lunes, febrero 21, 2011

MÁS TERRORES DE OJOS RASGADOS

Lo sobrenatural en la cultura japonesa. Parte II

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En la primera parte de este artículo conocimos a los más representativos Yokai, los habitantes de la franja que se extiende entre este mundo y el otro. Algunos, como se vio, son nativos de ultratumba; otros, por el contrario, son primero seres humanos que por azares de los hados, la hechicería, alguna maldición divina o por sus propias acciones, acaban convirtiéndose en fantasmas vengativos.

Los Yurei son las furias traslúcidas que durante los últimos años del siglo XX se aparecieron —literal y metafóricamente—, hasta la nausea en el cine oriental. El más representativo de ellos fue, por supuesto, Sadako, la infame protagonista tanto de la novela Ringu, del autor Koji Susuki, como de las dos versiones cinematográficas que emanaron de ella. El rostro putrefacto de la niña saliendo del televisor para llevarse el alma de algún incauto ya forma parte del inventario de los horrores modernos.

Las películas orientales que tratan acerca del mundo de los espíritus, tales como la mencionada Ringu (Nakata, 1998), Dark Water (Nakata, 2002), Ju-on I, II, III y IV (Shimitzu, 1998, 2000 (2) y 2003) o Chakushin Ari (Miike, 2003), basan su efectividad, más que en el susto de pirotecnia o en los efectos especiales, en la creación de atmósferas. El ambiente en las películas de J-Terror es bucólico y asfixiante, y la irrupción de lo inframundano resulta lo natural y hasta lo deseable. Quizá es por ello que las versiones occidentales de las mencionadas películas no son, ni por asomo, tan inquietantes como las originales. Para el oriental el mundo de los espíritus no se confina a los 35 milímetros de la película; el fantasma no se difumina con los créditos finales, sino que se le puede aparecer en la casa para cenar. En Oriente, lo sobrenatural no es tal: es tan natural como la gravedad o las leyes de la termodinámica. Por eso hasta al más occidentalizado ejecutivo de Sony le aterra compartir comida de plato en plato —debido a que esto únicamente se permite en los funerales—, o a la más liberal de las estudiantes takas de Cambridge le quita el sueño quedarse en un noveno piso —porque “9”, suena a “Muerte”, en japonés—,.

He aquí algunos de otros de los espectros que habitan la noche japonesa:

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Kitsune: Para los japoneses el zorro es un animal mítico, que camina entre las dos aguas del cosmos. Es más inteligente que el ser humano común y, por supuesto, igual o más poderoso. Es inmortal —no muere a menos que lo maten, lo cual es, por cierto, un enorme sacrilegio—, y conforme pasan los años va incrementando su sabiduría y su poder, mismas que se manifiestan en las colas que le surgen y en que su pelaje se va haciendo dorado. El más poderoso de los Kitsunes es el de nueve colas, pues es capaz de ver todo lo que ha ocurrido, ocurre y ocurrirá; puede trabar o destrabar los engranajes del cosmos con el fin de favorecer —o perjudicar—, a quien se topa en su camino.

Es temido y alabado no sólo en Japón, sino en todo oriente. En la mitología China se le llama huli jing, mientras que en las Coreas se le invoca bajo el nombre de Kumijo, aunque sólo en Japón se le considera benéfico.

Los nipones distinguen tres tipos de zorro mágico, a saber: los Zenko son los más benignos, pues provienen directamente de la mansión de los dioses; los Yako viven en el monte, y pueden ser benevolentes o malvados, y los Ninko, que tienen la particularidad de ser invisibles además de gustarles la insalubre practica de poseer a los seres humanos, ocasionándoles la enfermedad mítica conocida como Kitsunetsuki. El folclorista Lafcadio Hearn describe en su libro, Glimpses of unifamiliar Japan, las características del afectado por dicho padecimiento:

