20 de noviembre de 2006.
Sobre el centro de la ciudad de México se extiende un cielo nublado que amenaza con romper en lluvia, es un cielo gris con matices de negro. No es lúgubre, sino solemne. Un frío, insólito para la época del año, se mete hasta la médula de quien se atreve a caminar por las calles. Una vez más, las calles se van tiñendo de amarillo. Miles de gentes se congregan como pequeñas llamas que retan a la helada. Éste es el día. Tal y como se acordó el 16 de septiembre en la Convención Nacional Democrática, hoy Andrés Manuel López Obrador tomará posesión como Presidente Legítimo.
Desde hace días diferentes analistas, periodístas (O algo parecido), politólogos y demás fauna han hablado doctamente del, para ellos, despropósito de tal acto. Para muchos el acto de que el candidato izquierdista parece un acto de locura, un montaje histrónic, el ostentoso berrinche de un mal perdedor. Muchos expertos oráculos de la Mexican Polítics vaticinaron que la concurrencia a dicho acto sería mínima, que apenas unos cuantos miles secundarían al Peje en la fundación de su (Según una periodísta de Letras Libres-de-impuesto), Nueva Ínsula Barataria. Esos intelectuales, politólogos y videntes son, por supuesto, los mismos que diagnosticaron la muerte política del tabasqueño.
... y una vez más, se equivocaron.
Para las tres de la tarde ya caminaban por las calles del centro de la Ciudad de México grupos de simpatizantes vestidos de amarillo -hordas, diría más de un periodísta-. Su animo era solemne, como el día. Ya no se vive la furia de las manifestaciones en favor del voto por voto ni el ánimo de carnaval cívico del plantón. Ya no es la rabia contenida -y no tanto-, del 16 de septiembre. Los militantes, adeptos y camaradas del peje no tienen expectativas imposibles. Saben que Felipe Calderón será investido como Presidente en la cámara de diputados, que será él y su partido, su grupo, el que tendrá los recursos y la oportunidad -pero no la voluntad-, de gobernar por las mayorías; saben que Andrés Manuel vivirá una presidencia paralela y precária, y que el gabinete que hoy presentará, junto con los partidos del Frente Amplio Progresista, serán más simbólicos que efectivos en el corto plazo.
Pero el símbolo es poderoso.
Las águilas, los Méxicos.
A las cinco de la tarde el zócalo, así como las calles aledañas (Pino Suárez, Madero, 20 de noviembre, 16 de septiembre), están a reventar. En esta ocasión el templete es discreto, colocado a espaldas de Palacio Nacional, adornado solamente con un fondo color vino que, en el centro, tiene el águila de la República Juarísta. En dicho escudo, el ave no está de lado, sino de frente, con las alas extendidas y la serpiente cruzandole el pecho. A diferencia del águila mutilada, símbolo del gobierno del PAN, el águila de la izquierda está entera.
Pocas veces la contraposición de símbolos es tan clara. El águila "mocha" que representa el gobierno de Fox solo tiene la parte de arriba, la única que le interesó al Guanajuatese en todos los sentidos: el norte del país, las clases acomodadas, los olímpos de la industria, el vecino país del norte; es un pájaro gordo, opulento y complaciente que se almuerza con tranquilidad a la serpiente. El águila Juarísta, por el contrario, es famélica, de ojos grandes y rapaces. Está en movimiento y, al contrario de la Foxiana, lucha contra la víbora (que la sobrepasa en longitud). Pero, sobre todo, el águila Juarísta, ahora adoptada por la Convención, es un ave que intenta emprender el vuelo.
