El tiempo de la cosecha y de los muertos
En todos los tiempos -a excepción de éste, al parecer próximo a su colapso-, los hombres han temido y reverenciado las fuerzas naturales y los cíclos cósmicos. Cada sociedad ha creado o imaginado dioses de acuerdo con su circunstancia y modo de vida, pero siempre basándose en lo que Carl Gustav Jung tuvo a bien llamar arquetípos. Así, los pueblos próximos al mar, que dependían de la pesca para vivir, imaginaron al océano como la gran madre -Los Yoruba de África, o los Japoneses y Tailandeses, por ejemplo-, mientras que los pueblos que dominaban la agricultura se dijeron hijos de la tierra, -los Celtas, los Mesoamericanos, los Griegos y Romanos en parte, me vienen a la mente-, y la reverenciaron como diosa. Conforme las sociedades de dichas culturas fueron creciendo, fueron agregando más dioses de acuerdo a sus necesidades: los pueblos campesinos que se hicieron comerciantes imaginaron dioses que les ayudaban en las transacciónes; los que se hicieron guerreros se encomendaron a sanguinarios númenes que les ayudaran en las conquistas; cada arte o tecknos (en el sentido de los griegos, reiriendose a todas las disciplinas del saber humano) tuvo que tener su propio padre divino. Así, los pueblos fueron enriqueciendo sus panteones, sin olvidarse nunca de los dioses fundacionales, los que los protegieron cuando comenzaban a civilzarse.
Las diosas madres podían estar adscritas tanto a la tierra como al mar, o a los dos. En ambos casos, las diosas siempre tenían un lado bondadoso y uno terrible, pues solo así el hombre religioso se podía explicar las desgracias de la naturaleza: ciclones, hundimientos, tsunamis eran las furias de las diosas del mar, mientras que los terremotos, las erupciones o los deslaves los de las madres tierra. En el caso de los pueblos aricultores, hijos de las diosas terrestres, el paso delas estaciones era elemento principalísmo para sus ritos: los tiempos de siembra, lluvias y cosecha era algo que debían dominar a la perfección, así que esos ciclos también fueron divinizados. En general, el tiempo ritual-sagrado para los pueblos agricultores quedó dividido en dos partes: el periódo donde la tierra es fértil, donde es posible sembrar y cosechar, y el periódo yermo, donde el invierno hace que la tierra se vuelva estéril, díscola y fria.
Para dichos pueblos lo más natural fue enterrar a sus muertos: la persona, una vez fallecida, regresaba al vientre de la madre primordial para ser parido otra vez -muchos enterramientos celtas, Mexicas, mayas, etcétera muestran al difunto dispuesto en posición fetal, como un bebé a punto de nacer a su nueva existencia-. Los muertos para estos pueblos tomaron un papel fundamental en el ciclo mágico: eran ellos los que nutrían las semillas durante el periodo fértil de la tierra. Eran los muertos los que, cuando eran favorables, permitían abundantes cosechas, o bien, cuando en sus furias desataban las sequias y las hambrunas.
Fue así que, para propiciarlos, muchos pueblos agricultores les ofrecían los primeros frutos de la cosecha, los primeros granos, el pan hecho con el primer trigo o las más jóvenes mazorcas de maíz. Era la forma de propiciar su gracia, de recordarlos y pedirles su intervención para el siguiente ciclo. Generalmente el periódo de la cosecha en las sociedades campesinas coincide con el inicio del otoño, es decir, cuando el ciclo bondadoso de la madre tierra está acabando, y comienza el ciclo oscuro.
De entre todos los mitos que tocan el tema quizá el que mejor lo ejemplique sea el de la griega Perséfone: dicha doncella, hija de Céres -diosa de la tierra y las cosechas-, es raptada por Hades, el rey del mundo de los muertos. La madre de la chica decide no hacer brotar más frutos de la tierra y los hombres comienzan a perecer de hambre. Zeus, el númen principal decide intervenir y decreta que Perséfone, ahora esposa del tenebroso Hades, pase la mitad del año con su madre, en la superficie de la tierra, y la otra parte en el inframundo con su marido. Así la dicotomía Hades- mundo de los muertos y aridez- Perséfone -primavera y fertilidad son dos partes del mismo cíclo, necesarios el uno para el otro. Los muertos y las cosechas quedan, en la mente de los pueblos campesinos, definitivamente ligados.
Halloween se pronuncia sowen
Tal vez la tradición que más ha influido en las modernas festividades de muertos es, junto con la católica, la celta. En la antigua religión celta se dividía el ciclo anual en ocho festividades principales. Cuatro de ellas coincidían con los equinoccios y solsticios del año, (Yule: 21 de diciembre; Ostara: 21 de marzo; Litha: 21 de junio; Mablon: 21 de septiembre) y cuatro con los periódos intermedios entre ellos (Samain:31 de octubre; Imbolc: 2 de febrero; Beltane: 30 de abril; Lughnasadh: 31 de junio). El Samain (Sowen es como se pronuncia), es la fecha en la cual se despide a la parte fértil y bondadosa de la tierra, la dadora de vida, y se da la bienvenida a la parte yerma y dadora de muerte de la madre. Para los celtas y otras culturas de tradición campesina esto no era ninguna contradicción: la madre tierra tenía esos dos aspectos. La mitad oscura de la tierra era periodo de latencia, de muerte, sí, pero también de la vida que germina a partir de esa muerte. Esa noche el velo que separa el mundo de los vivos y el de los muertos se hace delgado, tanto, que seres de un lado pueden pasar al otro sin problemas. En esa fecha los Celtas (Y ahora sus herederos Wiccanos) reciben a los espíritus de los muertos con velas que les indiquen el camino, y les dejan ofrendas con manzanas y calabaza en las puertas de las casas. No todos los espíritus eran bondadosos, así que los celtas se ataviaban con disfraces de demonios y monsturos para espantar a los fantasmas maléficos. El Samain se cristianizó para convertirse en la víspera de todos los santos (All hollow even), y finalmente, en el globalizado Halloween.