Es extraña la locura de éstos cuando los zorros demonio se introducen. Algunas veces ellos corren chillando a través de las calles. Algunas veces ellos se acuestan y les sale espuma en la boca, y aúllan como zorros. Y en una parte del cuerpo del poseído aparece sobre la piel una protuberancia que se mueve, y que se nota que tiene vida propia. Si se lo pincha con una aguja, éste se desliza a otro lugar. Si no se puede agarrar, debe ser tomado con firmeza con una mano fuerte y que no se escape entre los dedos. Las historias de posesión indican que hablan y escriben en idiomas que ellos no conocían antes de ser poseídos. Ellos comen sólo lo que les gustan los zorros — tofu, aburagé, azukimeshi, etcétera — y ellos comen bastante, alegando que no son ellos, pero los zorros posesionados, son hambrientos.

El Kistune tiene tan alta jerarquía dentro de la zoología mágica debido a que es el mensajero del dios shinto Inari, quien tiene entre sus potestades la agricultura, el arroz y la industria. No está por demás hacer notar el profundo paralelismo que existe entre este dios y el Quetzlcoatl mesoamericano, pues incluso este tiene un gemelo- nahual en Xolotl, que no es sino un Dios-Perro que bajó al inframundo por los huesos con los que los dioses crearían a la nueva humanidad.

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El poder principal de los Kistune es la seducción. Estas hermosas criaturas son capaces de tomar distintas formas con el fin de atraer a los hombres que de noche andan por los arrozales. En especial, y por obvias razones, prefieren la forma de mujeres bellas, característica que los emparenta tanto con las sirenas como con la miríada de espectros femeninos que pueblan las mitologías del mundo —lammias, banshees, Lloronas, Xtabays—. Sin embargo, su objetivo por lo general no es devorarse al desprevenido ni castigar al mujeriego; más bien, el ser humano las intriga y las seduce a la par, tal y como se puede ver en la siguiente leyenda del Japón de los Shogunes:

Ono, un habitante de Mino, pasaba las estaciones buscando su ideal de belleza femenina. Una tarde conoció a una linda doncella en un vasto páramo y se casó con ella. Simultáneamente con el nacimiento de su primer hijo, Ono adquirió un cachorro de perro, y a medida que crecía se volvía más y más hostil con la mujer del páramo. Ella suplicó a su esposo a que lo matara, pero él se negó. Un día el perro la atacó con tanta furia que ella perdió el coraje, se convirtió en un zorro, saltó el cerco y huyó.

— Tu puedes ser un zorro", Ono gritó hacia el descampado para que ella escuchara—, pero eres la madre de mi hijo y yo te amo. Regresa cuando puedas; tú siempre serás bienvenida.

A partir de entonces, cada tarde ella se escabulliría a la casa y dormía en sus brazos

Los Kistune tienen un ánimo pícaro y justiciero. Acostumbran tomar otras formas, además de la femenina, para embaucar a los tramposos. Eran el azote de los samuráis demasiado orgullosos, de los comerciantes deshonestos y de los caseros abusivos. Aunque en ocasiones pudieran llegar a ser maléficos, siempre cumplen su palabra. Por eso, quien les promete algo, debe cuidarse muy bien de cumplirlo a cabalidad, pues tampoco olvidan las deudas.

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Jikininki: Estos seres causan miedo y lástima a la vez. Son los Yurei de las personas que en vida fueron avaras y codiciosas, y que son condenadas a padecer hambre y sed eternas. Es por eso que, durante las noches, rondan los cementerios para desenterrar cadáveres y devorarlos; también se nutren de ofrendas funerarias ajenas e, incluso, de basura y detritus. En ocasiones roban joyas y otros objetos de las tumbas con el fin de sobornar a sus perseguidores, o a los guardianes de los cementerios. Su apariencia es de cadáveres putrefactos de grandes uñas y enormes colmillos. Son patéticamente inofensivos, y sólo algunos, los más taimados, tienen la capacidad de disfrazarse de personas vivas y de vivir a la luz del día. Es de notar su semejanza tanto con los Rackshasa hindúes como con los Ghuls de Oriente Medio.

