miércoles, septiembre 27, 2006

EL ESTILO Y EL NARRADOR

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“El estilo es el hombre mismo”
Buffon

El narrador y el autor implícito
En una obra narrativa, sea un cuento, un relato o una novela, está presente la entidad del Narrador, el cual, como su nombre lo indica, le permite al lector conocer la anécdota.
Según la definición que maneja Alberto Paredes, el narrador es: “… el sujeto de esa enunciación que presenta un libro […] El es quien nos hace ver la acción de tal o cual personaje, o bien la suya propia, cuando es personaje narrador, sin que por ello le sea necesario aparecer en escena”.[1]
Es necesario afirmar qué, aunque el narrador no aparezca dentro de la historia como un personaje —lo cual depende de la persona gramatical en la que es enunciado—, aparece como una entidad propia, la cual se considera un desprendimiento del propio autor. El narrador es afectado —podríamos decir, modulado—, por otra entidad llamada autor implícito, la cual es necesaria para distinguir al autor interno de la obra, sólo actuante en ella (El “Flaubert” de Madame Bovary, por ejemplo), de la persona histórica, social y humana que es el autor (El Gustave Flaubert que nace en 1821 y muere en 1880). Con referencia al autor implícito, vuelve a decir paredes:

“Dicha entidad no tiene correspondencia obligada con el narrador. Son dos figuras del autor en distinto nivel. Así cuando en muchas obras se da esta correlación, porque el narrador representa con apego la conducta y la identidad del autor, como es el caso del narrador de Madame Bovary”[2].

Tanto el narrador como el autor implícito son derivaciones del autor. El narrador es la entidad que enuncia la anécdota, y el autor implícito, que está dentro del narrador, imprime el punto de vista, las fobias y filias, las opiniones del autor cómo ser humano.


El narrador como Vehículo del estilo
El estilo en una obra literaria es difícil de cuantificar, pues tiene que ver con la belleza y la efectividad: belleza para cautivar, para deleitar al lector a través de la obra; efectividad para poderle transmitir la anécdota de manera clara y precisa.
El estilo de una obra está presente en toda ella: diálogos, descripciones, digresiones. Sin embargo, se concentra más dentro de la entidad narrativa, puesto que es ella quien transmite la historia contada. Es en el narrador en donde el autor decanta la mayor parte de su técnica, de sus saberes y de su visión del mundo. Es la que le da el tono y el tempo a la narración; además, es el narrador quien contiene mayormente al escritor.
Acerca del estilo, escritores y críticos han hecho sus propias teorías, basta recordar lo que comenta Ullman: “… se sugería que el estilo de una persona es tan único como sus huellas digitales”[3]. Y aunque Ullman luego desmiente dicha afirmación diciendo que “La analogía es ligeramente engañosa, ya que las huellas dactilares de uno no cambian y el estilo sí puede hacerlo”[4], es necesario comentar que el estilo, en realidad, nunca cambia: se enriquece o se empobrece, pero la impronta personal del autor siempre está manifiesta. Siguiendo con la analogía de las huellas digitales, no importa que tan callosas o desgastadas estén las yemas de los dedos de una persona, al cabo de un tiempo, las huellas dactilares vuelven a aparecer. Así con el estilo.

Aristóteles señala en su Poética, que:
“Por ser los poetas de nuestra misma naturaleza (sic), son ellos los que, metidos en el mundo de las pasiones, resultan más convincentes, y parece verdaderamente ser víctima de la depresión o del pesimismo el que debe sentirse en ella, y parece verdaderamente ser presa de la ira el que sabe enojarse. Por eso el arte de la poesía corresponde a hombres naturalmente bien dotados o bien exaltados: en el primer caso, son capaces de convertirse a su voluntad en personajes; en el segundo caso, son aptos para abandonarse al delirio poético.”[5]

El filósofo griego ya expone aquí que aquellos hombres que se dediquen a contar historias requieren de una naturaleza específica, que es necesario un talento innato, el cual es: “…sobresalir en el uso de las metáforas. Efectivamente, es la única cosa que no se puede aprender de otro y es una señal de dones poéticos, pues hacer bien las metáforas es percibir bien las relaciones de semejaza.”[6]
Cada ser humano tiene una visión particular del mundo, así como distintos saberes y experiencias. Si bien, el talento de metaforizar aristotélico no depende de ellos, la calidad de la metáfora sí depende de la riqueza humana del escritor. Tanto el talento innato como la experiencia y el conocimiento son los que enriquecen al narrador al ser él quien sostiene la obra.
Longino, completando a Aristóteles, señala que lo innato no es lo único que da la capacidad de crear un estilo sublime en una obra: “… Dicen, en efecto, que “lo sublime o naturalmente noble es congénito” y no se produce como consecuencia de una enseñanza […] Yo, por mi parte, digo que se demostrará que es de muy distinta manera […]”[7]. Y a partir de ello señala cuatro errores en el estilo:

