martes, agosto 08, 2006

Vips San Rafael

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Hay lugares en donde se queda parte de nuestra alma.
No tienen que ser sitios gandilocuentes, como la iglesia en donde uno se casa, el cementerio en donde están enterrados los parientes, o la universidad en donde se adquirió la vana certeza de ser un profesionista que se comería la lumbre a puños. Esos lugares, a los que realmente vamos en momentos de crisis o de reflexión, suelen ser tan sencillos como la fonda en donde comíamos en nuestra infancia, la tiendita en donde por primera vez nos fijamos en los lindos ojos de la dependienta o la esquina en donde algún gandalla del barrio nos dió nuestros primeros soplamocos.
En mi caso, uno de esos lugar es es una cafetería, el Vips de la colonia San Rafael de la Ciudad de México. Dicho lugar abre las 24 horas, y está cerca del centro histórico y de la Zona Rosa, por tanto, es uno de los puntos en donde convergen los noctámbulos chilangos, troupe muy variopinta y extravagante. Ahí va la teibloera en la madrugada, después de trabajar, vestida con unos humildes jeans, a desayunar huevos y chilaquiles. Llegan los masones, con sus túnicas y todo, a debatir si al Gran Maestro le gustarán los molletes del lugar. Va la prosti -ya sea de infantería o de algún burdel-, a descansar su laborioso cuerpo mientras espera a que el metro abra sus puertas. Llegan los grupos de gays, perfumaditos y risueños, a dejarse ser; Va también el policía que acaba de tirotear a un malandro, y que reflexiona frente a su taza humeante; ahí pernoctan los sin casa de clase, aquellos que tienen el suficiente dinero para comprarse un café que les asegure la estancia; van también los adivinos y los oráculos, hombres y mujeres que hablan solos, y que generalmente, dicen estremecedoras verdades; llegan los ancianos artistas que envejecieron esperando el reconocimiento, y que dibujan maravillas en las servilletas o en el reverso de los manteles; Van los taxistas a despertarse, a asearse rapazmente en los baños. Van -vamos-, los ciudadanos de la noche.
¿Cómo fue que llegué ahí? Pues porque la preparatoria en donde estudié está a una cuadra. Ahi iba a leer, a estudiar, a admirar a las guapas chicas que mi -todavía- gran timidez me impedía abordar. Ahí también viví los sinsabores del desamor, las grandes epopeyas de la amistad joven, el forje de los sueños que se tratarán de alcanzar después. Fue en ese lugar en donde me encontré a algunos de mis más grandes cómplices, de mis más entrañables amigos, de mis hermanos de vida.
De entre todos ellos, destaca el Vampiro.
Mi compadre -así nos gusta llamarnos-, y yo nos conocimos en nuestro bachillerato, la Preparatoria Cervantes, (Donde entras mal y sales peor que antes) una escuela de paga a donde llegaban los rechazados de otras instituciones o bien los expulsados del Tec, de la UVM o de otras prepas de más prestigio. (A él , por ejemplo, lo habían exorcisado de La Salle). En pocas palabras, era lo más cercano a una correcional que se podía encontrar. No eran raras las drogas -el mismo director era cocainómano y dealer-, las aventuras entre las maestras y los alumnos, alumnos y maestras, o que un docente se abdujera a su pupila para convertirla en su protoesposa.
En sí, un degenere que se disfrutaba mucho.
Mi compadre en aquellos tiempos era un muchachillo flaco, ojiverde y de facciones infantiles ue le daban un aire andrógino, por lo cual, uno de los profesores le acomodó el apodo de Mefistófeles. Lo cierto es que el Vampiro era un desmadre bien hecho: como era artemarcialista, acostumbraba romper las bancas a mano limpia, llevar sus shuriken (estrellas ninja) y clavarlas en el pizarrón, o comenzar a contar chistes en medio de una clase ante el asombro y compacencia del docente.
Yo en aquel tiempo era un chamaco apocado, rechoncho y lentiojudo, algo arrogante, que se refugiaba en una aparente erudición. El choque con el Vampiro fue catastrófico: al principio, nos desagradamos, pero luego, conforme nos conocimos, comenzó la admiración mutua, y luego, la hermandad. Yo decubrí que el compadre era un alma frágil, tan perdida y tímida como la mia, y que su actitud de rebelde sin causa solo era un parapeto en el cual se atrincheraba. Ambos nos unimos en complicidad, aprendimos uno del otro, y comenzamos a crecer.
La amistad entre el Vampiro y yo soportó nuestras vocaciones distintas. Yo entré a estudiar ingeniería, en tanto que él, médico frustrado, navegó entre varias facultades hasta qué decidio ser publicista. A los dos nos unia la búsqueda de la risa como motor para encontrarnos, el chiste como referencia existencial, la carcajada como punta de lanza y pendón. Tratamos de ser comediantes, y así, de repente, nos convertimos en guionistas en Televisa.
Por contactos del Compadre entramos a guionar un programa de Eugenio Derbez, cómico que durante los noventas dió de que hablar en el país. Ahí, descubrimos ambos una vocación que ni remotamente creíamos tener: la escritura, el forje de ficciones y mundos imaginarios. Ahí, en ese medio en apariencia tan desabrido y superficial -el de la Televisión-, encontramos nuestra verdadera vocación.
A mí, en lo particular, el trabajar para Televisa me resultó en un complejo de culpa que me hizo seguir el camino de las letras más "serias". (finalmente, había contribuido con mi trabajo en la televisora al analfabetismo funcional del pueblo de México), y me volví novelista y cuentista. Mi compadre se volcó hacia la ciencia ficción. Ambos hicimos nuestros pininos en las letras en esa cafetería, debatiendo muchas veces toda la noche, sólo para salir de ahí con el día clareando y encontrarnos a la noche siguiente.

