jueves, mayo 10, 2007

El macabro engaño

Fotografía postmortem en el siglo XIX

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Ahora que estas muerto, más vivo te veo
Susan Sontag tiene toda la razón cuando afirma que “…Desde que se inventaron las cámaras en 1839, la fotografía ha acompañado a la muerte”[1]. Por su naturaleza de capturar lo efímero, de perpetuar un momento único, el arte-técnica de fijar imágenes en placas de distintos materiales ha estado unido a los ritos funerarios. Somos materia, huesos y piel que se corrompe, que desaparecerá una vez que muramos. Durante el siglo de los 1800 fue muy usual que las familias que perdían a un ser querido hicieran retratar el cadáver antes de que las huellas de la descomposición se hicieran evidentes; en la mayor parte de los casos, los dolientes colocaban a su difunto de manera que pareciera vivo para así, tomarle la última de sus fotografías. Estas placas que se guardaban como reliquias y se heredaban de generación en generación, provocan diferentes sentimientos: patetismo, compasión, repulsión, lástima, incluso miedo. Son un intento desesperado de preservar una parte del finado y, más aún, al negar la condición del pariente fallecido, haciéndolo parecer dormido, una manera de negar a la muerte.
De manera irónica, a estos retratos se les llama también Memento Mori (Acuérdate de la muerte, el latín).

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Recuérdame como era
Desde los inicios de la humanidad, el ser humano siempre ha buscado la manera de negar su condición efímera y, al mismo tiempo, de eternizarse. Desde los faraones egipcios que se hacían cubrir con sarcófagos que representaban su rostro en vida hasta los mayas y sus policromas máscaras de jade, todos hemos querido perpetuar nuestra imagen más allá de nuestra propia muerte. Durante el renacimiento, y hasta bien entrado el siglo XX, era frecuente que a la persona que acababa de fallecer se le hiciera una mascarilla de yeso que capturara su última expresión. Muchas veces, estas imágenes se colocaban en la tumba del finado; muchas otras, cuando el muertito era ilustre, se les guardaba como reliquias patrias —en el Palacio Nacional de la ciudad de México está exhibida la máscara mortuoria de Benito Juárez, para no ir más lejos—, en algunas ocasiones incluso se les daba el uso de documentos forenses —en la que se le sacó a Francisco Villa, por ejemplo, se ve claramente el tiro que le quitó la vida—.
Las mascaras mortuorias tenían la característica de ser fieles. Al tomarse directamente del rostro del cadáver, representaban los rasgos del recién fallecido de manera puntual y milimétrica. Sin embargo, también mostraban los pómulos salientes, los ojos hundidos, las quijadas tiesas, las heridas del rostro si las había; no ocultaban los rastros innegables de la muerte. No había engaño posible en ellas.
A la fotografía, sin embargo, se le podía manipular. Así comienza el macabro engaño de los Memento Mori.

