Nada hay más humillante para un gordo que comprar ropa.
Ser delgado-casi-radiografía es lo de hoy. Cualquier individuo o individua con algunas lonjas de más es considerado un esperpento. Por todos lados están los mensajes de la maravillosa delgadez contra la indeseable gordura. Ya hasta el gobierno foxiano, a través de sus espots, nos indica que la cintura ideal para estar sano debe medir "Menos de 94 centímetros en los hombres".!Puta madre¡ Creo que desde los quince años no tengo esas medidas.
Las tiendas, en un acto de crueldad inimaginable, exhiben las prendas más vistosas, más lindas, puestas en anoréxicos maniquies que las lucen con arrogancia plástica. Cualquiera que pasa por ahí los ve y se dice "Yo quisiera verme así". Los carteles de moda son otro instrumento de tortura: modelos y modelas esmirrados, diáfanos, luciendo sus mejores poses a la cámara... solo que la realidad es otra.
Todos tenemos vanidad, o si no, todos tenemos necesidad de vestirnos. Salir encuerados a la calle sería fabuloso, pero poco práctico -Por el frio, la lluvia y las autoridades panistas-, así que cualquier persona, por muy contracultural que sea, tiene, aunque sea una vez en su vida, la imperiosa necesidad de comprarse ropa.
¿Y que pasa cuando esa persona, además de contracultural, globalifóbica, antisistema y cínica tiene algunos kilos de más? Pues aquella necesidad se convierte en un martirio.
Llegué algún lluvioso dia a una tienda de ropa, de aquellas especializadas para la clase media pretenciosa-pero-jodida (Que no te cueste un ojo de la cara vestirte bien). Necesitaba algunas camisas, así que me dirigí a la sección de caballeros a buscar mi vieja talla. He de decir que a los miembros de mi familia somos peculiares: los años no pasan por nosotros, sino que se nos enrollan. fui a buscar una camisa y me la probé: no me quedaba. "Pero si es mi talla", pensé. "Las han de estár haciendo más pequeñas". Sí, cucha.
En ese momento llega la fase de la negación: "Si tengo camisas del mismo tamaño y me siguen quedando, no es posible", para seguir con la de explicación: "Mira, si ni siquiera te queda de los hombros. !!Claro¡¡ Es más chica".
Estaba yo en esas fases, y después de medirme tres camisas de mi supuesta talla llegué a la conclusión de que había en la sociedad un complot para fabricar ropa liliputense. En ese momento llegó la vendedora -¿Porqué siempre la vendedora más guapa de la tienda es la que está en la ropa de caballeros "Pigs and Talls"?,¿Qué no ven que en ese momento a los gordos el ego está a punto de desmoronarsenos?".
En fin, la linda chica morena llegó y me sonrió.
-¿Le puedo ayudar en algo, señor?
-Esta camisa no me queda, señorita -dije metiendo la panza y haciendo más profunda la voz-¿ No tiene en existencia una talla más grande?
-Cómo no. Acompáñeme.
En ese momento la chica me llevó al lugar más espantoso de la tienda, la sección "Tallas grandes" !!Puta madre¡¡, me sentí un mastodonte al ver aquellas barbaridades: camisas que parecen carpas de circo, chamarras con las cuales se podría construir un albergue para damnificados; pantalones hechos para albergar culos... bueno, indescriptibles. Lo más cruel es que uno, humilde gordo comprador, no puede dejar de pensar: "No puedo estar tan cerdo, no puedo estar tan cerdo".
- Mire -dijo la linda vendedora-. Tenemos una talla 48. Creo que esa es su talla ¿Se la pruba? -en ese momento sentí que mi ego se me iba a hacerle compañia a los hongos de mis pies.
- No, creo que es una talla más chica -dije con una voz aflautada, sin rastro de la voz sexy de la que había hecho gala minutos antes-.
- Creo que tiene razón. ¿Cómo ve la 47 1/2?
- Más chica -mi voz se hizo un leve murmullo de mar
- ¿Una 46?
- Menosss...
- ¿45?
Ya no hablé. Tomé la prenda con la cabeza gacha y me fui a los mostradores. La linda venderora me seguía, saltarina.
- Verá como con ella se ve guapisimo -me dijo, y yo complementé la frase en mi mente "Claro, para ser un zeppelín". Ya en el probador me puse la prenda. Me quedaba bien, demasiado bien. Jalé aire y disimulé el estómago. Me vi al espejo. "No, qué va", me dije" Si me queda enorme esta madre. Seguro soy talla 42 o 40".
- ¿Ya acabó? -gritó la vendedora desde afuera. La sorpresa me hizo soltar el aire, y mis rubicundas carnes llenaron otra vez la camisa, tensando los botones. "Dejate de mamadas", me dije, "Estás hecho un marrano".
Con la misma expresión de quien va a comprar un servicio funerario, salí del probador. Casi de la mano, la vendedora me llevó a la caja, le dió su número de empleada a la cajera y desapareció. "Seguro a torturar a otro pobre panzón", murmuré. "Pinche chamaca flaca esmirrada sonrisa burlona".
- ¿Va a pagar con tarjeta? -casi me grita la cobrona de la cajera al tiempo que, en alto, extiendio la camisa. "!Puta madre, es enorme¡ Parece un pinche mantel. Espero que nadie llegue y me diga: Oiga, qué bonita sábana se compró. Si lo hacen, me muero de la verguenza".
Pague y salgí con mi bulto, con mi camisa, la prueba fehaciente de mi marranez. Me vuelvo a los aparadores. Ahí están los maniquies.
- Pero eso sí...", les digo con la misma apostura que Mac Arthur mentándole la madre a los japoneses, "...Adelgazaré. Vendré y compraré tallas más chicas. Me veré como ustedes, o casi".
Si, chucha.
Omar Delgado.
2005
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