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Ahí, mi compadre me presentó a la que ahora es su esposa: Vane. Ahí hablamos horas acerca de sus proyectos, ahí lo animé a que formara su propia agencia de publicidad y ahí también lo escuché cuando las cosas estuvieron a punto de estallar con su mujer. Muchas horas de nuestra vida nos la pasamos paladeando aquél café (Que más bien parece té de pantaleta) y conociendo otros freaks como nosotros.
Ahora, mi compadre se ha ido. Su agencia de publicidad no soportó la situación económica y las esperanzas se le perdieron cuando ganó Felipe Calderón -él, como yo, es profundamente izquierdoso-, así que decidió tomar sus chivas e irse a Canadá a luchar por su ciudadanía y a encontrar una tierra más fértil para sus sueños.
Me aparezco de cuando en cuando en en Vips San Rafael. Siguen yendo los masones de la logia de la calle de atrás, la anciana que pasa la noche ahí, y que saca la lengua cómo si fuera una seripente, el camarada Moises, experto en metafísica, gurú desvencijado y vendedor de inciensos; la guía de Scouts madura (y buenona) que se sigue fajando a su efébo junto a la ventana y las meseras del turno nocturno que siguen teniendo la misma expresión de comete-algo-más-pinche-prángana.
Sin embargo, lo que más duele es la silla vacía enfrente de mí, la silla en donde, con café en mano, el Vampiro y yo trazábamos mapas de vida antes de que fuera a seguir el suyo a un país lejano.
Omar Delgado.
2006

1 comentario:

Anónimo dijo...

TOOOH ESO ES MUY CIERTO ME ENCANTA IR A ESE VIPS!!! AUNQ ME GUSTA LA SUBGERENTA O LA HOSTAGE (NO SE NI Q PUESTO TIENE) PERO SOLO LA VI UNA VEZ ME FLECHO Y NO LA EH VUELTO VER JAJAJA PERO ESE VIPS ES DE LOS MEJORES!!! Y CONCUERDO CONTIGO SE JUNTA TOOH HACIENDO NAAH........

EXELENTE LINEAS!!!