miércoles, junio 27, 2007

Vida bandida (segunda parte)

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Foto real de Joaquin Murrieta

The real zorro
Cuando Johnston McCulley crea, a principios del siglo XX, su famoso personaje El Zorro, es probable que no tuviera idea de que le estaba cantando loas a un forajido. El enmascarado creado por él actuaba en la ciudad de los Ángeles departiendo la justicia que las corruptas autoridades se negaban -o eran incapaces-, de imponer; Zorro era el abanderado de los pobres, de los indefensos y, cómo casi todos los justicieros de ficción (desde la Pimpinela Escarlata hasta Batman) procedía de noble cuna: se llamaba Diego de la Vega y lo imaginó parte de la rancia nobleza hispano-mexicana californiana que explotó a los indígenas en sus haciendas hasta bien entrada la era industrial. En la realidad histórica, hubo un hombre alrededor de 1850 que se rebeló en contra de las condiciones de injusticia y desigualdad de los californianos pobres: El gambusino y bandolero Joaquin Murrieta.


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La cabalgata de Joaquin

El soleado paraiso en la tierra
California se llamó así debido a que un conquistador español (se dice que fue Cortéz), la halló muy semejante a la que se plasmaba en la novela de caballerías Las sergas de Esplandián, a la que los españoles eran tan afectos. Debido a la enorme distancia existente entre la capital del virreinato (La ciudad de México), el proceso de conquista de la alta California se llevó a cabo casi un siglo después de la del alitplano central, y no fue encabezada por soldadotes a la manera de Pedro de Alvarado o Cristobal de Olid, sino por bravos eclesiásticos a la manera de Francisco Eusebio Kino, que sabía manejar tanto el crucifico como la espada. En la colonización de California los franciscanos tuvieron un papel predominante, pues fueron fundando poco a poco misiones (San Diego, Los Ángeles, San Fernando, Santa Mónica, Santa Bárbara, San Francisco...) a todo lo largo de la costa del pacífico.
El territorio, en ese tiempo, estaba muy poco poblado. Apenas unos cuantos grupos indígenas se asentaban en las yermas tierras de la costa. Sin embargo, los nobles y desinteresados padrecitos lograron esclavizar a gran parte de ellos para hacer de las misiones empresas productivas. Dicen las lenguas metiches que, para 1818, alrededor del 86% de la población ingídena había muerto por obra y gracia del trabajo fecundo y creador que les imponían los humildes discípulos de Francisco.


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Joaquin Murrieta, visto por un dibujante Norteamericano


Las condiciones de los habitantes de la alta California no cambiaron mucho con independencia de México. En 1821 es elegido gobernador José Figueroa, quien se dedicó a expropiar las misiones para darselas a... sus amigos. El buen José, digno precusor de los panistas en el poder, prometió al inicio de su gobierno el dividir las productivas tierras de los franciscanos para entregarlas al pueblo (cosa que, por supuesto, nunca cumplió) Los indios que habían estado esclavizados en ellas, fueron liberados, pero muchas veces volvían para destruirlas y colgar a sus dueños. En 1846, el gobierno de California había terminado de entregar las tierras de las misiones a 815 propietarios, quienes se aprestaron a reaprender a los indios para que trabajaran, de nueva cuenta, como siervos (Al fin que ya estaban acostumbrados). En general, la costa californiana distaba de ser un buen lugar para vivir, nada parecía que podía empeorar la situación...


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Joaquin Murrieta, visto por un dibujante Mexicano

Y aparte... el Oro
El 24 de enero de 1848 James Marshall, un peón al servicio de John Sutter, estaba construyendo un aserradero para su patrón cuando, en la corriente del arroyuelo que estaba cerca de su lugar de trabajo, Marshall vió un objeto brillante: una pepita de oro. La granja Sutter pronto fue una próspera mina, y millones de personas comenzaron a migrar a territorio californiano para arrebatarle a la tierra un poco de su riqueza. La fiebre había comenzado.
Paralelamente, México libraba una guerra desigual con Estados Unidos, misma que concluyó con la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, en el cual México se desprendía de dos millones de kilometros de su territorio en beneficio de su buen vecino. Los habitantes que poblaban el Alta California pasaron de ser mexicanos a gabachos con el poder de una firma (la de Santa Anna). Por supuesto que, aunque gringos, los mexico-americanos debían comprender que había niveles.
Para 1848 había alrededor de 400 inmigrantes anglosajones en California, mismos que se conformaron como el grupo dominante. Evidentemente, los güeros fueron los primeros en olfatear la riqueza del estado, y comenzaron a utilizar los firmes argumentos de sus armas para hacer valer su supremacía.
En ese tiempo se había expandido la noticia del oro californiano haciendo que llegaran al lugar millares de gambusinos de todas las razas. Los güeros no soportaron que las mejores vetas del metal fueran explotadas por los beaners y fueron a quejarse con el recientemente electo gobernador, en general Persifor Smith, quien decretó que todos los extranjeros perniciosos, no rubios y chaparros, debían de abandonar el territorio en beneficio de los Auténticos Californianos arios y ojiazules. Bien pronto comenzaron los linchamientos y ejecuciones de gambusinos mexicanos, y el oro de la costa del Pacífico adquirió una tonalidad rojiza.



