martes, marzo 01, 2011

EL BUEN LADRÓN

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Bandolero desnudando a una mujer. Francisco de Goya

El bandolero en la novela mexicana

Dimas y Gestas, esos dos ladrones que la tradición coloca como compañeros de Calvario de Jesús de Nazareth, son quizá el ejemplo más depurado de la doble vara con la que la mayoría de las sociedades humanas mide al transgresor de la ley. Por un lado, se encuentra el delincuente sin remedio, irreductible en su felonía e irrespetuoso de todas las autoridades y leyes, incluso las celestiales. Por otro lado, está el ladrón que, aunque vive en el lado equivocado de la ley humana, es comedido con la divina. Gestas se burla de quien una gran parte de la humanidad considera el redentor, y sufre por ello las llamas del infierno. Dimas, en cambio, lo reconoce y lo alaba, y por ello se le perdonan sus largas uñas y le reserva un lugar a la derecha del Padre. Por ello, este último será conocido por la posteridad con el sobrenombre de El Buen Ladrón.

Pariente muy cercano de Dimas es el Bandolero Social, personaje que aparece en todas las culturas humanas y que tiene la característica de ser un transgresor de la ley que, paradójicamente, cuenta con amplias simpatías dentro de su grupo social. Esta figura surge en comunidades en donde se sufre un gobierno despótico, en donde existe un desequilibrio notable en la distribución de la riqueza, o en donde el pacto social está planteado de tal manera que beneficie exclusivamente a los miembros de una aristocracia ociosa e insaciable. El historiador británico Eric Hobsbawm (1917) ha investigado puntualmente a este personaje arquetípico. En su ensayo Bandidos, afirma que:

[…] Lo esencial de los bandoleros sociales es que son campesinos fuera de la ley a los que el señor y el estado consideran criminales, pero que permanecen dentro de la sociedad campesina y son considerados por su gente como héroes, paladines, vengadores, luchadores por la libertad, incluso líderes de la liberación, y en cualquier caso como personas a las cuales admirar, ayudar y apoyar 1

En un principio, Hobsbawm había considerado el bandolerismo social un fenómeno exclusivo de comunidades rurales; sin embargo, luego rectificó al percatarse de que podía aparecer también en las ciudades. También había afirmado en la década de los sesentas que el fenómeno estaba en vías de extinción; sin embargo, la amarga realidad de fin de siglo le hizo afirmar en el 2001 que:

[…] Debido a la rápida desintegración del poder y la administración del estado y la notable disminución de la capacidad de los estados, incluso los modernos y desarrollados, para mantener el nivel del orden público que crearon en los siglos XIX y XX, los lectores vuelven a ser testigos del tipo de circunstancias históricas que permiten la existencia del bandolerismo endémico, incluso epidémico.1

En México, país con un componente campesino y urbano-marginal muy extenso y, sobre todo, con un régimen terriblemente desigual en lo que a repartición de a riqueza se refiere, el fenómeno del bandolerismo social es endémico. Desde los primeros tiempos de la nación, cuando algunos salteadores famosos, tales como el Pachón y el Manco, nutrieron al ejercito del cura Miguel Hidalgo, hasta la primera década del siglo XXI, momento en el que el narcotrafico se ha fortalecido al grado de representar una fuerza con rasgos insurgentes dentro del estado mexicano, el forajido ha sido un personaje definitorio en la economía, la política, la cultura y las artes nacionales. En las letras, en especial, siempre ha tenido un sitial privilegiado a pesar de que varios movimientos estéticos y camarillas de intelectuales lo han tachado de deleznable, lo han minimizado, o incluso, han decretado su fulminante extinción.

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El Zarco

El bandolero en la novela mexicana

Es quizá el género literario de la novela en el que mejor se ha adaptado el delincuente como personaje (sea bandido social o no; sea Buen Ladrón o un Gestas consumado). Las herramientas literarias con las que cuentan los narradores de largo aliento los hacen los intérpretes idóneos para desentrañar tanto la psicología más profunda de los criminales como la compleja relación de amor-odio-amor que guardan con la comunidad o el momento históricos en el surgen. Quizá sólo otra manifestación artística sea tan efectiva para tal efecto: el corrido, género musical que desciende de las sagas medievales y del romance español.

La novela del bandolero social en México tiene tres grandes momentos, los cuales son:

a) El Siglo XIX

Durante buena parte del siglo antepasado México sufrió una situación política y social convulsa. Desde la consumación de la independencia (1821), hasta la extinción del segundo imperio la nación vivió incontables revueltas, guerras e invasiones. En medio de tan inestable situación, era lógico que grandes zonas del país quedaran sin protección y estuvieran a merced de grupos delincuenciales. Ejemplos de estas agrupaciones serían, por ejemplo, Los Plateados, gavilla que se forma con veteranos de la revolución de Ayutla (1854) y que operó en el sureño estado de Morelos hasta la década de 1870; los Bandidos de Rio Frío, quienes tenían su área de influencia en los alrededores de la ciudad de México, y los salteadores comandados por Juan Chávez, quienes asolaron la región de Zacatecas y Aguascalientes durante las guerras de Reforma y que incluso colaboraron con el invasor Francés. Toda esta inestabilidad política y social se refleja en dos obras capitales de la literatura decimonónica mexicana: Los Bandidos de Río Frío, de Manuel Payno, y El Zarco, de Ignacio Manuel Altamirano.

