con lo paranormal
La vida después de la muerte siempre ha sido la gran preocupación del hombre. Desde el Neardental que dejaba puntas de lanza y jícaras con alimento en las tumbas de sus muertos hasta el yuppie newage que dispone que sus cenizas sean comprimidas en una cápsula y arrojadas al espacio exterior, el hombre siempre ha encontrado maneras de explicarse (y tratar de eludir) su propia finitud.
Por eso, no es extraño que desde las primeras ficciones que enhebró el hombre, el Más Allá fuera uno de los temas imprescindíbles. Gilgamesh, el primer superhero de la literatura, tuvo que refrendar su condición bajando al submundo; Odiseo necesitó consultar a la sombra de Tiresias para encontrar el camino a Ítaca. En tales historias, el mundo de la vida y el de la muerte eran dos esferas de límites difusos, y no era antinatural que hubiera intercambios entre uno y otro.
Sin embargo, hay otro tipo de historias en donde la patria de los muertos se ve como un lugar que, si bien existe, debe de tener fronteras bien claras con nuestro mundo. Muchos de los ritos funerarios de la humanidad estaban encaminados tanto para honrar al muerto como para prevenir su regreso. El ser de ultratumba (llámese fantasma, vampiro, no-muerto, demonio o espíritu impuro) se convirtió en el invitado indeseable, el borracho que se cuela en la fiesta a acabarse las botellas y hacer estropicios. Algunos incluso eran capaces de poner en riesgo la viabilidad del mundo. Era entonces, necesario, que surgieran profesionales que los apaciguaran y, en caso necesario, que los mantuvieran en su sitio. Así es como surgen los exorcistas, chamanes, ocultistas, espiritistas, parapsicólogos e investigadores de lo paranormal; figuras misteriosas y algo menospreciadas, outsiders de la sociedad a los que se acude cuando las cosas se ponen demasiado aterradoras.
Se podría afirmar que el primer cazafantasmas de la historia fue el filósofo estóico Atenodoro. Cuenta Pilino el joven que en Atenas existía una casa que, a pesar de ser amplia y cómoda, nadie quería habitar, pues tenía fama de estar encantada; por lo mismo, el alquiler que se pedía por ella era muy bajo. El filósofo, hombre sin mucha plata -como la mayoría de su gremio-, la habitó pensando en que era mejor enfrentarse a algún espíritu furibundo que a la intemperie. Durante la noche, Atenodoro escuchó ruidos metálicos en la casa y, al explorar, se encontró cara a cara con un anciano traslúcido, de apariencia miserable y grilletes en los tobillos, al cual siguió. Ya en el patio, el espectro le señaló un punto junto a un olivo. Al otro día, el filósofo removió la tierra del lugar y encontró unos huesos. Luego de enterrarlos, el fantasma finalmente descansó, y Atenodoro pudo finalmente disfrutar de tranquilidad para sus reflexiones.
Historias similares se repiten en todas las tradiciones literarias y orales, en todas partes del mundo. Sin embargo, no fue sino hasta la segunda mitad del siglo XIX cuando lo paranormal se volvió cool. Con el auge del espiritismo, aparecieron cientos de pseudocientíficos que afirmaban poder comunicarse con otros planos de existencia, e incluso, de pelear con los espíritus de caracter maléfico.
El detective de lo paranormal (o cazafantasmas científico), nace a fines de los 1800´s. Sus exponentes más famosos fueron, por supuesto, el doctor Abraham Van Helsing, nemesis del Drácula de Bram Stoker, y el doctor Helessius, azote de la Carmilla de Sheridan Le Fanu. Ambos personajes, puesto que lidiaban con un tipo muy bien definido de seres de ultratumba -los vampiros-, apoyaban sus métodos de investigación más en el folcklore que en los conocimientos científicos. En 1887, con el surgimiento de Sherlock Holmes, los escritores de suspenso comenzaron a incorporar los métodos racionales del habitante de Baker Street en sus personajes. Además, en aquellos tiempos había una gran cantidad de información científica, derivada del hacer de mediums y espiritistas. Es así como nacen los detectives de lo paranormal, hombres que incorporaban el saber científico a la caza de espectros. Los más ilustres miembros de esta estírpe son el doctor Carnaki, de Hobson, y John Silence, de Blackwood Algernon.