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El que se mueve no sale en la foto
La fotografía nace gracias al afortunado matrimonio entre la óptica y la química. En los inicios del siglo XIX, Nicéphore Niepce combinó la cámara oscura, artilugio capaz de proyectar una imagen invertida en una de sus paredes interiores, con las propiedades fotosensibles de las sales de plata. El resultado fue una impresión, en negativo, de lo que el orificio de la cámara proyectaba. El mismo Niepce obtuvo en 1926 lo que se considera la primera fotografía de la historia: una imagen del patio de su casa (que era particular).
Hay que subrayar que estas primeras imágenes requerían de un largo tiempo para fijarse en la placa empapada con emulsión de sales de plata. La técnica de Nicéphore, llamada calioíipo, tardaba hasta ocho horas de exposición para dar una imagen relativamente clara. Los modelos que utilizó el científico para sus experimentos fueron objetos fijos y paisajes. Para que un modelo humano pudiera ser retratado, con estos problemas técnicos, debía estar lo suficientemente quieto. Quieto como un muerto.
Otro sabio llamado Louis Daguerre desarrolló otra técnica conocida como Daugerrotipo, en la que utilizaba placas de metal (cobre o estaño) cubiertas con nitrato de plata. La técnica del francés tardaba alrededor de 15 minutos en fijar la imagen, lo que representaba una enorme ventaja sobre el calioíipo.
El Daguerrotipo tuvo un éxito inmediato entre las familias burguesas de la revolución industrial, las cuales eran afectas a las pinturas familiares. Todos querían una impresión en donde salieran los primos y el abuelo durante los bautizos, las navidades, los cumpleaños y… los sepelios. Las pinturas mortuorias, que representaban a los parientes recién fallecidos, usuales desde el siglo XVII, fueron sustituidas por los daguerrotipos postmostem, tal y como lo muestra el texto de este anuncio de un periódico peruano que data de 1846:
“…Las familias que tengan la desgracia de perder algún deudo de quien deseen poseer un momento de esta naturaleza pueden lograrlo por medio de un daguerrotipo, para cuyo efecto el profesor Furnier ofrece ejecutar el retrato en el mismo aposento mortuorio; como es costumbre en Europa hoy en día…”[2]
Las técnicas de impresión fotográfica requerían, durante la primera mitad del siglo XIX, de un equipo grande y pesado que limitaban su movilidad. Se requirió que se perfeccionaran las técnicas y de que las cámaras se redujeran para que se pudiera dar esa otra gran manifestación de las imágenes mortuorias: la fotografía de guerra.

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Que digan que estoy dormido…
Las primeras imágenes bélicas se tomaron durante la guerra de Crimen (1855), en donde el fotógrafo Roger Felton sacó impresiones de soldados vivos y, en menor medida, de muertos o heridos en acción. Fue hasta la guerra de secesión estadounidense (1860-1865), en donde se pudieron ver las primeras imágenes de cadáveres despedazados por los cañones y las balas. Gracias a Mathew Brady, fotógrafo norteamericano financiado por empresas privadas, se pudo ver, por primera vez, fijado en nitratos de plata, todo el horror de un campo de batalla.
Se puede afirmar que la fotografía postmortem se encuentra en el extremo opuesto a la fotografía de guerra. Sontag expone en Ante el dolor…[3] que un fotograma de guerra es más válido conforme más espontáneo parezca. Al ser una imagen bélica un testimonio de los hechos, su verosimilitud depende del grado en que parezca haber sido montada o no.
La fotografía postmortem, por el contrario, se basaba en el montaje de una escena. El cuerpo del recién finado se vestía, se recostaba en un sillón o en una cama; a veces, se le sentaba en una silla. Se le cerraban los ojos y se le acomodaban los brazos en actitud durmiente. Algunas ocasiones, algunos de los deudos posaban junto al cadáver; Incluso se llegaba al extremo de abrir los ojos del finado y pegarle los párpados. El propósito de la imagen era engañar. El muerto no estaba muerto, sólo dormido.
Los memento mori del siglo XIX (Ya sea daguerrotipos o imágenes fotográficas sobre papel), casi siempre muestran a niños o jóvenes, muy pocos a adultos, casi ninguno, a ancianos. Las imágenes representan al bebé que duerme en el carrito que sólo usará esa vez; a los niños que se recuestan en el regazo de la madre; a la jovencita que dormita esperando el beso del príncipe azul. La fotografía postmortem es, asimismo, un reclamo y un desafío ante la muerte por llevarse a los hijos, sobrinos, primos; a la prometida, la hermana, la nieta. Las imágenes niegan en su construcción el hecho de que los retratados, muchos ellos en la flor de la vida, hayan fallecido.
Incluso puede haber interpretaciones más metafísicas para estos perturbadores fotogramas. En toda Latinoamérica, territorio en donde el memento mori fue muy popular, está muy extendida la superstición de los angelitos. Un niño bautizado que fallecía antes de los cuatro años tenía visa automática al cielo. Los dolientes muy probablemente guardaban las imágenes de su infante difunto con la misma devoción con la que atesoraban las imágenes de Santa Rosa de Lima o de San Martín de Porres. Un bebe muerto se convertía de inmediato en un ángel protector de la familia que lo vio partir. Los sepelios de los angelitos casi siempre devenían en escandalosas fiestas en donde se bebía, se bailaba y se reía. Eran motivo de alegría, no de duelo: se celebraba tener una palanca en la corte celestial.

