miércoles, julio 07, 2010

CINTURITAS QUE NOS DIERON PATRIA

Reseña de El Seductor de la patria, de Enrique Serna


SANTA ANNA

Antonio López de Santa Anna (1794-1876)

La historia debe de verse —en mi humilde opinión—, como un conjunto de procesos de alta complejidad que interactúan entre sí y que son protagonizados por individuos ambiguos, a los que no se les puede etiquetar como héroes o villanos, ya que todos, en algún momento, son lo uno o lo otro. Sin embargo, la mayoría de los ciudadanos de un determinado país perciben y aprenden su propia historia como una serie de episodios estructurados de acuerdo al canon aristotélico —con planteamiento, nudo y desenlace— y con personajes más alegóricos que reales que cumplen con una función bien definida —pueden ser protagonistas, antagonistas o secundarios—; es decir, que los hechos históricos tienden a ser recordados como capítulos autoconclusivos en donde los buenos buenísimos se enfrentan y vencen a los malos ojetísimos, aún a costa de su propia vida: Leónidas y sus espartanos peleando en pelotas contra los Persas; la resistencia francesa y el U.S. Army contra los diabólicos nazis, Horacio Nelson venciendo en Trafalgar a la armada invencible (española, por cierto). En otras palabras, a la noble labor de la musa Clío se le acostumbra leer más bien como una novela de folletín, o peor aún, como un comic.

En base al anterior razonamiento, se puede afirmar que, para la mayoría de los mexicanos, personajes como Miguel Hidalgo, Benito Juárez, Francisco I. Madero, Emiliano Zapata o Lázaro Cárdenas serían algo así como los miembros de la Liga de La Justicia, mientras que Porfirio Díaz, Félix María Calleja, Victoriano Huerta y Maximiliano de Hasburgo formarían la corte de los supervillanos a los que los primeros tuvieron que vencer para conformar este reino de justicia e igualdad que es el México moderno —jiote, jiote—.

Esta infantilización de nuestras raíces y de los personajes que nos dieron patria —perdón por los clichés—, es en general negativa, pues a menudo se utiliza para hacer propaganda, para manipular los sentimientos colectivos o para legitimar —por vía del contagio por cercanía—, a los gobiernos débiles y autoritarios. No por nada, son los gobernantes más denostados los que más gastan en bicentenarios y monumentos.

Es por eso que presente obra de Enrique Serna (Ciudad de México, 1959) es un excelente antídoto para tales visiones pueriles y maniqueas de la historia. El Seductor de la Patria, biografía ficticia de Antonio López de Santa Anna, es también una puntual radiografía de los primeros años de existencia de la nación llamada México, de sus profundas contradicciones y de su paulatina —lenta y dolorosa—, consolidación como un país independiente.

De manera paradójica Serna, por medio de una mentira —una novela—, logra analizar a profundidad, como ningún ensayo académico, a una de las figuras más controvertidas de México, equivalente al Doctor Doom o a Lex Luthor del gran tebeo que es la historia nacional: el también llamado Manga de Clavo. A Santa Anna el saber colectivo le atribuye, entre otras chuladas, la independencia de Texas, la primera intervención francesa —llamada La Guerra de los Pasteles—, la invasión norteamericana y la pérdida de Nuevo México y California. También se le cuelga el sambenito de ser el non-plus-ultra de los corruptos y vendepatrias —aunque a últimas fechas ciertos personajes le disputan rabiosamente el título—, el vendedor de La Mesilla, el fragmentador del país y el saqueador número uno de las arcas públicas —aunque, repito, está a punto de ser desplazado del podio—. Todo esto es en parte verdad; sin embargo Serna, por medio de su obra, le muestra al lector la enfermiza simbiosis que existió entre Su Alteza Serenísima y sus gobernados, misma que le permitió ser presidente por once ocasiones, algunas como federalista y otras como centralista y ejercer por décadas el papel de Salvador de México. En otras palabras, El Seductor de la Patria trata más del cómo fue el propio pueblo el que endiosó a Santa Anna para luego cargarle todos los males nacionales.

Apoyándose con una minuciosa investigación —misma que demuestra con un completísimo apéndice de personajes al final de la novela—, el autor reconstruye la psique de Santa Anna, mostrándoselo al lector como un hombre megalómano y cínico al punto de ser encantador; un caudillo que ama sinceramente a México debido a que lo ve como una extensión de si mismo; un adolescente eterno de luminescente sonrisa, capaz de seducir lo mismo a las trabajadoras de su hacienda que a las logias masónicas; que es capaz de levantarle la falda lo mismo a la esposa de su protector que a los conservadores y liberales; un maestro de la traición en un país en donde la traición es parte de la idiosincrasia nacional.

Para ello, Serna utiliza con tino el narrador en primera persona , a que con él puede mostrarnos el fuero interno de Santa Anna. A través de una serie de cartas ficticias, escritas en el ocaso de su vida y dirigidas a uno de sus hijos, el caudillo narra su propio autorretrato. Este discurso, autocomplaciente y ensalzador, es contrapunteado con otros documentos que ponen en evidencia las mentiras y exageraciones de Manga de Clavo; así, Santa Anna, quien se considera heredero de Napoleón mismo, es exhibido como un mediocre estratega militar, cuyas victorias fueron más causa de la providencia (o de la brutalidad. Cfr. El Álamo), que de la inteligencia; un político que entreteje intrigas con el fin de salir siempre bien parado; un corrupto cuyos saqueos, considera él, no son sino modestas retribuciones en comparación a sus amplios servicios a la patria; en otras palabras, un personaje que de ninguna manera desentonaría actualmente en alguna de las cámaras legislativas o —nuevamente—, en la silla del águila. En otras palabras, un bastardo encantador, al que no podemos dejar de tenerle, debido a su inquietante reflejo, aunque sea una simpatía residual.

Otro libro muy degustable.


Omar Delgado

2010


Bibliografía: Enrique Serna, El seductor de la patria, Joaquín Mortiz, México, 1999,

520 pp.

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