John Silence quizá sea el más singular de ellos, pues se parece más al compañero del doctor Watson (incluso físicamente) que al sanguíneo Van Helsing. Algernon crea a su personaje en 1906, justo en el ocaso de la era victoriana. Por lo mismo, las historias de Silence pecan de cierta inocencia conmovedora, (propia de una época en la que todavía no se vivian los horrores de las guerras mundiales) pero aún así, el también autor de la obra maestra titulada Los Sauces los lleva a buen puerto gracias a una notable capacidad de descripción y a un amplio conocimiento de las teorias espiritualistas- metafísicas de su tiempo. Si bien las aventuras del investigador de lo paranormal son bastante logradas (aunque algo lineales), desde el punto de vista narrativo, también son verdaderos muestrarios de las ideas que se tenían en aquellas épocas acerca del mundo de los espíritus. Algernon explica (por medio de su creación), la transmigración de las almas, el desdoblamiento del cuerpo astral, la impregnación psíquica, y otras teorias parapsicológicas con el mismo rigor -y la misma certidumbre-, con el que un físico explicaría las tres leyes de Newton.
Editorial Valdemar editó hace tiempo una compilación de las aventuras más representativas de John Silence. Bajo el título de John Silence, investigador de lo oculto, se agrupan los relatos Antiguas Brujerías, una invasión psíquica,Culto secreto, la némesis del fuego, Una víctima del espacio exterior y El campamento del perro. En todas ellas se muestra algún caso perturbador (generalmente con alguna pobre víctima martirizada por un ser de otros mundos), minuciosamente explicada por el investigador. En Antiguas Brujerías, un hombre se enfrenta a brujas quemadas siglos antes; en La némesis del fuego, Silence ayuda a un coronel retirado a deshacerse de una maldición egipcia; La cuarta dimensión devora poco a poco a un iluso joven en Una víctima del espacio exterior, en donde el autor tiene oportunidad de mostrar todas sus dotes de narrador; Una invasión psíquica versa sobre un escritor que, al experimentar con fármacos, abre por accidente las puertas del Más allá y por último, El campamento del perro aborda el conmovedor idílio entre una joven y su licántropo amante.
Los cuentos de Blackwood están escritos correctamente, siguen todas las convenciones de la narrativa y muestran con destreza un mundo tan fascinante como dificil de imaginar. A pesar de ello, se les nota cierto acartonamiento. Esto no es extraño, pues fueron las primeras incursiones del autor en las letras. Luego de Silence vendrían los trabajos con los que se consagraría como el gran autor de misterio que inspiraría a H.P. Lovecraft a crear sus inombrables entidades.
La influencia de Blackwood y su hijo literario, sin embargo, van más allá, pues fue también una de las fuentes de las que se basó Alan Moore para crear a su Hellblazer (conocido popularmente como John Constantine), y de Mike Mignola para escribir al guarro Hellboy, hoy dos referencias culturales innegables. Incluso los inenarrables Ghostbusters (Ivan Reitman, 1984) presentan, en su hechura, rastros del personaje del autor de El Wendigo.
Además, cualquier escritor en ciernes podría encontrar en estos relatos ejemplos precisos del uso de algunas de las técnicas narrativas más complejas, tales como la descripción de conceptos abstractos o la evocación de atmósferas. De cualquier manera, (sea uno o no escritor) el doctor Silence es un personaje lo suficientemente fascinante como para conocerlo.
Omar Delgado
2008
Acá estan los datos del libro:
JOHN SILENCE, INVESTIGADOR DE LO OCULTO
(Valdemar)
Idioma: Español
ISBN: 8477024197.
ISBN-13: 9788477024194350
p. ; 25x17 cm.
(2002). ç
No hay comentarios.:
Publicar un comentario