Para los mesoamericanos, especialmente los mexicas de la meseta central, los ancestros fallecidos eran una presencia viva y latente, tanto, que dos de los meses de su calendario ritual -que constaba de 18 meses- ,estaban dedicados a ellos:Tlaxochimaco y Xocolhuetzi. En el primero se veneraba a los muertos chiquitos, a los niños, mientras que en el segundo se veneraba a los difuntos mayores. Era a ellos a quien se le ofrecían las primeras mazorcas de maíz de la cosecha, a los que se les daban los primeros tamales, los primeros frutos. Los mexicas, pueblo al mismo tiempo guerrero y campesino, dependían de la agricultura para sobrevivir, y los mizquili eran parte escencial para que la madre Coatlicue siguiera siendo generosa con su pueblo.
Curiosamente, los meses dedicados a los muertos en el calendario mexica generalmente coincidían con los meses actuales de Julio y Agosto. Fue hasta la conquista en que los evangelistas asimilaron la veneración a los muertos de los indígenas con la cristiana: la trasladaron al primero y dos de noviembre y la redujeron, de dos meses a dos días. (en algunos casos, y con algunas comunidades, a una semana).
La diferencia entre las fechas Celtas y Mexicas se explican en la variación de climas de los territorios que ocupaban las dos culturas. Los ciclos agrícolas de los Celtas, ubicados en los países europeos como Irlanda, gran Bretaña o Francia, concluían a mediados o finales de octubre. Mientras qué, en mesoamérica, la cosecha del maíz (el prot-alimento de estos pueblos), concluía aproximadamente en agosto. La latitud, la diferencia de terrenos, el clima más frio de los celtas influía en esas diferencias, pero el espíritu de las celebraciones era el mismo.
En la sociedad occidental, tan desvinculada de la tierra y del ciclo campesino, la singnificación de la fiesta de difuntos no tiene sentido. Para una sociedad industrial como la que sufrimos a partir del iglo XIX el muerto es un producto gastado, un dshecho al que hay que procesar. Basta ver el proceso -que no ritual-, que sufre un recien fallecido: durante su agonía se encuentra solo, generalmente en algún hospital, y cuando ocurre el deceso es un médico quien lo dictamina. El hombre actual muere casi solo, únicamente con la compañia de profesionales asépticos que dictaminan su deceso y lo procesan como producto final. Llegan los embalsamadores y lo modifican, lo convierten en un maniquí para que pueda ser exhibido durante su funeral y n recuerde a los dolientes su estado. Ellos dirán "Está como dormido", engañandose. Finalmente, será sellado en un empaque llamado ataúd, y cremado, o bien, sepultado en alguno de aquellos cementerios que más bien parecen archiveros (muy a la gringa, por cierto), en donde será depositado y olvidado, pues a la muerte no se le recuerda mucho.
Mención aparte merecen los camposantos y panteónes. Quién haya visto una película de guerra gabacha, recordará el cementerio de Arlington -donde se sepulta a los soldados caídos en batalla-.Y verá la diferencia entre los panteónes anglsajones y los de otras latitudes -en específico, los latinoamericános-. Mientras que en el muhdo anglosajón los panteónes son uniformes, homogéneos, con una cruz o una lápida exactamente igual a las otras, los camposantos mexicanos y latinos son de una variedad encantadora: colores chillantes, lápidas hechas a mano, santos o cristos pedidos según la veneración de la familia del doliente. Cada tumba es individual, única, e incluso revela la naturaleza del muertito o de su familia, su clase social, o su cariño ante el finado.
De muertos de casa.
Recuerdo el deceso de mi abuela, en el 2000. Ella fue sepultada en un pueblo de Chihuahua, y velada en la casa de uno de mis tios. El día de su entierro, mis primos y yo, descendientes de ella, abrimos su fosa y la depositamos en su lecho final. Nosotros mismos la cobijamos y la despedimos. Ninguno de nosotros es campesino, ni estamos vinculados con la tierra de manera directa, pero sentimos el rito de la despedida del difunto, que al fin, es una ratificación de la vida. Recuerdo a mis sobrinos, bisnietos de la abuela recien enterrada, jugando encima de su tumba. A ninguno nos pareció ofensivo o irrespetuoso, simplemente era nuestra forma de decirle a la abuela Amelia que seguiría viva en nosotros.
Omar Delgado
2005
No hay comentarios.:
Publicar un comentario