lunes, enero 28, 2008

El ángel aterrador

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Irma Grese

Como seres humanos, tenemos una costumbre que a veces nos resulta devastadora: considerar a la belleza física como sinónimo de belleza del alma. Este impulso proviene de nuestro núcleo más instintivo, por lo que poco es lo que podemos hacer por evitarlo. Incluso los bebés reaccionan más favorablemente ante unas facciones proporcionadas que ante una faz imperfecta. La hermosura, finalmente, es un indício de buena carga genética, y como animales que somos siempre buscamos, inconscientemente, ese otro par que mejore nuestra mezcla de genes en la próxima generación. Incluso las personas que abiertamente declaran no querer tener hijos, no dejan de buscar individuos e individuas lo más estéticos posibles. Así de fuerte es la biología.
por lo mismo, creemos (o tendemos a creer), que bonito es igual a bueno. Pero... ¿Qué pasa cuando no es así? ¿Qué pasa cuando un alma sanguinaria es arrendataria de un cuerpo hermoso? ¿Cuando un rostro bonito no es sino la careta de la muerte? Es entonces cuando surgen esos extraños seres que forman parte de la leyenda más negra de la humanidad, hombres y mujeres tales como Erzebeth Bathory, Ted Bundy, la pequeña Mary Bell o Joseph Mengele, que nos causan repulsión y atracción a la vez. Son esos oximorones cósmicos los que pueblan los imaginarios colectivos durante el turno de la noche.
Y, por supuesto, entre ellos también se encuentra la damita de la foto al inicio del artículo, la candorosa Irma Grese.
Vayámonos hacia una mañana fría, en el campo de concentración de Auschwitz, en la Polonia ocupada por los nazis. Al lado de las barracas de madera, un centenar de mujeres hacen fila. Sus harápos apenas si pueden cubrirles del helado viento. Tiemblan. A unos metros, un grupo de oficiales con sendos dobermann y fusiles las vigila. Los animales, entrenados para desgarrar la carne de los prisioneros con sus dientes, ladran furiosos hacia el grupo de prisioneras indefensas. De entre la bruma, sale una mujer, apenas de una veintena de años, haciendo sonar sus botas militares. Sus ropas están impecablemente planchadas y almidonadas; su cabello, finamente recogido sobre la cabeza. su mentón, siempre en tensión, parece tallado en mármol; sus ojos, azulados como glaciales, hacen que todos, tanto prisioneras como guardias, se estremezcan. Esta wagneriana belleza camina observando a las mujeres de la fila, resalta sus pechos con la postura, como queriendo diferenciarse de ellas. Encuentra a una de su agrado, joven, de cabello negro, de una hermosura tal que aún las penurias no han podido menguar. La elige. La prisionera llora, pues sabe muy bien que la teutona le destrozará el rostro y los pechos a latigazos, que hará que le operen las heridas sin anestesia y que luego, si tiene tantita suerte, le pegará un tiro en la frente. Si no, la encerrará en un calabozo, con el cuerpo destrozado, para esperar a que muera desangrada o consumida por las infecciones. Camina paciente entre dos guardias, esperando que algún dios o diablo misericordioso la fulmine y le permita escapar de las manos de Irma Grese.

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Irma Grese en uniforme de faena

Irma, que durante los últimos años de la guerra se distinguió por su férreo control en la sección femenil del campo de concentración, era sólo una muchachita nacida en 1923 en un pequeño pueblo de Alemania, hija de un lechero. Irma nunca fue una lumbrera en la escuela, por lo que dejó los estudios durante su adolescencia y se inmiscuyó en la Bund Deutscher Mädel (Liga de la juventud femenina alemana), a pesar de la oposición de su padre. Ya metida de lleno en la mecánica del nazismo, trató de graduarse como enfermera sin lograrlo, trabajó en un sanatorio de la SS, fue voluntaria para entrenamiento en el campo de Ravensbruck, y finalmente, custodia de la sección femenina del campo de concentración de Auschwitz.

