domingo, abril 22, 2007

Balzac desde Torres Bodet

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Sólo una mente del calibre de la de Don Jaime Torres Bodet (1902-1974) era capaz de abarcar a ese monstruo de las letras llamado Honorato de Balzac (1799-1850).
Es en su trabajo, Balzac (FCE, 1959), el ensayista interpreta la figura del Napoleón de las letras desde varios ángulos: sus mujeres, su atribulada vida, sus personajes, sus ideología. Balzac nace seis meses antes del 18 brumario (es decir, seis meses antes de que Napoleón Bonaparte tomara el poder), en el seno de una familia de la aristocracia decadente. El padre, Francissco Balsa, era un arribista que se casó con madame Sallamber, y en pocos años dilapida la fortuna de su esposa. La niñez de Honorato fue infeliz, con un padre arruinado y una madre estricta y fria. A pesar de todo, Honorato cultiva desde su primera infancia su principal virtud: una tremenda capacidad de análisis y observación.
Tal vez esa madre tan alejada fue la que fomentó el gusto de Balzac por las mujeres mayores. Después de terminar sus estudios como bachiller en derecho, se entrelaza en una relación con una mujer veintidos años mayor que él, Laura de Barni, quien fungirá como amante, madre, protectora y piglameona de Honorato.
Balzac escribe su primer trabajo literario en verso: Cromwell, la cual resulta un estrepitoso fracaso -el Buen Honorato nunca fue un buen poeta-, por lo que decide poner una imprenta. Auspiciado por su padre y por su fiel Laura se dedica por algunos años al oficio de impresor, en el cual, debido a su incapacidad para los negocios, quiebra. Este fracaso, sin embargo, abonó en su mente el germen de lo que sería su obra máxima: La Comedia Humana. Durante su corta carrera como editor, Honorato tuvo la oportunidad de tratar con infinidad de personas: leyeguelos, obreros, campesinos, médicos, prestamistas, aristócratas en decadencia, farmacéuticos, practicantes... personas que dejarán una honda impresión en su personalidad, ya de por sí observadora. Todo ese mosaico parisino sería el que utilizaría después para escribir su Comedia.
Honorato de Balzac tuvo muchos defectos, tal vez el mayor de todos fue su fiebre de advenedizo; Honorato trataba con todas sus fuerzas de ser noble, de emular a la aristocrácia de los luises que luego devino en la corte napoleónica. Así fue su vida, llena de desmesura, de despilfarros, de compras compulsivas, de amores rabiosos y pasiones calmas. Así pues, toda esa fiebre de lo absoluto, que en su vida significó un desastre tras otro, en su obra fue el motor que alimentó su ambición por capturar toda la realidad de su tiempo. Ese mismo apetito que hizo infeliz la vida de Balzac, que tal vez compartía con el sultán que construyó el Taj-Majal o con Miguel Angel y su capilla, hizo que su obra adquiriera proporciones majestuosas.
Torres Bodet analiza puntualmente la prisa de Honorato por escribir su Comedia. Balzac la idea y la comienza en 1834, escribe sabiendo que la muerte lo ronda, que una vida llena de despilfarros y privaciones finalmente le pasaría la factura. El Napoleón de las letras muere en agosto de 1850, hidropésico y cardiaco. Logró escribir 85 novelas de las 137 que pensaba tendría la Comedia. A través de su obra, el autor francés nos regala el mosaico de la vida de su tiempo; a través de sus letras, Honorato da vida a personajes que siguen y seguirán vigentes: la angelical Eugenia Grandet; el piadoso Papa Goriot; el fáustico Balthazar Claes; el infame Vautrin.
La obra de Honorato fue referencia para muchos otros escritores que construirían la novela moderna. Hay ecos Balzaquianos en la madame Bovary, en Rascolnikoff de Dostoievsky, e incluso en Thomas Mann o en Faulkner y su mitología sureña.


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Tal vez, las lecciones más importantes que nos deja Honorato a los escritores posteriores radican en los personajes. Para Balzac, el alma de cualquier obra radica en las relaciones de los personajes con los objetos que lo rodean; que es ese deseo, esa voluntad irreflenable de la que los personajes son concientes o no, la que da motor a una buena narración.
Y en su vida, el Napoleón también nos enseña que es necesaria la ambición desmedida, la gula, el deseo de devorar el mundo, para escribir una obra del tamaño y del mérito de La comedia Humana.
Omar Delgado
2007

1 comentario:

Sandra Becerril dijo...

Oye, las mujeres mayores también tenemos nuestro encanto!! jeje.... y la verdad yo sí me quiero devorar el mundo... se deje o no...

besos!