sábado, noviembre 12, 2005

El Diablo se apellida Nicholson


Recuerdo que, durante mi infancia, mi abuela fue la responsable de mi educación moral. Ella, toda una matrona de los altos de Jalisco, descendiente de revolucionarios y testigo de la guerra cristera, me educó en lo que solía llamar "Temor de Dios". En otras palabras, me llenó la infantil mente de miedos: niños desobedientes a los que se los tragaba la tierra, Espectros mutilados que llegaban en las noches a jalar las patas a los majaderos, brujas que se chupaban a los jovenzuelos que andaban de cabrones con las muchachas, y sobre todo, al Diablo.
El Demonio en la cosmovisión de mi abuela era real, tangíble y su obra se podia apreciar en las crueldades del ser humano y en las bromas macabras de la naturaleza. No era, para nada, cosa de risa. Ella se escandalizaba de las pastorelas, de las figuritas demoniacas con las que se acostumbra aderezar cualquier pesébere, de las cóplas canciónes que hacían referencia de manera chisca al maligno. "No hay que andar jugando con eso", siempre decía mientras se santiguaba, "Capaz y a uno de le aparece de a deveras". De hecho, recuerdo que alguna vez andaba cantando una canción de moda en aquellos tiempos "Pobre Diablo", de Emanuell , y ella puso el finale a mi interpretación con senda cachetada guajolotera que casi me tumba un diente.
Así fui creciendo con la figura del señor de los infiernos tal y como mi ancéstra lo dibujaba: terible, cruel, espantosamente cercano y tangíble, que podía asechar en cualquier esquina y llevarse a las llamas a los escuincles desobedientes (abuela dixit) . Y así fue, hasta que supe el apellido del diablo: Nicholson.
Entrando a los caminos de la pubertad, ví casi por accidente una película de moda en aquellos días: "Las brujas de Eastwick", en donde Don Satanás aparecía como todo lo contrario a lo que mi abuela me había dicho: era un diablo cachondón, aristócrata pero guarro, increiblemente divertido y desmadroso, cabrón, pero algo menso. Sobre todo, el diablo que encarnó (¿Quien m´s podía hacerl) Jack Nicholson en la película era todo un seductor, capaz de conquistar a tres bizcochos de pueblo (Ni más ni menos que a Cher, Susan Sarandon y Michelle Pfeiffer cuando todavía no parecían prófugas del Bottox), y más aún, tenerlas contentas y viviendo bajo el mismo techo... demonio pachucón, más propio de una película de Tin-Tan que de los versos de Dante o Miltón.
Me olvidé entonces del demonio de la Abuela. El chamuco ya no era alguien aterrador, sino un ídolo. Era Diablillo de gran labio y encanto del cual yo, como chamaco caliente que era, aprendí muchas cosas en el sublime arte del cachondeo y la conquista. Y por fortuna no fui el único: recuerdo que en aquellos tiempos muchos señores cuarentones se dejaron la coleta, se puieron lentes oscuros como de soldador y se vistieron de colores claros, tal y como lo hacía el Chamuco Nicholsoniano. Muchos jovenazos también ensayaban la sonrisa maléfica del individuo, o engalanaban la voz en un intento de lograr la tesitura del actor. En sí, aquel diablo barato de pueblo hillybilly gringo se volvió para muchos -incluido yo-, todo un paradígma, un ejemplo a seguir.
Pero eso sí, creo que muchos de los alucinamos con dicha película no le entendimos al final ¿Porqué le pasó eso al diablo, si se veía tan cabrón? Ese final lo comprendí a plenitud tiempo después, en mis relaciones amorosas, y que bien puede quedar resumido en las sabias palabra de mi abuelo:
"Mi´jo, acuerdate que el diablo es cabrón, pero las mujeres son más cabronas todavía".
Las brujas de Eastwick (Witches of eastick, 1986)), Director: Geroge Miller, Con Jack Nicholson, Cher, Susan Sarandon Y Michelle Pfeiffer. Warner Brothers.
Omar Delgado
2005

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