No me desagradan los emos. En realidad, ni me molestan ni me encantan. Son como marmotas que de cuando en cuando se aparecen corriendo por las calles, con sus pantaloncitos de tubo, sus greñitas relamidas y sus rostros de puchero. Si ellos se quieren amargar la vida afirmando que todo es sufrimiento y que prefieren cortarse las venas antes que seguir respirando es muy su problema. Lo irónico es que si se dieran cuenta de que su actitud vital es tan parecida a la de sus abuelitas (esas que se la pasaban quejándose de que “la vida es un valle de lágrimas”), probablemente lo pensarían dos veces antes de abrir la boca.
Es probable que esta generación de jovencitos EMO sea el resultado de las cientos de películas lacrimosas del cine mexicano, cuyos residuos se fueron condensando en el código genético de sus familias. Imagínenlo: si la abuelita y los padres del emo en cuestión pasaron su infancia y juventud viendo películas tales como Un rincón cerca del cielo, Nosotros los pobres, Ustedes los ricos, Día de las madres, Azahares para tu boda, y demás gases pimienta cinematográficos, seguro el código genético de esa familia se fue degradando hasta que, en la última generación se obtuvo un emito químicamente puro. Es decir, un chamaco que en su ADN tiene también componentes de Marga López y Libertad Lamarque.
Por otro lado, se dice que los EMO son descendientes ideológicos tanto de los punks como de los darks. De los primeros tomaron los peinados y la vestimenta; de los segundos, la exaltación del sufrimiento. Sin embargo —y por eso las demás tribus urbanas los aborrecen—, desprecian tanto la postura política de los primeros como el amor por las artes de los segundos. Es decir, que son unos punko-darks destilados, que además mezclan lo tomado de otras ideologías con una cierta estética de manga japonesa. En realidad, los emos sostienen que no soportan el mundo, que son demasiado sensibles para sus miserias y maravillas, y que aprovecharán la más mínima oportunidad para abordar el goodbye train de la existencia. Algún intelectual de Sanborns afirmaría que son nihilistas extremos. Yo digo que nomás son mamones.
Creo yo que la juventud en general siempre ha tenido ciertas tendencias emo. Es natural, pues es la edad en la que las hormonas provocan un cóctel interior que hace que la vida parezca una montaña rusa emocional: a veces uno está pletórico de alegría; a veces, se quiere uno tirar de la Torre Mayor. El adolescente es exaltado por naturaleza, apasionado y, a veces, depresivo al extremo. Y si no, que me lo digan los cientos de jóvenes que se suicidaron después de leer Las desventuras del joven Werther de Goethe, en los últimos años del siglo XVIII, o los adolescentes que se dejaban contagiar la tuberculosis en la Europa decimonónica nomás por que los que morían de dicha enfermedad se veían bien bonitos. Ser joven es amar, crear, encolerizarse y sufrir (y también hacer estupideces de cuando en cuando).
Lo preocupante es que, por lo menos en México, los emo ya se convirtieron en el receptáculo de las frustraciones de las demás tribus urbanas que conviven en el país. El 8 de marzo del presente, en la ciudad de Querétaro (ubicada a tres horas al norte de la ciudad de México), un grupo de jóvenes de estética emo fue brutalmente atacado por integrantes de las otras sectas juveniles: darks, punks y skatos unieron sus esfuerzos con el fin de pintar de EMOglobina la plaza de armas de dicha ciudad. Afortunadamente, la intervención de varios ciudadanos (algunos incluso que arriesgaron su físico para protegerlos), impidió que aquello derivara en tragedia. Luego, el 14 del mismo mes, en la ciudad de México, se tuvo un conato de violencia parecido en la glorieta de los Insurgentes. (El cual, por cierto, fue alivianado ni más ni menos que por: ¡Los Hare Krishnas!) Este problema de segregación ha crecido de tal manera que incluso el secretario de seguridad pública de la ciudad de México ha dado la orden explícita a los cuerpos de policía de “proteger a los emos”.
Hay que decir que, en honor a la verdad, los postulados y la ideología de estos jovencitos parece diseñada para volverlos punching bag de las frustraciones de la sociedad. Toda esa postura autocomplaciente de parte de adolescentes que —en su inmensa mayoría—, son de clase media y que nunca han pasado privaciones importantes, parece banal y hueca. Sin embargo, esto no es causa suficiente para que otras tribus urbanas los cacen. Lo reprobable, lo repugnante, no es que los emos sean lo que son, sino que haya otros que piensen que no tienen derecho a serlo.
Por eso, adopte un emo. En serio… son divertidos, y saben hacer varios trucos con navajitas de rasurar. (Yo, por ejemplo, no tengo pedo en adoptar a la emita de la foto siguiente).