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Veo gente muerta (en Youtube)
Desde el siglo antepasado hasta nuestros días la tecnología ha avanzado a pasos agigantados. Hoy es posible sacar una fotografía con un teléfono celular y mandarla de inmediato a Internet para que la vea alguien en el otro lado del mundo. Sin embargo, nuestra repulsión-atracción por la muerte no ha cambiado. Ahí están los retratos de los hijos de Sadam Husseín, muertos y amoratados; ahí está el video de la ejecución del tirano de Irak; ahí están las fotos del Juan Pablo II descansando en su ataúd de Satín.
La costumbre de las fotos postmortem casi ha desaparecido. A nadie le atrae ya tomarle una foto a la abuelita que descansa en una caja. Ahora negamos la muerte propia (o cercana), pero seguimos viendo, con horror y deleite, la muerte del otro.


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Omar Delgado
2007

[1] Sontag, Susan. Ante el dolor de los demás. Alfaguara. México. 2004. p. 33
[2] El comercio. (diario editado en Lima, Perú) Nº 2036. 27 de marzo de 1846. p. 4
[3] Ibidem.

5 comentarios:

B West dijo...

poco sabía de este tema, cuan interesate se vuelve este blog ante mis ojos, disfruto de su lectura, como hasta ahora, seguiré pasando por aquí

besos y abrazos sr.

La Guarida del Kraken dijo...

Yo también encuentro muy interesante tu blog, Señor de la Noche.

Yo solo conocía de este tema de las fotos lo que aparece reflejado en la película "Los otros".

Dolores Garibay dijo...

Gracias por tu comentario Lobito, me alegro que hayas visitado mi pequeño espacio dedicado a... bueno, a nada en específico, sólo poner en línea algo que me parezca interesante.

Ya pude ver el final de "El violín" y lo que me impactó más fue que al final el nieto de Don Plutarco se quedó con la herencia de sus antecesores: la música y la lucha. Bien dijo su padre que ese chamaco iba a ser más cabrón que ellos dos juntos.
...
Definitivamente no descansaré en paz si a mi cadaver lo retratan. Sólo espero que si muero en un trágico accidente en plena vía pública, algún estúpido reportero no saque la foto de lo que quede de mí o de mis sesos embarrados en el pavimento y la publique en "La prensa" o algún periodico amarillista.

Supongo que los retratos -en vida o después de ella- son pura y simple vanidad, no es más que el reflejo del temor a ser olvidado y la búsqueda por dejar algo que respalde la existencia y el paso efímero de una persona en este mundo. Yo preferiría que al morir la gente me olvidara y pudiera descansar en paz.

Besos chilangos

DG

Anónimo dijo...

Qué buena página, pero qué por ser internet no tenemos derecho a información más completa? siendo defeño por qué no pasaste por tu filtro chingón la información de la revistilla Artes de México, con su número acerca de La Muerte Niña? esta re bueno. Caí aquí de puro patinón y me alegra, aguanta.

Anónimo dijo...

Me parece interesante y bien documentado tu blog, cabe mencionar que también durante la guerra de México contra Estados Unidos en 1846-1848, se practicó el uso del daguerrotipo e incluso se le atribuye la primera guerra en la que se usó este método. Puede leerse en Jesús Velazco Márquez, "Ecos de la guerra entre México y los Estados Unidos" ed. Tecolote 2004