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Cartel de la exhibición de la cabeza de Joaquin Murrieta

Nace la leyenda
En el bronco norte de México (que después fue el sur de los Yunaites), la presencia de bandidos era algo usual en el siglo XIX. Fueron famosos Salomón Pico y Tiburcio Vázquez, además del indio Estanislao. Durante la fiebre de oro, las bandas de la Mariposa (con sede en San Francisco, especulo), y la banda Guadalajara, hacían ver su suerte a las autoridades californianas. Joaquin, sin embargo, pasó de ser uno más del montón a ser un símbolo de la resistencia mexico-americana gracias al libro del escritor de asendencia Cherokke John Rolling Ridge, editado en 1854.
La historia popular cuenta, en algunas ocasiones, que Joaquin Murrieta nació en Sonora o en Sinaloa; algunos más, que vino del mismísimo Chile, y otros, que era nativo de California. Se dice que era un gambusino pacífico que encontró una jugosa veta de oro, misma que explotaba con su hermano y su esposa. Un día, unos buscafortuna norteamericanos llegaron a la choza donde los tres vivían, mataron al hermano y violaron a la esposa de Joaquin hasta causarle la muerte. Algunas versiones dicen que, cuando Joaquin llegó, le pegaron un tiro y lo dejaron por muerto. Cuando finalmente abandonaron el lugar, Joaquin encendió fuego a la casa y huyó en busca de venganza.
Durante años, Joaquin Murrieta y su banda (integrada, entre otros, por el famoso ladrón Juanito Tres Dedos), fueron el terror de los ranchos y de las minas: asaltaban, mataban, robaban ganado, caballos y cargamentos de metal precioso. En 1849 Se decreta la pena de muerte para los bandoleros, pero ni eso detuvo a Murrieta. Decían que aparecía y desaparecía como fantasma; otros, que tenía pacto con el diablo y lanzaba llamas. Los mexico-norteamericanos, explotados y ninguneados por los colonizadores rubios, lo elevaron al pedestal de los héroes populares. Las autoridades, desesperadas, ponen precio a su cabeza: 1000 dólares, una fortuna para la época.
A pesar del jugoso premio, el gobierno de California no podía dar caza a Joaquin. Finalmente, en 1853, autorizan al asesino y hampón Harry Love el formar una cuadrilla de "Rangers" con los cuales capturarlo. Dice la leyenda que, unos pocos días antes de que se le terminara el contrato, Love cayó sobre un grupo de gambusinos mexicanos a los que masacró. A uno de ellos le cortó la cabeza, la cual presentó a las autoridades como la de Murrieta, cobra su recompensa y desaparece de la historia. La cabeza del supuesto Murrieta fue expuesta durante años en ferias y carnavales, hasta que también desapareció. La gente del pueblo, la que se sentía reivindicada por el forajido, juraba y perjuraba que el amarillento despojo que les mostraban no era la cabeza del verdadero Joaquin, que el seguía vivo y cabalgando.
Murrieta es un ejemplo de lo que, expusimos con anterioridad, es el bandolero social: un buen hombre que, debido a los abusos del poder, se pasa del otro lado de la ley. Su historia también es una clara muestra de la idealización que sufren los héroes populares. Marcado por la tragedia de su familia, Joaquin tiene una causa justa para su venganza. Los poderes y capacidades que se le atribuían muchas veces rayan en lo fantástico, y su muerte, por supuesto, jamás fue aceptada por sus admiradores, quienes esperaban su regreso triunfal. Es interesante apreciar, en las imágenes que acompañan a este texto, la visión que tenían los californianos anglosajones y los californianos mexicanos del bandido: los primeros, lo imaginaban como un salvaje de ojos llameantes, no muy distinto a los aborígenes come-misioneros de las novelas de aventuras; los segundos, sin embargo, veían un Joaquin guapo y viril, bien vestido, que condensaba las virtudes ideales del hombre de su tiempo. (Imágen que, curiosamente, tiene muchos puntos en común con la de Jesús Malverde, de quien hablaremos pronto).
Hay que reconocerlo: muchas de las acciones que cometió Murrieta son muy poco loables y no pueden ser catalogadas de "heróicas", pues no actuaba mejor que los bandoleros de su tiempo o de los de ahora. Sin embargo, la carga simbólica de su figura, de hombre que se rebela cotra el abuso (sumada, además, a su proverbial generosidad ante el desposeído), hicieron que el individuo común, aquel que sufría el acoso de los fuertes, se sintiera identificado con él. El deseo de reivindicación es poderoso, y bien puede hacer perdonar los errores de un hombre y magnificar sus virtudes. No en balde a Murrieta los propios californianos anglosajones lo reconocían como el "Robin Hood mexicano".
La foto que encabeza este artículo muestra una foto (¿Daguerrotipo?) del auténtico Joaquin Murrieta: un hombre normal, un campesino u obrero cualquiera que de repente se vuelve criminal. Tal vez estas imágenes nos enseñen más acerca de la naturaleza del héroe que cualquier texto: el héroe no es ni un superhombre, ni un aspirante a licántropo. Es simplemente una persona que, un día, se cansa de la injusticia que lo rodea y hace algo al respecto.
Omar Delgado
2007

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