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Manuel Payno

Los Bandidosnarra las pillerías del grupo delincuencial homónimo, el cual tuvo su pico de más actividad durante la década de 1830. La novela se basa en mucho en la vida del Coronel Juan Yáñez, personaje real que fue ayudante de Antonio López Santa Anna y por sus andanzas delincuenciales fue ejecutado en 1839. La obra de Payno tiene un marcado tono realista que la hace uno de los retratos de costumbres más completos del siglo XIX. Se presume que, dada la cercanía temporal que tiene Los Bandidos… con el movimiento literario del naturalismo, es posible que el autor estuviera fuertemente influenciado por los postulados literarios de Emile Zolá.

Otra notable novela decimonónica de bandidaje fue El Zarco, escrita por Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893). En ella, se narran los desgraciados amores entre Salomé Plasencia, apodado El Zarco, cabecilla de la banda de Los Plateados, y Manuela, hija de una acaudalada familia de Yautepec. Paralelamente también se cuenta la relación de ambos con Nicolás, un sencillo herrero quien en un principio pretendía a Manuela y al cual culpan y apresan cuando la joven es raptada por el bandolero. En la trama es notable la alegorización patriótica que de los personajes hace Altamirano. El Zarco representa a ese sector conservador, descendiente de los españoles, que se opone a las leyes que encarnan los liberales. Manuela es la burguesía clasista seducida por ese ideal monárquico, mientras que Nicolás y Pilar, joven mujer que se convertirá en pareja del herrero, representan al pueblo llano y sencillo en cuyo esfuerzo y capacidad se apoya el nuevo proyecto de nación. El presidente Benito Juárez aparece en el penúltimo capítulo, a manera de un Deux ex Machina, como el agente del orden republicano que se opone y subyuga a la insurrección conservadora que representa el Zarco.

Durante el periodo posterior a la muerte de Benito Juárez (1872), y sobre todo, durante el porfiriato (1876-1911), el bandido como personaje literario quedó confinado a los libelos populares y a los periódicos sensacionalistas. Sería hasta después del movimiento revolucionario cuando volvió a tener un lugar preferencial en las letras nacionales.

b) La Novela Post- Revolucionaria

El profesor Antonio Castro Real define la novela de la Revolución Mexicana como:

[…] El conjunto de obras narrativas, de una extensión mayor que la del simple cuento largo, inspiradas en las acciones militares y populares, así como en los cambios políticos y sociales que trajeron consigo los diversos movimientos (pacíficos y violentos) de la Revolución que principia con la rebelión maderista el 20 de noviembre de 1910 y que termina con la caída y muerte de Venustiano Carranza, el 21 de mayo de 1920”2

Es quizá por ello que en la narrativa revolucionaria se pueden incluir obras tan variadas como lo serían Los de Abajo, de Mariano Azuela, El Águila y la serpiente, de Martín Luis Guzmán, o Tropa Vieja, de Francisco L. Urquizo. Sin embargo, es posible reconocer algunas constantes entre ellas: su marcado tono testimonial y su estructura narrativa sencilla. En la novela de la revolución: “El desarrollo es más bien lineal. Los sucesos se acomodaron unos tras otros y de toda la realidad que se vive en el fluir del tiempo sólo se escogen los sucesos más impresionantes.” 3

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Vámonos con Pancho Villa (Cartel de película)

Las obras en donde convergen tanto la novela del bandolero social como la post revolucionaria son aquellas que tienen como protagonista a Francisco Villa (1878-1923), personaje que de peón de hacienda pasó a ser fugitivo de la ley, luego abigeo y, finalmente, acabo siendo el más notorio de los generales revolucionarios. Han sido dos novelistas los que ahondaron con más precisión en las profundas contradicciones de la personalidad del Centauro del Norte. En primero lugar se encuentra Rafael F. Muñoz (1899-1972), quien plasma en Vámonos con Pancho Villa una imagen cruda tanto de la figura del caudillo como del movimiento revolucionario. A través de las peripecias de seis soldados villistas, autodenominados los Seis Leones de San Pablo, Muñoz muestra a Villa primero como encarnación de las aspiraciones justicieras de todo un pueblo, y luego, cuando es derrotado, como el outlaw sanguinario que desquitará su frustración sobre los habitantes de Columbus. Lo notable es que, a pesar del descarnado retrato que Muñoz hace del caudillo, nunca le pierde el respeto: siempre lo trata con deferencia y admiración.

