lunes, junio 11, 2007

La perdición de los hombres


Mujer. Pocas palabras en el español —y en cualquier idioma—, encierran tanto significado. Mujer, si puedes tú con Dios hablar… Amor, pasión, lujuria, ternura, deseo. Hablando de mujeres y traiciones… Cielo, infierno, esperanza, desolación, plenitud, pérdida. Acuérdate de Acapulco, María bonita… Madre, esposa, amiga, compañera, cómplice. Ella quiso quedarse cuando vio mi tristeza… martirio, dolor, abandono, desesperación, odio. Ingrata, pérfida, romántica insoluta…


Mujer. Palabra tan poderosa que la humanidad, casi toda ella, tuvo que inventar complejos mecanismos para controlarla. El más sofisticado, sin duda, es el machismo.




Cualquier ideología de poder tiene como fin el justificar el dominio de un grupo humano sobre otro. Hablando de civilizaciones, el pueblo dominante siempre tiene excusa para subyugar —o exterminar—, al dominado. Para lograr esto, necesita de conceptos preestablecidos que justifiquen que el otro debe ser dominado por que es inferior o peligroso: el negro salvaje y tonto; el indio huevón y ladino; el judío codicioso y traicionero; el árabe fanático y violento. Dichos estereotipos se inoculan en tanto en el grupo a dominar como en el grupo que domina, para así, crear la sensación de que ese orden es el natural, y más aún, el único posible.

Si se entiende el machismo como una ideología de dominación, entonces la parte dominante será la mitad masculina de la humanidad, y la dominada, la femenina. El orden machista requirió entonces de formar una imagen de la mujer que justificara el dominio, la cual es la dualidad santa/puta.

En las primeras civilizaciones, las cuales surgieron a las orillas de los ríos Tigris y Eufrates, no existía este concepto. Los asirios veneraban a una trinidad de diosas: Astartare, Ishtar, y Liluh. La primera simbolizaba a la diosa madre; la segunda, a la guerrera y sabia; la tercera englobaba toda la fuerza del erotismo. En dicha cultura, las mujeres y el sexo tenían un papel predominante en la vida política y religiosa, tanto que en el templo de Ishtar se practicaba la prostitución como rito eucarístico.

Otras culturas, sin embargo, incluyeron en su cosmovisión el concepto de que la mujer era subordinada al hombre, y por lo tanto, inferior. La más evidente en este sentido fue la religión judía, la cual afirmaba que la primera dama, doña Eva, fue creada de una costilla del primer caballero, don Adán. Más aún, fue a la primera mujer a la que se le culpó de la expulsión del paraíso, tachándola, además, de ser débil y propensa al mal.



Es con los Cabalistas hebreos en donde se condensa la dualidad de lo femenino. Leyendo con atención el génesis, llegaron a la conclusión de que Eva no fue la primera mujer de Adán, sino que dicho lugar lo ocupó otra fémina de nombre Lilith, quien fue formada del mismo barro que el hombre primero. Estos sesudos sabios —los cabalistas—, explicaban que la primera esposa de Adán era rebelde, pues se consideraba igual a él por haber sido creada de la misma materia y que fue expulsada del paraíso debido a que quería estar encima del hombre durante el acto sexual. El buen Dios, entonces, creó a la dócil Eva de una costilla del baquetón de Adán. A Lilith se le condenó a un destino ingrato, pues después de su exilio del Edén cohabitó con los demonios del desierto y concibió hordas de espíritus maléficos. Finalmente, se convirtió ella misma en el demonio que mataba a los bebés recién nacidos y que provocaba las poluciones nocturnas en los hombres jóvenes. Mientras esto ocurría, a la candorosa Eva que aceptó su papel como subordinada y máquina de bebés, le ponían su condominio con cocina integral y su Windstar blanca.



La figura de Lilith es notable debido a que condensa los puntos negativos de la feminidad según la ideología machista: es seductora, rebelde, independiente, infértil y promiscua. Figuras similares a ella se repetirán en casi todas las culturas de la humanidad: Lammias, Banshees, X´tabays, sirenas, Willies, lloronas, Stregas. Todas ellas ejemplos de lo que, según la falocracia, una mujer nunca debía ser.

Dicho concepto de la mujer, el cual la condena a una bipolaridad moral sin puntos medios —o se es “decente”, o se es “descocada”—, surge, como todos los tabúes, de motivaciones pragmáticas. Generalmente se cree que el régimen falocrático se estableció en la humanidad en el momento en que el ser humano pudo domesticar los cereales para así volverse sedentario. Cuando los hombres neolíticos comenzaron a cultivar trigo en lo que actualmente es el medio oriente, necesitaron una parcela de tierra que fuera suya para que los productos que obtuvieran de su trabajo fueran también de su propiedad. La mujer pasó a ser, entonces, una extensión de dicha parcela, la tierra en donde el hombre sembraba su semilla, y por lo mismo, era necesario asegurar que la descendencia sembrada en la mujer fuera la propia, no la del vecino ni la del compadre. Esto permitía que la herencia —la cual nace también junto con el concepto de propiedad privada—, quedara en manos de un descendiente auténtico. No en balde el machismo es más arraigado en las comunidades rurales que en las urbanas.