La joven, con apenas 19 años, demostró un talento natural para "cuidar" a las internas del campo. Fue rápidamente ascendida a supervisora, puesto que ocupó hasta el fin de la guerra. Las sobrevivientes del holocausto que la conocieron aún la recuerdan con terror, pues Irma era, por mucho, la custodio más sádica de todo el campo. Tenía como hobbies martirizar a las prisioneras que consideraba más bonitas que ella, desgarrándolas ella misma a latigazos o arrojándolas a los perros. Acostumbraba admirar con placer las operaciones que efectuaban los médicos, todas sin anestesia. No dudaba en matar a tiros a niñas y ancianas , e incluso se cuenta que le gustaba despellejar los cadáveres de los ejecutados. Dice la leyenda negra que cuando los aliados capturaron el campo, en sus aposentos encontraron abajures hechos de piel humana que ella misma había recolectado.


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Prisioneros del campo de concentración

Quizá esto último no es sino una sinrazón. Está documentado que, para justificar sus propias faltas, los vencedores exageraban la crueldad de los nazis, pero aún así, Irma Gleese encontró en su trabajo como custodia la ocasión perfecta de dar rienda suelta a sus impulsos más sanguinarios. Tal fue su fama, que la amable señorita fue una de las estrellas de los juicios de Nuremberg, en donde se le condenó a morir en la horca a los veintidos años.

Irma Grese fue a su cita con el verdugo el 13 de diciembre de 1945. En ningún momento demostró temor o arrepentimiento. Incluso sus últimas palabras dan fe de su eficiencia teutona. Al ver que el encapuchado se tardaba en accionar la trampa a sus pies, Irma Grese le ordenó apurarse. "Schnell!" (Rápido!), fue su última palabra.
Y, bastante rápido, la soga le rompió el cuello.
Irma es uno de los casos más inquietantes del santoral de lo infame, pues en ningún punto en su biografía se puede rastrear algún motivo evidente que desatara una patología de esa magnitud. Su infancia fue relativamente feliz, sin penurias graves. En apariencia, fue una hija querida por sus padres. Tal vez el suicidio de su madre, que sucedió cuando ella era aún una niña, pudiera explicar el dragón anidado en su pecho. Es posible que Irma Grese tuviera una predisposición a las enfermedades de la mente, o tal vez, le ocurrió lo que le ocurre a las personas que se encuentran, de repente, en una posición que les permite disponer absolutamente de la vida de otros en completa impunidad: se percató de lo banal que el mal puede ser.
Omar Delgado
2008

martes, enero 22, 2008

Tres tristes tigres

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La noche se entreteje de voces.

Se conforma de palabras, alaridos, llantos y risas; se trenza de insultos y palabras de amor, de murmullos cargados de promesas; se forma del silbido de las navajas, del estrépito de las riñas, de rumbas cantadas a media voz, del aleteo de piernas abriéndose y de trabalenguas desbordados.

Tal vez es por ello que la noche es oscura, para que la falta de luz le regrese a los oídos todo su dominio.
Esta naturaleza auditiva de la noche la supo intuir Guillermo Cabrera Infante (Gibara, 1922- Londres, 2005), para así reconstruirla por medio de su novela Tres Tristes Tigres, que no es sino un conjunto de voces que van embonando para construir el escenario (en este caso, el cielo estrellado y las calles pintarrajeadas de neón), por el que sus variopintos personajes andan. Ahí está, por ejemplo, el trio de amigos que navegan la madrugada habanera y sus encuentros con seres tan inverosímiles como entrañables. Ahí esta también, Estrella, la tremenda negraza de voz luminosa, mujer que llena el escenario tanto con su cuerpo mastodóntico como con los acordes que le nacen. Ahí estan, también, Magdalena y su tía, verdadera unidad desdoblada en dos mujeres; también va el Buscofedrón, inolvidable amigo, genio cuyo talento era también su enfermedad; ahí estan todos los que andan errantes mientras Arsenio Cué barniza la noche con sus palabras de locutor y mientras el narrador, que más que narrador es bosquejador, intenta capturar el huracán de voces que forma la noche Habanera.