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Hone Onna: una más de las seductoras nocturnas. Según la versión más extendida de su leyenda, fue en un inicio una dama de magnífica belleza que fue vendida por su novio a un burdel. Descontenta de su suerte, trabó amistad con otra de las geishas del lugar, y ambas planearon huir. Sin embargo, su aparente amiga la traicionó, y el dueño del lupanar la cosió a cuchilladas para luego arrojar su cadáver a un basural. Los demonios nocturnos se apiadaron de su suerte y le dieron la potestad de ser un Yurei capaz de alterar la percepción. Se aparece en los caminos a los hombres solitarios como una bella geisha y los incita a perseguirla. Los incautos la van siguiendo hacia el despoblado y sólo ahí, cuando la abrazan, cuando ya es demasiado tarde, se dan cuenta de su verdadero y aterrador aspecto. No hay más que decir que Hone Onna significa, literalmente, “Mujer hueso”


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Aburakago: Cuando un niño muere muy joven, sin aún haber aprendido a alimentarse por sí mismo, se transforma en un Aburakago. Esta palabra se traduce como “Niño del Aceite”, y hace referencia al espíritu infantil que ronda y gravita en las lámparas que alumbran el exterior de las casas y que se amamanta de ellas. Aparece por lo generar rodeado de fuegos fatuos o hitodama. Es un fantasma inofensivo al cual es conveniente dejar ofrendas de leche y miel.

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Hitodama: son entidades espirituales muy importantes en la mitología japonesa, pues se refieren a las bolas de plasma espiritual que se desprenden del recién fallecido. Tienen el aspecto de una llama verde o azul, y por lo general se disuelven en el aire pasando cierto tiempo. Sin embargo, cuando el difunto fue una persona perversa, o cuando un gato saltó por encima del cadáver, el hitodama puede volver a ocupar el cuerpo —o posesionar otro—, y crear un no muerto al cual deberá exorcizar un monje budista. Los Hitodama pueden verse con frecuencia en pantanos y cementerios.

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Bake Kijura: Los japoneses son un pueblo insular. Por lo mismo, mucha de su alimentación proviene de la pesca de los cetáceos a gran escala. Este hecho ha ocasionado que los grupos ambientalistas tales como Greenpeace tengan siempre a los buques nipones como unos de sus más frecuentes blancos.

Independiente a la opinión al respecto que cada quien tenga, los takas cuentan con su muy particular vengador de las ballenas: la Bake Kijura, una ballena fantasma que bien podría haber salido de alguno de los más terroríficos delirium tremens del Capitán Ahab. Se le representa como un esqueleto de cetáceo, animado por el odio concentrado de las ballenas masacradas durante siglos por los navieros japoneses. Tiene las cuencas vacías y el costillar relleno de viseras palpitantes, y anuncia —al igual que el Holandés Errante—, el desastre para barco que la ve. La mayor parte de sus avistamientos ha ocurrido en las costas de la prefectura de Shimane.

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Bakú: Luego de tanto espectro gandalla, no podemos sino concluir este pequeñísimo catálogo sobrenatural con un espíritu benéfico. Del tamaño de un cerdo, este Yokai se conforma con una trompa de elefante, garras de tigre, cuerpo de león y cola de vaca. Tiene el oficio de devorar las pesadillas y a los malos espíritus que las ocasionan. Si alguien, durante una pesadilla, invoca a los Bakú, estos se aparecerán para combatir contra las malas entidades. La efigie de una de estas amables criaturas, puesta en la cabecera de la cama, proveerá de sueños dulces y reconfortantes.

Omar Delgado

2011



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1 comentario:

Santiago Bustamante González dijo...

Gracias por este posteo. Desde ahora estaré suscrito y, con tu permiso, tomaré algunas imágenes que me han gustado mucho.
Saludos.
Santiago