Sin embargo, un análisis más profundo de dicho prejuicio revela que proviene del miedo. Los hombres, en algún momento del desarrollo de la humanidad, temieron la capacidad reproductiva y sexual de la mujer. El cuerpo femenino es, por mucho, más complejo que el del hombre: es capaz de formar enteramente un nuevo ser humano y aún alimentarlo en sus primeros años de vida. El organismo masculino, por otro lado, sólo tiene una función: proporcionar el esperma con el cual se formará el nuevo ser. Viéndolo fríamente, tal vez aquellos hombres no estaban tan errados en sus temores: Supongamos que se diera un salto evolutivo en el cual las mujeres fueran capaces de generar células sexuales equivalentes a los espermatozoides. El resultado sería que los hombres nos volveríamos inútiles y, paulatinamente, nos extinguiríamos. Además, el cuerpo femenino está diseñado —si cabe la expresión—, para recibir a varios compañeros sexuales en un corto periodo. El hombre, por el contrario, no podría sostener su rendimiento reproductivo por mucho tiempo en el caso de que tuviera varias parejas sexuales. A nivel biológico, es la mujer quien tiene la pauta para la reproducción. El machismo, entonces, nace también como una reacción de la sociedad humana para contener y dirigir la potencia sexual de la mujer.
Este miedo se ve claramente reflejado en Lilith y tropa que la acompaña. El condenar la sexualidad libre y no dirigida a la reproducción —sino simplemente al regocijo—, fue el paso necesario para la implantación de la ideología machista.

Siempre un orden social falocrático se tiene que ayudar de una religión que alimente y pregone los conceptos que lo sostienen. En este caso la religión católica —y sus derivados—, ha sido el gran apoyo para las sociedades machistas de occidente. El dogma cristiano reelaboró la dualidad ya vista con Eva/Lilith en la figura de María/ Magdalena, agregándole un elemento más pernicioso aún: la demonización de la sexualidad. María fue madre virgen, su concepción fue obra divina, no natural, por lo que ninguna mujer jamás estaría a la altura de la madre del Nazareno. Magdalena, por otro lado, representa la sensualidad domesticada, aquella que se arrepiente de haber utilizado su cuerpo con fines distintos a lo que la Iglesia considera la única razón del sexo: la reproducción. Gracias a este estereotipo se sustentó por más de mil quinientos años la misoginia que es patente de corzo de las sociedades católicas.



Misoginia. Odio a lo femenino, esta es en realidad la palabra clave que condensa la ideología machista. Odio a la capacidad de reproducción, odio aún al hecho de poseer un cuerpo. Muchos de los miembros de la comunidad de los santos se ufanaban de jamás haber tocado a una mujer; aquellas damas que aspiraban a ser beatas tenían que renunciar, no sólo al uso de su entrepierna, sino aún al de sus sentidos. La mortificación de la carne era el pasaporte de entrada al cielo. Por más de mil años el odio al cuerpo era lo deseable: los cilicios enroscados al cuerpo, la ingestión de comida descompuesta, los castigos autoinflingidos, el verdugo y la víctima viviendo en el mismo cuerpo.



Aún después de la revolución francesa, cuando la Iglesia perdió gran parte de su poderío, se siguió reciclando el concepto de la mujer como sinónimo de perdición. Carmen, la Dama de las Camelias, Madame Bovary, Esmeralda y Naná son miembros de ese santoral de lo infame. Finalmente, un estereotipo es una simplificación. Al seguir plasmando a la mujer como una dualidad se le reducía, y al mismo tiempo, se le controlaba.



El siglo XX, por fortuna, representó avances en casi todas las naciones de occidente para derogar el imperio de los machos. Las luchas de las sufragistas, el movimiento de liberación femenina, la adquisición de los derechos a decidir sobre su propio cuerpo han ayudado a que la mujer tenga un papel cada vez más activo dentro de la sociedad. Aún quedan muchos rezagos, y sobre todo, muchas resistencias por parte de militantes del viejo régimen falocrático (tanto hombres como mujeres). Es por eso que las sociedades que se quieran sacudir el lastre del machismo tienen que comenzar por quebrar el estereotipo que reduce a la mujer a ser La gema que Dios hizo mujer para bien de mi vida o La paloma Negra que ya agarró por su cuenta la parranda; y eso se logra, únicamente, inoculando el respeto a las decisiones que tomen ellas acerca de su propia vida.

Omar Delgado
2007

4 comentarios:

B West dijo...

acabo de ir a un blog con frases sexistas echando al suelo a la mujer, pero venir acá a leerte me ha vuelto la sonrisa!!


:)

No se pierda tanto sr.!!

besos!

Dolores Garibay dijo...

Cabe recordar que también hay mujeres muy cabronas y muy "feministas" (¿se puede considerar al feminismo como el extremo opuesto o la contraparte del machismo?) Creo que un termino más acertado sería decir que son "misandrias".

La mayoría de los conflictos entre las personas, suelen ser por culpa de una mujer. Troya entró en guerra por una mujer.

No lo sé, a veces creo que soy un poco misógina en el fondo a pesar de que yo también soy mujer... eso me crea conflicto.

Besos chilangos

Anónimo dijo...

Lo cierto, carnal, es que sin ellas me muero!!!

Anónimo dijo...

Estupendo.
Me permito tomar este enlace para rebatir en menéame un comentario que afirma que no existe machismo en las religiones :-P