a) lo hinchado y ampuloso: en donde demasiadas imágenes enturbian el sentido de lo narrado. “…Es tan mala en los cuerpos como en las palabras y de ninguna manera logra lo que pretende.”[8]
b) la puerilidad: “ Se trata de una señal de pequeñez, de mezquinidad de espíritu […]Caen en ese vicio los que se afanan por el género de lo raro, de lo artificial, y, especialmente de lo agradable, yendo así a encallar en lo que carece de todo valor y es de mal gusto o afectado..[9]
c) lo patético inoportuno: “…En un punto en que lo patético[10] no es adecuado, o bien de un Pathos desmedido donde debía ser moderado.”[11]
d) Y, por último, la frigidéz, que obraría en sentido contrario a lo patético inoportuno: ausencia de emoción en donde debería de existir.

Para Longino, la manera de alcanzar lo sublime en el estilo, además de la predisposición innata, es la técnica.
Es posible aventurar que los cuatro defectos de estilo que se señalan están en relación directa con las características del autor como persona. Una persona gandilocuente tenderá a lo hinchado; alguien que no tenga mucha experiencia en el mundo ni mucho dominio del lenguaje, en la puerilidad. Lo patético inoportuno lo sufrirán aquellos autores que no conozcan las relaciones humanas a profundidad; lo mismo se puede decir de la frigidez.
En el narrador, los cuatro defectos se darán, entonces, en la medida en que el autor implícito afecte a la entidad narrativa. Al ser dicho autor implícito el que conforme el estilo del autor, también sufrira sus carencias.
Ésta opinión es apoyada por Middelton Murry, estudioso del estilo literario. Él sostiene que el estilo “… Significa esa individualidad de expresión gracias a la cual conocemos a un escritor […] Cuando el escritor habla por sí mismo, como el ensayista o el crítico, atendemos en primer lugar al giro de sus ideas; cuando nos las habemos con el arte “objetivo”, del dramaturgo o del novelista, atendemos, quizá, primero al giro de sus frases y después a la peculiaridad de su visión.”[12]
Para Murry, es muy importante la visión del artista, tanto, que reivindica la frase de Buffon acerca de que El estilo es el hombre mismo. Es el hombre, el escritor, sus emociones e idea del mundo, pues: “Al aceptar el punto de vista de que la fuente del estilo se encuentra en la emoción original, vigorosa y decisiva, nos acercamos la intención oculta bajo el empleo de la palabra[13]”, y para rematar, subraya más adelante: “Una manera individual de ver y sentir obligará al empleo del lenguaje en una manera individual. Por tanto, un verdadero estilo debe ser único si entendemos por “verdadero estilo” la expresión verbal completamente adecuada de la manera de sentir de un escritor[14]
Murry, asímismo, sostiene que ningún artista de mérito ha logrado suprimir la personalidad propia en su estilo. Lo impersonal, lo aséptico, es imposible para un artista verdadero. Sin embargo, la emocionalidad, la impronta del escritor no lo es todo, también hace falta una disciplina férrea para crear un estilo único que sea claro y contundente. El uso de la metáfora, del lenguaje, es indispensable también, y sólo se aprende con técnica.


Conclusiones
El estilo literario es la huella del autor como persona dentro de la obra. Depende tanto de su emocionalidad y de su visión como del dominio de la técnica. El narrador, al ser el vehículo por el que se manifiesta el escritor —a través del autor implícito—, es vehículo, también, de su estilo particular. Sin descartar la participación en la obra de diversos personajes —que son, finalmente, desprendimientos del autor—, es en el narrador, sea cual sea la persona en la cual esté enunciado, en donde se observarán las virtudes y los defectos de estilo del autor.

[1] Paredes, Alberto. Las voces del relato. Xalapa. 1987. Universidad Veracruzana. p.28
[2] Ibidem. p.30
[3] Ullman, Stephen. Significado y Estilo. Aguilar. p. 67.
[4] Idem.
[5] Aristóteles. Poética. 1979. Centro Universitario de Estudios Cinematográficos. p.28
[6] Ibidem. p.35
[7] Longino. De lo sublime. Córdoba. Aguilar Argentina, S.A. p. 41
[8] Ibidem. p.46
[9] Ibidem p.47
[10] En este caso, lo patético se entiende como lo emocional. (N del A).
[11] Ibidem. pp. 47-48
[12] Murry, Middleton. El Estilo literario. 1951. México-Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. p. 12
[13] Ibidem. p.18
[14] Idem.

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