Es probable que esta generación de jovencitos EMO sea el resultado de las cientos de películas lacrimosas del cine mexicano, cuyos residuos se fueron condensando en el código genético de sus familias. Imagínenlo: si la abuelita y los padres del emo en cuestión pasaron su infancia y juventud viendo películas tales como Un rincón cerca del cielo, Nosotros los pobres, Ustedes los ricos, Día de las madres, Azahares para tu boda, y demás gases pimienta cinematográficos, seguro el código genético de esa familia se fue degradando hasta que, en la última generación se obtuvo un emito químicamente puro. Es decir, un chamaco que en su ADN tiene también componentes de Marga López y Libertad Lamarque.
Por otro lado, se dice que los EMO son descendientes ideológicos tanto de los punks como de los darks. De los primeros tomaron los peinados y la vestimenta; de los segundos, la exaltación del sufrimiento. Sin embargo —y por eso las demás tribus urbanas los aborrecen—, desprecian tanto la postura política de los primeros como el amor por las artes de los segundos. Es decir, que son unos punko-darks destilados, que además mezclan lo tomado de otras ideologías con una cierta estética de manga japonesa. En realidad, los emos sostienen que no soportan el mundo, que son demasiado sensibles para sus miserias y maravillas, y que aprovecharán la más mínima oportunidad para abordar el goodbye train de la existencia. Algún intelectual de Sanborns afirmaría que son nihilistas extremos. Yo digo que nomás son mamones.
Creo yo que la juventud en general siempre ha tenido ciertas tendencias emo. Es natural, pues es la edad en la que las hormonas provocan un cóctel interior que hace que la vida parezca una montaña rusa emocional: a veces uno está pletórico de alegría; a veces, se quiere uno tirar de la Torre Mayor. El adolescente es exaltado por naturaleza, apasionado y, a veces, depresivo al extremo. Y si no, que me lo digan los cientos de jóvenes que se suicidaron después de leer Las desventuras del joven Werther de Goethe, en los últimos años del siglo XVIII, o los adolescentes que se dejaban contagiar la tuberculosis en la Europa decimonónica nomás por que los que morían de dicha enfermedad se veían bien bonitos. Ser joven es amar, crear, encolerizarse y sufrir (y también hacer estupideces de cuando en cuando).
Lo preocupante es que, por lo menos en México, los emo ya se convirtieron en el receptáculo de las frustraciones de las demás tribus urbanas que conviven en el país. El 8 de marzo del presente, en la ciudad de Querétaro (ubicada a tres horas al norte de la ciudad de México), un grupo de jóvenes de estética emo fue brutalmente atacado por integrantes de las otras sectas juveniles: darks, punks y skatos unieron sus esfuerzos con el fin de pintar de EMOglobina la plaza de armas de dicha ciudad. Afortunadamente, la intervención de varios ciudadanos (algunos incluso que arriesgaron su físico para protegerlos), impidió que aquello derivara en tragedia. Luego, el 14 del mismo mes, en la ciudad de México, se tuvo un conato de violencia parecido en la glorieta de los Insurgentes. (El cual, por cierto, fue alivianado ni más ni menos que por: ¡Los Hare Krishnas!) Este problema de segregación ha crecido de tal manera que incluso el secretario de seguridad pública de la ciudad de México ha dado la orden explícita a los cuerpos de policía de “proteger a los emos”.
Hay que decir que, en honor a la verdad, los postulados y la ideología de estos jovencitos parece diseñada para volverlos punching bag de las frustraciones de la sociedad. Toda esa postura autocomplaciente de parte de adolescentes que —en su inmensa mayoría—, son de clase media y que nunca han pasado privaciones importantes, parece banal y hueca. Sin embargo, esto no es causa suficiente para que otras tribus urbanas los cacen. Lo reprobable, lo repugnante, no es que los emos sean lo que son, sino que haya otros que piensen que no tienen derecho a serlo.
Por eso, adopte un emo. En serio… son divertidos, y saben hacer varios trucos con navajitas de rasurar. (Yo, por ejemplo, no tengo pedo en adoptar a la emita de la foto siguiente).
Omar Delgado
2008
3 comentarios:
Querido Omar: consíguete un trabajo de columnista en un periodico, pero que sea decente. No como Mileño, mira: http://www.milenio.com/mexico/milenio/firma.php?id=601786
Tu opinión sobre el conflicto EMO me ha parecido una bocanada de aire fresco al enrarecido ambiente.
Me agradó tu opinión, es una de las más centradas que he leído últimamente.
Nada más que no concuerdo contigo en cuanto a gustos de adopción. Las niñas EMO no me atraen principalmente por ser demasiado delgadas. Prefiero a las mujeres un poco más rellenitas y voluptuosas... como Monica Bellucci por ejemplo.
Besos chilangos
mira no soy emo, pero realmente si no sabes o no tienes la suficiente ideologia sobre lo que hablas o juzgas, porque veo que te tomas muchas molestias para dar a entender tu opinion sobre los "topicos" de la vida. y porfavor... dejen de pensar q los emos se cortan. y del cine mejicano ? jaja palurdo, aprende anda...
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