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Acá don Guillermo

Tres tristes... Es una novela para el oído, que es necesario leer en voz alta, en una noche tórrida, para poder asirla. Quien espere encontrar una estructura reconocible en ella, una así muy propia y aristotélica, se desilusionará, pues la historia se va conformando de acuerdo al orden en que se escuchan las voces. Más que una novela, son relatos entrelazados, unidos por ese espacio en común que representa la noche habanera. Más que edificio, es una bóveda en donde las letras reverberan.
Acá los datos:

Tres tristes tigres
Cabrera Infante, Guillermo
Colección: Biblioteca Breve
Genero: Novela
528 págs.
ISBN: 84-322-3016-2
Omar Delgado
2008

martes, enero 15, 2008

En el valle de las sombras

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Hay una frasecita que hemos visto repetida hasta el cansancio en los churros hollywoodenses. "Y cuando camine por el valle de las sombras, no tendré miedo, por que él está conmigo", y la escena es siempre la misma: en un sepelio, un pastor con cara de palo la repite delante del féretro justo antes de que sea depositado en la fosa. Ahí es cuando el muchacho chicho (Aquí imagínese usted al Gobernator, a Stallone, a Juan Claudio Van Damme o cualquier otro forzudo del celuloide), con rostro de indignación y furia, le promete al difunto que vengará su muerte.
Sin embargo, la película del director Paul Haggins, In the valley of Elah (la cual sería la traducción correcta), se aleja agradablemente de ese tópico del blockbuster. La historia inicia cuando Mike Deerfield, un soldado del ejercito de los Estados, Unidos, recién llegado de Irak, desaparece y su padre, Hank (un magnífico Tommy Lee Jones), quien también es ex policía militar, inicia una investigación por su cuenta para encontrarlo. El cuerpo del desparecido es localizado pocos días después, incinerado y en pedazos, lo cual hace que la detective Emily Sanders (Charlize Therion dando una aceptable réplica a Jones), se inmiscuya a regañadientes con la investigación de Deerfield. A pesar de las múltiples lineas de investigación del homicidio, en las cuales se incluyen desde el tráfico de drogas hasta conflictos con las pandillas locales, Sanders y Deerfield descubren que la causa de la muerte del soldado no es sino la deshumanización que sufren los combatientes en una guerra que los hace regresar a su patria convertidos en killing machines.
Tommy Lee Jones hace de su personaje un hombre contenido, estóico aún en el momento de presenciar los restos carbonizados de su único hijo; Susan Sarandon, quien interpreta a la esposa de Deerfield y madre de Mike, da un perfecto contrapunto al interpretar a una madre doliente sin caer en lo melodramático. El personaje de Emily Sanders, sin embargo, es lo más débil de la trama, pues a pesar de que la hermosa Therion lo interpreta correctamente, no deja de ser un tópico ya utilizado con mejor suerte en películas como Insomnia (Christopher Nolan, 2002). El díptico veterano policía- joven detective en formación ya se ha visto en tantas ocasiones que comienza a oler a lugar común.
Es notable que Paul Haggins está comprometido con las tesis que maneja en su película, así como es patente la preocupación que tiene por la situación de su país. A través de un thriller bastante inteligente, se hace una disquisición acerca de la degradación moral de los combatientes en Irak (y en cualquier guerra, por cierto). Los perniciosos efectos que tiene una conflagración bélica en la mente de los jóvenes se muestran mediante los diálogos que sostiene Deerfield con los compañeros de pelotón de su hijo y los videos que logra rescatar del celular de Mike. Sin caer nunca en lo panfletario, el director muestra la sinrazón de una guerra inútil, perdida, y que sólo se sostiene por la avaricia de los pocos.
Acá el trailer:


Omar Delgado
2008

domingo, enero 13, 2008

Trivia de historia de México

Estimado lector:
Estas son fotos del pueblo minero de Cananea, en Sonora, México.
Identifique usted las imágenes de que correspondan a 1906 y las que correspondan a 2008

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Al ganador se le obsequiará:

1) Un bonito texto de Globalización y productividad en el México del siglo XXI, firmado por nuestro secretario de hacienda y Crédito Público, doctor José Ives Limantour

2) Una carabina 30-30 con instructivo y balas con cubierta de teflón (para que le atine a los pelones a gusto)

3) Un Ipod con corridos de la revolución y un guitarra-fácil con canciones de Rage Against The Machine

4) Una foto del presidente Porfirio Calderón. (¿ O Felipe Díaz? ¡Sepa la chingada!)

Si quiere saber más de Cananea, píquele Aquí y Acá.

Omar Delgado

2007