Actos de dignidad
¿Qué es la dignidad? Hay muchas definiciones, tantas como seres humanos. La dignidad no se puede comprar, ni se puede quitar. Nadie puede arrebatársela a otra persona, pero esta si puede renunciar a ella. La dignidad no se vende en el estanquillo por gramo, ni cotiza en la bolsa de valores, no tiene peso, ni medida, ni longitud. No es un apéndice del cuerpo, ni un estado de la mente que se pueda curar con antidepresivos. No es indispensable para sobrevivir. Millones de personas se las arreglan sin ella, e incluso, para muchas, es un estorbo. En numerosas ocasiones, la dingidad es problemática, pues no permite pasar por alto agravios que, si se ignoraran, podrían redituar en favores y beneficios contantes y sonantes. Aparentemente, la persona con dignidad no varía mucho de aquellas que renunciaron a ella. Los cambios son mínimos, pero visibles si se pone atención: un brillo especial en los ojos, un tono especial de voz, un trazo simetrico en la sonrisa. La persona digna comete aparentes locuras, defiende causas perdidas, habla cuando lo más prudente sería callar, se lanza a la calle cuando lo seguro es quedarse en la casa a ver televisión.
¿Qué es la dignidad? Es la capacidad de sostenerse. Es el poder seguir una causa perdida y defenderla, es el saber que una causa "perdida" no lo és si es justa.
La gente que fue a la toma de posesión provenía mayoritariamente de los barrios pobres de la Ciudad de México, de las zonas conurbadas del estado de México, lugares en donde el hambre y la marginación viven al lado de los caserios de cartón. Gente golpeada, maltratada, que pudo ver en Andrés Manuel López Obrador una posibilidad de reivindicación.
Gente que aún cree en él, no por él, sino por lo que representa: un México más justo que el que vivimos.
Revolucion como Carnaval
Durante todo el proceso electoral, durante el plantón, durante las marchas por el voto por voto, se tuvo un ambiente festivo. Muchos creían que podía ser posible el cambio. Cuando los dudosos resultados del dos de julio fueron ratificados, a muchos se les cayó la esperanza. Los actos proselitistas de López Obrador fueron haciendose cáda vez más tristes y resignados.
El 20 de noviembre había detalles que querían darle al evento sabor de fiesta: malabaristas, zanqueros, botargas. Sin embargo, los asistentes no respondían con la alegría con la que se respondió en el plantón, en las marchas anteriores, en el cierre de campaña del peje.
Ese día, gélido como en muy pocos noviembres, los rostros de la gente reflejaban tristeza, coraje, frustración, poca esperanza, mucho encabrone. Las sonrisas, al paso de los artistas que trataban de animarlos, eran débiles.
Sin embargo, a pesar de los sentimientos encontrados, en la mirada de los asistentes seguía existiendo la dignidad. Por que, a pesar de todo, estar ahí era en si mismo un acto de rebeldía, una manera de decir que repudiaban el asqueroso proceso electoral y el actuar de las cúpulas de poder. A veces, la simple presencia basta.
300 000 personas escucharon las propuestas del Frente Amplio Progresista, 300 000 que vieron cómo se conformaba un gabinete paralelo al de Felipe Calderón, calcado de los ministerios de la república Juarista, 300 000 que se sonrieron al ver la majestuosidad del águila de la república.
300 000 que con su sola presencia decían "Este país tiene que cambiar"
El himno nacional se cantó al principio y al final del acto. Un himno que apenas salió de tantas gargantas, parte por el frío, parte por la incertidumbre. ¿Qué significaba una presidencia paralela? ¿Serviría de algo para el cambio real en México? ¿Servirá de algo contra la derecha empoderara, aquella que está invocando a los peores demonios del pasado, de la represión, del autoritarismo, de los apandos y las ejecuciones?
Después del acto, se anunció a Silvio Rodríguez. Muchos asistentes comenzaron a irse después de ello. El trovador, envuelto como si estuviera en su crisálida, canto dos canciones y, después, se declaró incapaz de continuar tocando. "Artirtis" dijeron unos, "Conjuntivitis", dijeron otros. "Hueva", pensamos la mayoría. Concluyó asi el acto de la toma de posesión.
Vuelvo a las preguntas, ahora que Calderón -ya presidente- comienza a dar muestras de su autoritario caracter. ¿Servirá de algo todo ésto? Ahora la derecha, de la mano del ejercito, de la mano de lo más podrido de la clase polìtica y de lo más voraz de los empresarios, están dispuestos a quedarse en el poder por décadas. Calderón, el PAN, Elba Esther y troupe que los acompaña han decidido que México es suyo, y que pueden hacer con él lo que dispongan.
Omar Delgado
2006-2007
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