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Nellie Campobello

Otra mirada acerca de Villa es la de Cartucho, de Nellie Campobello (1900-1986) obra en la que, a través de una serie de relatos, se desgranan los hechos de los que fueron protagonistas los hombres más allegados al caudillo: Tomás Urbina, los hermanos López, José Rodríguez y Felipe Ángeles, entre otros. Los villistas son explicados como hombres inmersos en circunstanciasen las cuales no podían permitirse el lujo de ser suaves. Así, el discurso elaborado por Campobello:

[…] Es directo, aunque a veces deje de narrar y se esconda en diálogos externos de sus personajes. La mayor parte de la obra es narrada en tercera persona intercambiando anécdotas o reflexiones breves en primera persona contadas por los protagonistas, que descubren poco a poco la atinada mirada de la escritora sin pudores ni timidez.”4

Curiosamente, las características de estilo y discurso de la novela post- revolucionaria que se replicarán en lo que varios estudiosos ya han denominado Narrativa del Narco o Narconovela, subgénero emergente que consigna la epopeya de ese bandolero que es el contrabandista de drogas.

c) La novela moderna del Narcotráfico

En cierto sentido, a la narconovela se le puede considerar un híbrido entre la narrativa costumbrista y la de género negro que, al mismo tiempo, bebe de fuentes tan dispares como lo serían la novela de la revolución o el corrido. Por un lado la mayoría de los autores que se dedican a dicho sub- género siguen un estilo lineal, basado en la consignación de los hechos y que emula los giros del lenguaje propios del habla popular; por otro lado, en sintonía con el mencionado género musical, casi todos construyen sus historias alrededor de un personaje al que se hiperboliza a través de lo narrado. Quizá el escritor más representativo del tema es el sinaloense Elmer Mendoza (1949), quien se dio a conocer en 1999, con Un Asesino Solitario, novela en la que construye un thriller político alrededor de un asesino a sueldo ficticio: El Europeo, quien es llamado así por su eficacia y su puntualidad. En dicha obra Mendoza, además de consignar puntualmente la realidad política de la época del asesinato de Luis Donaldo Colosio, crea un narrador eficaz basado en la jerga delincuencial de los bajos fondos de Culiacán.

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Elmer Mendoza

El autor sinaloense también entrega un retrato eficaz de la época de la primera generación de capos en El Amante de Janis Joplin, novela en la que, por medio de la mirada de un alelado beisbolista, desmenuza los entretelones del contrabando en la década de los setentas. En esta obra, como en Un Asesino… , el logro más notable del autor es la construcción del personaje de David Valenzuela, una especie de Cándido Volaireano al que le tocó nacer culichi y que por caprichos de la fortuna se ve inmiscuido en la mafia del tráfico de cannabis.

Más afilada es la prosa de Bernardo Fernandez (Bef) en su obra Tiempo de Alacranes, en donde se narra la epopeya de El Güero Rodríguez, un despiadado asesino a sueldo que cae en desgracia a partir de su incapacidad por concluir un trabajo. Fernández construye una historia circular en que basa su motor narrativo en la lucha de El Güero —llamado así tanto por su color de piel como por su semejanza moral con los alacranes—, por sobrevivir. El gran acierto de Bef consiste en regalarle al lector un antihéroe entrañable, una alimaña que al fallar se redime y que conserva su vida a fuerza de ingenio y experiencia.

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Arturo Pérez Reverte

La Reina del Sur, de Arturo Pérez- Reverte, es una mirada al fenómeno del narcotráfico desde un punto de vista quien relata el ascenso de la mexicana Teresa Mendoza a la cúpula del tráfico internacional de droga. En la novela, el autor peninsular elabora la transformación de la joven sinaloense, quien de sus inicios como cobradora de droga de las calles de Culiacán se convierte en la máxima figura del contrabando de estupefacientes entre África y Europa. El punto fuerte de La Reina… radica en el puntual retrato que hace de la estructura empresarial de los carteles mexicanos.

Conclusiones

El delincuente, sea bandolero social, llegue a ser caudillo revolucionario, o no pase de ser un simple traficante de mariguana, siempre ha tenido un enorme magnetismo para los narradores. La épica de sus acciones es idónea para plasmarse en la página en blanco. Fernando Savater, en La Tarea del Héroe, define el Reino de la Aventura como aquel espacio-tiempo mítico en donde el paladín se valida, en donde por frotamiento y exposición al riesgo y a la muerte, adquiere inmunidad contra ambas. Sólo así se explica esa atracción- repulsión que la sociedad siente por quien rompe las leyes. En ese sentido, el lado oscuro de la sociedad, la ilegalidad, representa en nuestros tiempos ese Reino de la Aventura en donde el orden se subvierte, en donde la normalidad queda abolida, y en donde se pueden realizar las más grandes y valientes hazañas; pero, al mismo tiempo, también las más viles y cobardes.


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Omar Delgado

2011

1 Ibídem. p.8

2 CASTRO LEAL, Antonio. Prologo a la antología La Novela de la Revolución Mexicana, 1964, México, Aguilar, p.19

3 Ibídem, p. 27

1 comentario:

Iskra dijo...

Hola! tomé tu imagen de Nellie Campobello para mi blog, espero no te importe...por cierto excelente tu blog =) interesante tu visión sobre la narco novela.